Capitulo 17
A John nunca
le gustaron los cuervos. Como a la mayoría, aquellas aves le recordaban a la
muerte, así que o se sentía a gusto cuando se encontraba con alguna.
Claro que
ser rodeado por una bandada de ellas era totalmente
diferente.
La barrera
de alas negras volaba a su alrededor como un tornado de plumas, los chillidos
de las aves perforando sus oídos, gritando como el lamento de un fantasma. John
sacó su espada, alzándola mientras sentía a las aves volar a su alrededor, sus
plumas golpeando su piel y rasguñándola. Agitó su arma en un intento de espantarlos, pero no sirvió de nada. Los
animales no se retiraban.
A su lado,
Leian se revolvía una y otra vez como si hubiera enloquecido, atacando a los
pájaros en rápidos destellos plateados y dejando que un montón de plumas negras
cayeran a sus pies. Lara gritaba, intentando defenderse como podía mientras
Gabriel la asistía, ambos siendo superados mientras aquella pared los engullía
lentamente, acelerando el corazón de John hasta limites dolorosos.
-¡John, saca
a Lara de acá! -gritó el legado de la piedra, mientras las aves parecían
atraparlo como si hubiera caído sobre asfalto liquido.
-¡No,
Gabriel! -chilló su novia, pero él la soltó, dejándose ir, mientras el corazón
de John se sentía perforado- ¡¡GABRIEL!! -gritó Lara al ver como su novio
desaparecía en esa masa negra.
“No” pensó
John, sintiendo como si una roca le hubiera arrancado el aire, “eso no acaba de
suceder. Es una pesadilla” se aseguró, mientras su corazón seguía golpeando.
-¡Lara!
-gritó, intentando llegar a su hermana, extendiéndole la mano para alcanzarla,
pero lo que habían parecido cortos metros cuadrados ahora parecían kilómetros,
con los cuervos agarrándole en manada y forzándoles a retroceder, pese a toda
su resistencia- ¡¡Lara!! -volvió a gritar, intentando alcanzarla, pero no
podía.
-¡John, ayúdame!
-chilló ella, intentando alcanzarlo con la cara contraída por dolor y llanto,
pero sus dedos no llegaban, cada vez más hundida en aquella oscuridad- ¡John!
-¡Lara!
-gritó el chico, una bola de ira despertando todos sus sentidos mágicos y creando una ola invisible de energía que
propulso a todos los pájaros lejos de él. Aun así, aunque corrió para
alcanzarla, su hermana desapareció con último grito entre las plumas de los
pájaros.
Algo dentro de John se quebró,
escuchando el grito de horror de Leian como si ocurriera dentro de una burbuja.
Una furia y dolor como nunca sintió revolvió a su cuerpo por completo mientras
veía a su hermana desaparecer. Sus ojos se volvieron azules y gritó, liberando
una ola de agua que explotó con la fuerza de una bomba. El líquido se estrelló
contra las criaturas, expulsándolas salvajemente contra el suelo y las paredes,
haciendo que muchas perecieran en cenizas. Las que quedaban aun vivas quisieron
replegarse, pero entonces John sacudió su brazo y un millar de estacas de hielo
se desplegaron fuera de sus manos en efecto metralleta, evaporando a cada una
de ellas.
Para el siguiente momento toda la
barrera alada había perecido, pero aunque John buscó y rezó, no encontró ni una
señal de Lara y Gabriel, haciendo que los latidos de su corazón empeoraran.
Solo Leian estaba allí, arrodillada en el suelo y con los ojos tan abiertos que
parecía haber padecido un trauma.
-Interesante… -murmuró una voz y John
se giró hacia atrás, viendo al mismo hombre observándolo con curiosidad- el
mortal reaccionó antes que el espíritu…
-¡¿Dónde está mi hermana?! Juro que
voy a… -gritaba John, avanzando hacia el hombre con la intención de agarrarle,
pero a solo un metro de él, una sensación de dolor le atravesó el corazón. De
pronto revivió a su padre en su cajón, a Johanna muriendo en batalla, a todos aquellos
amigos que había perdido en meses. Todos los recuerdos se le vinieron encima
con el peso de un camión, haciéndole doblarse de rodillas y caer derrotado
frente al hombre con lágrimas en los ojos, tratando inútilmente de seguir
avanzando solo para convertir al dolor aun más agudo.
-No puedes luchar contra mí, mortal
-replicó el hombre, agachándose como para observarlo en interés profesional- tu
pasado lleva demasiado dolor.
-¡Déjalo en paz! -gritó Leian,
avanzando hacia John- devuélvenos a nuestros amigos o… -empezó a amenazar,
alzando su lanza hacia el hombre, pero este no pareció en nada impresionado.
-Es trabajo de ustedes liberarlos, si
es que pueden, -comentó el hombre- se suponía que solo quedaría usted, Leian,
pero este mortal ha sido toda una sorpresa -comentó, mirando a John con
curiosidad- combatir el dolor con dolor. Suena casi irónico, ¿no lo creen?
-¿De que está hablando? -preguntó
John, siendo ayudado por el espíritu a pararse en un viento de esperanza. Lara
y Gabriel aun estaban bien. Vivos. Él debía ayudarlos.
El hombre le sonrió, cada vez más
tétricamente.
-¿Todavía no sabes quién soy, mortal?
-preguntó y sacudió la cabeza- no me sorprende, seguro los niños han omitido
hablar de mí, ¿verdad? -preguntó y miró hacia Leian, quien se envaró y lo hizo
retroceder.
-John, tienes que dejármelo a mí…
-¡No! -le espetó el chico,- ¡tengo que
recuperar a mi hermana y a Gabriel!
-No puedes enfrentarlo… -respondió
ella, sus labios apretados.
-Ella tiene razón, muchacho, no puedes
-intervino el hombre, su voz comenzando a golpear su cuerpo como una picana-
todo hubiera sido más fácil si te hubieras rendido como tus amigos, dejándome
disfrutar de tu dolor... engullir tus fantasmas hasta el final… -dijo y su
expresión se volvió hambrienta y morbosa, haciendo que un horrible escalofrío
acariciara todos sus nervios.
-¿Qué eres? -preguntó, casi sin voz, y
él le dedicó una sonrisa afilada.
-Oh, criatura, ¿aun no me reconoces?
-preguntó- he estado aquí desde el comienzo de la creación. Aun cuando tus antepasados
crearon este lugar, yo ya estaba aquí primero, ¿no es asi, Leian? -preguntó,
mirando al espíritu y ella lo fulminó con la mirada.
-Eres un monstruo -replicó- torturabas
a humanos y a criaturas hasta matarlos. Deberías estar en la prisión donde te
dejamos -declaró con rabia y él se encogió de hombros.
-Agradece de eso a tu hermano, Leian.
Él se dio cuenta de su error y me liberó a cambio de ayudarle con su noble
trabajo…
-¡¿Noble?! ¡Planea aniquilar a la
humanidad! -exclamó Leian y el otro sacudió la cabeza, luciendo contrariado.
-Ese siempre fue el problema con
ustedes. Aman a estás ratas rastreras demasiado. Son como una madre primeriza.
No ven los errores que cometieron hasta que es demasiado tarde -apuntó.
-Los humanos merecen el beneficio de
la duda -apuntó el espíritu y el otro río con sorna.
-¿Lo ves? ¿merecen el beneficio de la duda? ¡Esparcen el sufrimiento por donde
sea que vayan!
-Y vos te alimentas de eso -replicó la
mujer y el hombre sonrió.
-Su dolor es mi beneficio, pero difícilmente
ellos lo son para alguien -dijo- sus cadáveres servirán como un alimento más
que suficiente -apuntó y sonrió.
-No voy a tolerarlo -replicó Leian-
vas a devolverme a mis amigos y
regresaras con mis hermanos para ser encarcelado, o sufrirás toda mi ira
-advirtió, pero el hombre apenas se inmuto con la amenaza, luciendo casi
divertido.
-Lo lamento, pero eso no sucederá
-declaró y un respingó hizo saltar a Leian mientras los ojos del hombre se
concentraban en ella- lo siento, mi señora -apuntó burlón y la cara del
espíritu se contrajo de horror al ver los ojos del hombre brillando en un
pálido blanco.
Antes de que John pudiera entender que
sucedía, Leian había lanzado un grito como el que nunca había oído, dolor
emanando de cada facción, cada nota de su voz. Y si había algo más insoportable
que verla molesta con él, verla en dolor era aun peor. Era como si le
arrancaran alguna parte de él, sin anestesia, sin un golpe seco. Pedazo por
pedazo.
-¡Detente! -gritó, intentando alcanzar
al hombre pero su propio dolor era inaguantable para poder caminar con él- ¿Qué
le estás haciendo?
-Yo soy el fantasma del dolor, John
Grey -apuntó- todos aquellos dolores, aquellos muertos que te consumen me
sirven a mí. Me alimentan… -dijo y Johanna y su padre se volvieron corpóreos,
dibujos de niebla blanca que le observaban desde los flacos de aquel anciano. Su
corazón se estrujo- como con los tuyos, me estoy alimentando.
-No tiene sentido, ¡ella es un
espíritu! –replicó el chico y el anciano río.
-¿Y qué importa eso? Los espíritus me
temen, mortal. El dolor es universal, -apuntó y al mirarlo, su tortura solo
empeoró,- los humanos como tú cargan encima entre diez fantasmas en promedio,
¿puedes imaginarte la cantidad que cargara un ser inmortal? –miró a Leian con
delicia- cientos… -susurró malicioso.
John se giró hacia Leian, viéndola
caer de rodillas con una expresión de completa devastación. Realmente no podía
verla así, era demasiado difícil. No
podía verla rendirse.
-¡Leian, escúchame! Lo que sea que
estés viendo, ¡No es real! –le aseguró, pero la chica no parecía escucharlo,
observando hacia el frente como si viera un desfile de cadáveres- ¡Leian!
–gritó, pero el esfuerzo fue inútil.
-Lo lamento, muchacho, no va a
funcionar –replicó, dándole una sonrisa de lastima- y aunque pudieras hacerlo,
no puedo dejarte intentarlo… -dijo y chasqueó los dedos, haciendo que una nueva
bandada de cuervo volara hacia él, rodeándolo rápidamente como un chaleco de
fuerza emplumado. De pronto los recuerdos comenzaban a destruirlo, viendo a
Johanna volviendo a morir una y otra vez, reviviendo el funeral de su padre
como una tortura... todo volviéndose una bola de demolición que aplastaba sus
pulmones.
-Leian… -llamó John, apenas pudiendo
hablar- tienes que luchar…
-No… -susurró ella, sus ojos brillando
lleno de lagrimas.
-¡Sí! ¡Tienes que hacerlo! –gritó y
luchó contra sus propias emociones- ¡Si no lo haces, todos moriremos y sé que
no es lo que quieres! ¡No lo permitirías jamás, así que pelea!
-No puedo… -casi sollozó ella.
-¡Si puedes! –gritó el chico.
-No, no puedes –dijo el hombre y
pronto otras imágenes de humo se dibujaron frente a ambos. De pronto John vio a
decenas de jóvenes, ninguno mayor de los veinte años, todos con cabello negro y
ojos grises; portando la misma expresión dura que llevaban todos los guerreros.
La misma expresión que él había llegado a admirar de Leian.
Eran sus descendientes, comprendió
John con un escalofrío, sus hijos.
La expresión de Leian se volvió aun
más aguda, observando a cada uno de esos rostros como si cada uno fuera una
puñalada en el corazón.
-Oh, sí, la carga del rayo -comentó el
hombre y río- todo el mundo espera al descendiente de la poderosa tormenta,
pero esa sangre es una maldición. ¿Cuántos de tus hijos sobrevivieron, Leian?
¿A cuantos regalaste a la muerte?
-¡Yo no los di! -gritó la chica,
negando con la cabeza, mientras los fantasmas la contemplaban con frialdad.
-Nos fallaste, madre -replicó la
primera de todos, una chica de cabello largo que llevaba ropas de al menos tres
siglos atrás- nos dejaste morir…
-¡No! -chilló ella, ahora llorando-
¡no podía detenerlo!
-Se supone que eres el espíritu del
Rayo -replicó otro, un chico que parecía del pleno renacimiento- se supone que
eras todopoderosa e imparable. ¿Cómo es posible que no pudieras protegernos?
-¡Leian, no los escuches! -gritó John,
con las aves empezando a cubrirle el pecho, lentamente avanzando hacia su
cabeza- ¡es un truco!
-Oh, no, escúchalos, Leian, -se metió
el hombre, haciendo ver aun más corpóreos aquellos fantasmas- has huido de tu
dolor y culpa demasiado tiempo. Tu miedo es tan fuerte que incluso te negaste a
sentirlo. Es el momento de pagar tus errores.
-¡No! -gritó John, ganándose una
mirada furiosa del hombre.
-Y tu mortal, mi ira será grande
contra ti. ¿Quieres revivir tus peores pesadillas? Puedo arreglarlo -dijo y
chasqueó una vez más los dedos, haciendo que el enjambre de cuervos se
engrosara, consumiéndolo cada vez más rápido. John sabía que le quedaban solo
unos segundos, pero no podía rendirse. Tenía que hacerla reaccionar cueste lo
que cueste o todos estarían perdidos.
-¡Leian, no debes escucharlos! ¡No es
tu culpa lo que les pasó a tus hijos! ¡Ni siquiera los espíritus pueden jugar
con el destino, ¿recuerdas?! ¡Sus tiempos se habían acabado! -le gritó el chico
y la expresión de ella pareció de pronto confundida, sus labios temblando.
-Pero yo tendría que haber actuado…
-murmuró.
-¡No! -chilló el chico- cuando
intentas intervenir en el destino, se vuelve peor. Lo sabes, Leian -dijo y al
sentir las plumas cubriendo la mitad de su cuello, jugó su última carta- sé que
tienes miedo. Tienes que vivir con el dolor por la eternidad y por eso lo
empujas fuera, pero a veces hay que sentirlo. A veces el dolor es necesario
-dijo y ella apretó los labios, luchando- a veces sentir, está bien… -dijo y
las plumas comenzaron a subir por su barbilla, presionándole como las paredes
atacan a un claustofobico- por favor, Leian, reacciona…
-¡Es inutil! -gritó el hombre- ¡ella
ya está perdida, al igual que vos! -gritó el hombre, alzando su mano llena de
energía putrefacta y los fantasmas atormentaron tanto a John que este grito,
sintiendo que su cabeza iba a explotar.
-¡No!
El grito de Leian desató una ola de
corrientes que golpeó por todas las paredes, explotando los vidrios y puertas y
rompiendo la concentración del anciano morboso en total estupefacción. El
espíritu se levantó temblando, con todo su cuerpo brillando en un blanco
azulado aun más potente que una hora antes.
-Te lo advertí, Grocher, -masculló,-
tendrías que haberme dejado ir cuando tuviste la oportunidad…
-Es imposible, ¡no puedes librarte de
mí! -gritó el hombre- ¡Tus fantasmas se quedaran contigo! ¡El dolor jamás se irá!
-No quiero que se vaya, -replicó ella-
por primera vez, quiero sentirlo -dijo y entonces sonrió, el cielo iluminándose
como si millones de fuegos artificiales estuvieran explotándoles encima, y al
instante todo explotó.
Literalmente.
La tormenta arrasó con la casa como si
fuera de papel. Las paredes se quebraron, arrancadas de cuajo por un violento
campo magnético. Los muebles y objetos volaron junto a ellos, perdiéndose en la
inmensidad de la noche mientras los rayos volvían a golpear, destruyendo todo lo
que aun se mantenía de pie. Los cuervos dejaron a John, volando lejos y en
pánico en un intento de escapar, pero cayeron fulminados mientras el hijo del
río intentaba recuperar el aire.
El anciano intentaba resistir,
protegerse de todo el viento y los relámpagos, pero era inútil. La tormenta
parecía un huracán en medio de tierra, a punto de llevárselo también.
-¡No puede ser! -gritó una vez más,
furioso- ¡se supone que tendría mi venganza! -rugió.
-No hoy, ni nunca. Adiós, Grocher
-apuntó y alzó sus manos hacia él, haciendo que todo el cielo brillara en un
blanco cegador hasta que el mismo cielo pareció estrellarse con el viejo, su
cuerpo fragmentándose como una vasija antes de explotar por completo, dejando
su grito hacer eco en la noche.
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