Cuando el Rayo Cae - Parte 9



Capitulo 9



Lara estaba mejor, pero aun se encontraba pálida y enfermiza sobre los brazos de Gabriel. El chico dirigió a John una mirada penetrante y confusa al verlo acercarse, pero él desvió la vista. No podía mirarle a la cara y saber que le había fallado a él también.
-Lara -llamó, arrodillándose junto a ella- ¿Cómo estás?
-Como la mierda -replicó ella, casi arrancándole una sonrisa- la cabeza me pesa una tonelada… -admitió y lo miró, frunciendo el seño- ¿Qué te paso a vos? -preguntó.
-Nada, la pelea -contestó él secamente, pero ella le miró la mano que chorreaba sangre, alzándose preocupada.
-¿Qué te paso en…? -iba diciendo, pero el movimiento fue demasiado brusco. Los ojos se le pusieron blancos y volvió a derrumbarse en los brazos de su novio.
-¡Lara! -llamó Gabriel, mirándole preocupado, pero ella estaba aun consciente, parpadeando molesta.
-No tenes que moverte tanto ahora, -le replicó su hermano- te golpeaste muy duro la cabeza…
-Es una mierda -repitió Lara y lo miró- pero no me contestaste, ¿Qué te paso? -inquirió- eso se ve doloroso… -comentó y John quiso soltar una carcajada. ¿Doloroso? Sí, ardía como el infierno, con cada parte de su cuerpo temblando mientras los huesos heridos se removían dentro de las capas de musculo y piel. Era una maldita agonía, pero se la merecía y lo sabía. Lo que le preocupaba eran las miradas de Gabriel y Leian, observándole como si de pronto fuera un hombre diferente, alguien monstruoso y peligroso como todos aquellos contra los que luchaban.
-No importa, vos ahora no te preocupes por mí, -dijo, dedicándole una sonrisa cariñosa, y miró a Gabriel- tenemos que irnos de aquí -le dijo,- todos ellos pronto despertaran o sino vendrán otros -le recordó.
-¿A dónde quieres ir? -le preguntó él- estamos en medio del campo y sin transporte. Aunque huyéramos hacia adentro, no tardarían en encontrarnos de nuevo…
John hiso una mueca, pensando. Sabía que Gabriel tenía razón. Ocultarse en una ciudad por ahora era la mejor opción, al menos hasta que hubieran repuesto energías; pero no tenían como marchar. El Camaro estaba junto a ellos, sus ruedas aun girando en el aire como si todavía quisiera correr, pero golpeado y molido. Los otros autos no estaban en mejor estado. De lo único que parecían poder valerse ahora era de sus piernas, que no era demasiado en ese momento.
-Veré que podemos hacer -dijo John, levantándose del suelo y marchando hacia el auto- por ahora tenemos que sacar las cosas… -señaló, alejándose de ellos.
Ver el auto le encogió el corazón. En el fragor de la pelea no había podido registrar los daños con claridad, pero ahora era diferente. Aun estaba volcado, la parte trasera flotando en el aire bajo el peso delantero, como un perfecto subibaja. Las puertas de pasajeros estaban golpeadas y hundidas, el metal plateado viéndose entre los faltantes de pintura. Los vidrios ahora solo eran pedazos desparramados por el pavimento, brillando como diamantes bajo la luz de la luna.
John recordó haber pasado horas con su padre para reconstruirlo. Él lo había comprado hecho pedazos, salvándolo de ser fundido, y lentamente lo habían restaurado. Pieza por pieza, metal por metal. Había sido una de las pocas normales en su vida, una de esas pocas actividades que no incluía defenderse de criaturas milenarias o legados que querían matarlo. Era solo él y su papá, trabajando sobre el Camaro como si fueran personas normales.
Y ahora el sentimiento se había ido, destruido por las mismas fuerzas que él había pretendido evitar. Era una ironía cruel.
Desviando la mirada, se agachó para pasar dentro del auto, intentando alcanzar su mochila y lo demás, pero la mano ardió horriblemente al más leve movimiento, disparando un espasmo que envió a John de rodillas, gruñendo de dolor.
-¡John! -exclamó la voz de Leian, acercándose rápidamente a ayudarle con el seño fruncido- tú, mortal estúpido… -murmuró, furiosa- ¡tenes las manos quebradas, idiota! -le gritó, agarrándole para que se volteara a verle.
-Lo sé, no es algo que pueda ignorar, ¿no? -replicó, mostrándole las manos heridas y esta puso los ojos en blanco.
-¿Y como se supone que ibas agarrar las cosas en ese estado? -le preguntó y John no supo que contestar. Honestamente no se había planteado aquello en su auto castigo de dolor y culpa- sí, no lo pensaste, ¿verdad? -le espetó y él se encogió de hombros.
-Tenía otras preocupaciones en mente -replicó y ella puso los ojos en blanco, agarrándole del hombro para sentarle frente a ello.
-Quédate quieto, -ordenó, metiéndose al auto para sacar su mochila. Rápidamente extrajo unas vendas, desenrollándolas un poco. John se removió, alejándose.
-Hey, no te preocupes, yo me… -empezó a decir, pero ella le agarró con ferocidad, mirándole fulminante.
-Quieto -dijo y el chico prefirió no discutir, volviendo a sentarse. Ella le estudió, casi esperando a que él volviera a intentar a huir, y comenzó a vendar sus manos, enroscando con sumo cuidado la tira blanca sobre los dedos y palma.
-Sabes hacer esto -comentó tontamente John, solo para quebrar el silencio y ella lo miró, arqueando una ceja.
-He vivido mucho y me he lastimado de la misma manera -apuntó- es una de las cosas de ser inmortal. Aprendes a curarte con facilidad…
-Eso suena bien -comentó él y ella sonrió, mirando a la herida.
-No creas que vos necesites eso -comentó, señalando a las heridas que empezaban a cerrarse.
-No estaba pensando en ese tipo de heridas -admitió él sin pensar, y ella lo miró, varias emociones pasando por sus ojos, tal como él había visto tantas veces antes: lastima e intriga, como si quisiera traspasar su piel y desentrañar sus secretos. Y lo peor era que había una fuerza mayor que él que lo empujaba a hacerlo y él apenas podía contenerse. Porque si Leian era fuerte y reservada, él era peor. Su corazón era una coraza, un mínimo espacio de secretos resguardado por paredes de acero, bestias enjauladas y alambre de púas. Le gente había querido que hablara miles de veces, que contara sus pesadillas y sus miedos, pero él había huido de ello. Había cosas demasiado desagradables ahí adentro, una oscuridad pesada que quería consumirlo todo y que no debía compartirse jamás.
Y aun así, una mirada de esa chica y todo desaparecía. El mundo podría arder y consumirse y él no lo sentiría. Todo podía sucumbir en cenizas y él aun así la seguiría. Y lo que era peor, podría liberar los amarres de ese monstruo interior, dejando que él sembrara todo el dolor que él apenas podía contener.
Y eso simplemente no lo podía permitir.
-¿Dijiste que te has herido mucho? -preguntó, para cambiar de tema, y la chica lo miró por un corto segundo, casi indecisa a lo que iba a continuar, pero terminó regresando a su mirada de siempre.
-Sí, soy el espíritu que simboliza las batallas, ¿recuerdas? Así que he estado en muchas, -declaró y el chico se encogió de hombros.
-Por como peleas no parece posible que te hieran -admitió y algo aleteó por el rostro de ella, ¿rubor? El corazón de John saltó ¿ella se estaba ruborizando?
-Casi me habían herido cuando me encontraste ¿recuerdas? -le preguntó, su voz volviéndose tensa, como si estuviera diciendo palabras que no quería; y luego suspiró- si algo me ha enseñado el tiempo, es que cualquier herida no sobra mientras las haya hecho valer.
-¿Valer? -preguntó John.
-Si lograste salvar a alguien, si pudiste defenderte a ti mismo y triunfar o si al menos probaste el punto que querías demostrar, vale la pena -afirmó- son las heridas vanas, aquellas que ganamos sin riesgo ni gloria, la que deberían avergonzarnos… -afirmó, con tanta seguridad que John no pudo menos que azorarse un poco, casi avergonzado. Ella la había visto perder el control como un animal salvaje, casi matando a un hombre a puñetazos, ¿Qué pensaría de él?
-Que pensaras de estás entonces… -murmuró, mirando hacia abajo, con el corazón latiéndole acelerado al esperar una respuesta. Quería tanto escucharla decir que estaban bien, que incluso dolía. ¿Qué demonios le estaba pasando?
-Tal vez no sean todas honrosas, John Grey -habló y él la miró,- pero estoy seguro de que lo valen… -dijo y él se le quedó mirando por unos largos segundos, hasta finalmente sentir a las vendas apretándole- ya está -dijo,- metete a buscar lo que quieras -apuntó.
-¿Qué? ¿ya estoy sano? -preguntó.
-No, pero sé que lo harás de todos modos… -dijo y suspiró, mirando hacia el auto- aunque ahora que lo pienso, tal vez pueda hacer más… -dijo, caminando hacia el Camaro antes de que John pudiera preguntar a lo que se refería. Se plantó sobre la calle con firmeza y extendió los brazos hacia el auto. La magia se agitó tan de repente y tan fuerte que John no comprendió como ella podía decir que le costaba manejarla. Era un torbellino de poder esperando explotar.
-¿John? -preguntó Gabriel a su espalda, con el chico solo mirándole para asegurarse de que su hermana estuviera mejor, para volver al espectáculo principal.
La magia brillaba en un halo de luz plateada, como si Leian hubiera robado el brillo de la luna solo para ella; con los haces flotando en el aire mientras se ataban al Camaro, como una enorme red de pesca. Antes de que cualquiera pudiera reaccionar, Leian había alzado las manos, haciendo que el auto se elevara en perfecta armonía, como si de pronto la gravedad se hubiera desconectado de su sistema y fuera capaz de flotar. El espíritu del rayo sacudió su mano izquierda y los vidrios se alzaron también, corriendo por el cielo mientras se chocaban unos a otros, los cortes sellándose y desapareciendo mientras volvían a formar una perfecta placa.
-Dios… -murmuró Gabriel, claramente sorprendido, y John no podía menos que coincidir. Jamás ninguno había podido hacer algo como aquello, no a menos que contara en el más mínimo de los niveles como reparar algún jarrón o algo así. Esa era una magia de otro nivel, una que solo los descendientes del Ether podían llegar a manejar de primera mano. ¿Por qué? Porque aunque la magia no tenía un manual, ni reglas de cómo manipularla aparte del poder de la mente, tenía sus estadios. Pensar a veces no era suficiente y necesitabas comprender la forma y el alcance de esos hechizos para lograr que funcionaran sin que te mataran en el intento.
Tal como en ese momento.
Sin perder la concentración ni un solo segundo, ella siguió manipulando la magia, girando sus manos y obligando a ese poder ancestral a seguir sus órdenes. El Camaro se revolvió en el aire, dándose vuelta a su estado normal, con el metal abollado y despintado volviendo a arreglarse a su posición original; dejándole en las mismas y perfectas condiciones que John había velado por años.
Para el instante en que el Camaro regresaba a tierra, estaba de nuevo en perfectas condiciones, como si recién acabara de salir de fabrica.
Leian bajo los brazos, estos cayendo como si pesaran toneladas, pero se volteó para mirarlo.
-Creo que ya tenemos transporte de nuevo… -comentó y John no supo que decir. Su corazón se apretaba en cientos de maneras diferentes y decidir cómo reaccionar se le hacía condenadamente difícil. ¿Feliz? ¿aliviado? ¿admirado? ¿acongojado? Todas las opciones parecían estar bien para el momento.
-¡Wow! -exclamó Gabriel, totalmente flipado- ¡eso fue increíble! O sea… ¡creo que nos solucionaste el problema con los autos para siempre! -exclamó, totalmente excitado- si tan solo lográramos encontrar una forma para encapsular ese hechizo, podríamos hacer que todos los vehículos puedan hacerlo de forma automática… -dijo y su mirada pareció dividirse, como si pensara en varios proyectos a la vez. John se sorprendió de lo mucho que había extrañado verle con esa expresión. Los legados del cristal y metal eran generalmente creativos, dedicados en los galpones de la Escuela para construir objetos para ayudar a los legados. Como uno de ellos, Gabriel se había pasado los últimos años encerrado entre proyectos y construcciones, pero luego de que había tenido que hacerse cargo del liderazgo había tenido que dejarlos a todos ellos de lado. Una sensación amarga inundo el estomago de John, sintiéndose culpable de haberle alejado de ello.
-Amor, por favor, vas a marearme más… -se quejó Lara, agarrándose la cabeza. Gabriel la tenía agarrada de la cintura, dejando que ella se sostuviera desde su hombro.
-Debilucha -replicó él con una sonrisa y ella lo miró maliciosa.
-Vos sos él que parece a punto de tener un orgasmo de trabajo -replicó la chica, y el chico río, con Leian sonrojándose frente a la palabra.
-Si queres puedo conseguirlo de otra manera… -se ofreció Gabriel y John hiso una mueca, sintiendo como el estomago se le torcía en el interior.
-Asco, -dijo- amigo, en serio, es mi hermana y yo no tengo, ni quiero, escuchar esas cosas -afirmó y el chico río, encogiéndose de hombros.
-Acostúmbrate -replicó y Lara lo golpeó juguetonamente, teniendo la suficiente claridad como para sacudir la cabeza antes de que volviera a marearse.
-Mierda -murmuró y su novio río entre dientes.
-Vamos, debemos irnos de aquí -dijo, comenzando a caminar hacia el Camaro- creo que algunos han comenzado a despertar… -apuntó en un susurro rápido y John hiso una mueca, mirando hacia el bulto de hombres que estaban al lado de la carretera. Con Leian los habían maniatado antes de ir junto a ellos, atándoles con sogas mágicas para asegurarse de que no volverían por ellos. Aun así, no eran el mejor seguro.
-Bien, métanse rápido… -dijo, acercándose y subiéndose por el lado del conductor. Leian lo miró con reprobación.
-¿Vas a conducir con tus manos así? -preguntó.
-¿Vamos a tener de nuevo esta conversación, Leian? -preguntó, divertido- ganaste puntos por sanarla, pero es mi bebe, ¿y quien maneja mi bebe?
La chica puso los ojos en blanco, sacudiendo la cabeza.
-Vos.
-Exacto… -dijo- ahora subí antes de que nos ataquen de nuevo -pidió.
“Y antes de que cometa una locura” pensó en su mente.


Condujo por casi una hora hasta que encontró la pequeña ciudad. La gente se conducía con lentitud por las calles, solo viéndose adultos transitando por las veredas. Rápidamente Gabriel señaló hacia una estación de servicio, a donde un cartel de restaurante brillaba en letras amarrillas.
-Vamos allá -pidió, con John asintiendo y metiéndose hacia la estación. Se detuvo en uno de los carriles, teniendo que recargar el auto.
-Bien, yo voy a cargar nafta y después me reuno con ustedes. Gabriel, ¿podes llevar a Lara a comer? Tiene que recargar energías… -iba diciendo, mientras buscaba su billetera, y su amigo dudo.
-Em, supongo, aunque Leian podría llevarla, ¿no es así? -preguntó, estirándose para mirar al espíritu. Ella cruzó miradas entre John y él, pero asintió.
-Seguro… -dijo y John sintió que la piel se le erizaba. Gabriel había estado abrazando a Lara desde que había regresado al auto en gesto protector. No era normal que ofreciera tan tranquilamente separarse de ella. Incluso la chica parecía extrañada por la sugerencia, cruzando miradas entre él y su novio como si buscara una respuesta.
Y John la tenía. La charla temida se acercaba.
-Bien, genial -dijo Gabriel,- ¿estás bien con eso, amor? -preguntó a Lara y esta asintió, con un clara mirada de “¿Qué demonios pasa?” que el chico evadió olímpicamente.
-Listo, todo arreglado entonces -dijo el chico y Leian miro a ambos chicos, una sombra de desconfianza teñía sus ojos mientras se bajaba del auto y ayudaba a salir a Lara. Lentamente las dos comenzaron a caminar adentro, Gabriel siguiendo cada paso de la chica herida en espera de tener que ayudarla; relajándose cuando cruzaron la puerta. Entonces miró a John, su rostro pasando a una faceta oscura y reprobatoria. Su amigo solo pudo huir de ella al ver que el empleado se acercaba, saliendo afuera para darle las indicaciones.
Gabriel salió también, apoyándose sobre el techo para mirarle.
-¿Vas a seguir haciéndote el estúpido? -preguntó.
-No me hago el estúpido -replicó su amigo y el otro lo miró aun mas tenso.
-Lo siento, pero que estés escapando al tema es estúpido -declaró.
-¿Qué quieres que te diga, Gabriel? -preguntó y los ojos de su amigo brillaron peligrosos.
-Quiero que me expliques como mi mejor amigo en medio segundo se convirtió en un animal que casi mata a alguien a golpes -apuntó- yo empezaría por ahí…
-¿Queres ir por ahí? -le preguntó John, molesto y picado por la acusación- ¿no te parece un poco hipócrita viniendo de quien lanzó un auto rodando por la carretera? -inquirió y la expresión de Gabriel se hiso más oscura.
-Eso es diferente -replicó, con su amigo mirándole incrédulo- no quería matarlos -dijo.
-Pero no te ibas a sentir culpable si lo hacías, ¿no es así? -le espetó y el chico lo miró como si lo hubiera golpeado de una bofetada.
-¡Demonios, John! -exclamó- ¡deja de estar tan a la defensiva, ¿quieres?! -le espetó- yo tal vez me extralimite en ese momento, pero quería salvar a tu hermana y a mi mejor amigo, ¿recuerdas? ¿A quien estabas salvando cuando casi moles a golpes a ese legado?
-A Johanna -dijo y Gabriel se interrumpió abruptamente, mirándole con los ojos abiertos de par en par aun cuando su amigo no podía tolerar verle a los ojos. Se sentía avergonzado, golpeado y sucio de sangre. Su pecho parecía abierto, como si de pronto le hubieran hecho una operación a corazón abierto. 
-John… -empezó a decir, pero su amigo no le dejo continuar.
-Ese era uno de ellos. Uno de los que nos atacaron ese día… -murmuró- al verlo… todo me consumió -explicó y su amigo hiso una mueca, mirando hacia el suelo.
-¿Era necesario? -preguntó y el otro lo miró.
-¿Qué hubieras hecho en mi lugar? -le preguntó y Gabriel apretó los dientes, sin poder decir nada.
-Lo siento, -terminó diciendo al fin- no debí haberte juzgado tan rápido.
-Lo entiendo -dijo el chico y su amigo lo miró con una extraña mirada.
-No creas que lo entiendas -admitió- estos últimos meses te convertiste en una persona diferente, John. Después de Johanna te volviste más retraído y callado, pero también te hiciste más extremista. Ya no mides las cosas. Todo parece ser vivir o morir para vos ahora y la verdad me preocupa. Ya no estoy seguro de lo que vas a hacer a continuación -dijo y John realmente no sabía que contestar. Él tenía razón. No había forma de que pudiera defenderse sin mentir- y ahora te metiste en esto, como si la vida se te fuera en ello… -dijo y se paso la mano por la cabeza con frustración- no sé que es lo que estás buscando, pero realmente me está volviendo loco. Nos está volviendo locos, a Lara también…
-Yo tampoco lo sé, -admitió John- no sé porque acepté esto, pero sentía que tenía que hacerlo. Es la única respuesta que tengo, Gabriel…
El chico no parecía feliz, apretando las manos sobre el capo y mirando hacia todos lados con inquietud. Finalmente terminó por suspirar.
-Odio esto -admitió- odio ser un líder -dijo y John hiso una mueca.
-Lo siento, Gabriel, -dijo- eso es toda mi culpa…
-No, no lo es -lo interrumpió él- no te culpo por hacerte un lado. Sé que si hubiera sido al revés, vos habrías hecho lo mismo que yo hice. Que lo este haciendo por vos es la única cosa buena de este maldito suplicio…
-¿Entonces que?
-No soy lo suficientemente bueno. No tomo buenas decisiones porque dejo que mis emociones me manejen -dijo- tenías toda la razón de reprocharme el haber atacado a esos hombres, porque no tenía ningún derecho a hacerlo. No era mi trabajo -dijo- fue mezquino y sabía perfectamente el resultado que podía tener.
-Querías protegernos, ¿recuerdas? -apuntó John usando sus manos, pero él solo le miró con tristeza.
-Pero también quería hacerles daño -apuntó y suspiró- siento que no tomó las decisiones correctas. Sé que no las hago. Y lo peor es que no puedo detenerme tampoco…
-Gabriel, nadie dijo que iba a ser fácil -apuntó.
-Para vos lo era -dijo, haciendo que algo atravesara a John- antes del accidente, te era sencillo. Era natural. Yo no paro de hacer sacrificios para proteger a los que quiero, pero vos siempre encontrabas la manera de mantenerlos a todos a salvo…
-Hasta que ya no pude -declaró John, acercándose a su amigo para poner una mano en su hombro- y eso me quebró. Vos sos más fuerte que eso, Gabriel.
-No hay nadie más fuerte que vos, John, -replicó su amigo y una mínima sonrisa apareció en sus labios- aunque Lara se acerca bastante -tuvo que admitir, solo para que John sonriera. Apretó el hombro de su amigo.
-Lo estás haciendo genial, -dijo- solo te falta aprender un poco más, pero sé que lo harás bien, Gabriel.
-Eso espero -suspiró el chico y sacudió la cabeza- ven, apúrate que hay que comprobar a las chicas… 

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