1
“The Final Countdown”
Europe
Si las horas pasaran más rápido…
Faltaban solo diez horas, dieciocho minutos y treinta y seis segundos
para la mejor fiesta del mundo. Treinta y cinco segundos.
Lena sonrío, imaginándose bailando entre nubes y estrellas, siguiendo
anotando en el banco el paso del tiempo de forma automática. Segundo por
segundo. Minuto por minuto. Hora por hora.
-Deja de escribir en el banco que te va a ver -dijo Clara refiriéndose a
la profesora, y la chica puso los ojos en blanco.
-Ni siquiera esta mirando para acá… -decía, pero, como si las hubieran
oído, la interrumpió el llamado de la profe:
-¡Guerrero!
-Atrapada -canturreó Clara, ganándose un golpe por debajo del banco.
Lena deseó tener otro apellido. “Guerrero” era demasiado sugestivo
cuando los profesores la atrapaban desobedeciéndoles. Como incitados por su
apellido, su ira bramaba con mayor fuerza que con los demás. ¿Acaso los nombres
pacíficos se habían acabado? ¿Quién había sido la mente sádica que había pensado
que “Guerrero” era un buen apellido?
-¿Qué pasa, profe? -preguntó Lena, colocando su mejor sonrisa mientras
disimuladamente tapaba las nuevas decoraciones del banco. La mujer la miró,
arqueando una ceja tras sus gruesos anteojos. Sus ojos se veían más grandes y
prejuiciosos bajo la ampliación del vidrio.
-¿Qué otro país pertenecía a la URSS, Milena? -preguntó la profesora.
Lena se quedó tan en blanco que incluso olvido enojarse por que la
hubieran llamado por su nombre completo. Tal vez si la profesora hubiera hecho
esa pregunta una semana antes hubiera podido contestar pero, a tan solo pocas
horas de su fiesta, las neuronas informativas parecían haber tomado receso.
-Rusia -respondió, a sabiendas de lo escaso de su respuesta, y la
profesora suspiró.
-¿Qué otro más? -inquirió y los nervios se dispararon sobre Lena,
rogando a Dios que su memoria volviera a funcionar a tiempo.
-Bielorrusia -le susurró Clara.
-Ya dije Rusia -le respondió por lo bajo la chica, quien solo había
escuchado la mitad.
-Bielorrusia -repitió su amiga un poco más fuerte.
-¡Que ya lo dije!
-¡Bielorrusia, tarada!
-Ah… Bielorrusia -contestó Lena, con una sonrisa esperanzada. La profesora
se mordió el labio, evidentemente decepcionada, y se giró a los demás,
siguiendo su explicación.
-Zafé -suspiró la chica, sonriendo de alivio, y Clara resopló con
sarcasmo.
-Sí, gracias a mi -comentó, poniendo los ojos en blanco, y río al mirar
al banco- yo que vos, no traigo a Cruz al banco -comentó y su amiga la miró
confundida, bajando la vista a la mesa solo para sonrojarse de pies a cabeza.
Entre los dibujos de globos y tortas de cumpleaños, el nombre del chico en
cuestión había sido escrito repetidamente, con cientos de corazones
encerrándolos.
-Estúpida -masculló Lena, avergonzada frente la risa baja de Clara, y
borró rápidamente las anotaciones.
Sabiendo que la profesora podía regresar en cualquier momento,
comenzaron a borrar lo más sutilmente posible las escrituras de Lena. Fue un
arduo trabajo, (estas estaban sobre toda su mitad), pero lo limpiaron lo mejor
posible. Marcas de suciedad por el lápiz y las lapiceras de colores quedaron espolvoreados
por toda la madera, pero era lo mejor que habían logrado hacer.
-Escribí en una hoja como las personas normales -se burló Clara y Lena
la fulminó con la mirada, pero con los nervios que cargaba no tardo demasiado
en sacar una de su carpeta y comenzar a garabatear de nuevo.
No podía creer que el momento había llegado. Luego de quince años de
horrorosos cumpleaños que hubiera querido olvidar, por primera vez, su fiesta
no parecía solo un medio de tortura para que sus familiares jugaran con ella.
Era su oportunidad, su obra de arte. Era su capilla Sixtina y ella era Miguel
Ángel por una vez en su existencia.
Como una fiesta de cumpleaños podía significar tanto era un misterio
para todos, excepto para ella; teniendo una explicación que remontaba a
dieciséis años atrás, cuando nació exactamente veintiséis minutos después que
su prima Flavia. Nadie, excepto su abuela y padres estaba allí para recibirla
en nacer. Incluso su hermano había sido arrastrado por la estampida que se
había arrastrado hacia la habitación de su tía Sofía para contemplar a la nueva
criatura.
Y así comenzó todo.
Al tener la misma edad y el mismo cumpleaños, fueron empujadas a las
mismas actividades toda la vida: danza, piano, canto… y como si no hubiera sido
lo suficiente duro para Lena ver a su prima dando piruetas perfectas mientras
ella tropezaba con sus propios pies, también compartieron cumpleaños.
Y como si formaran parte de una violenta y desgarradora competencia,
Flavia se aseguró de hacer que Lena se sintiera miserable y fuera de lugar en
cada uno de ellos. Los temas, las tortas, los invitados… todo pasaba bajo las
manos de su prima, quien juzgaba y eliminaba todo aquello que no era de su
gusto (que era prácticamente todo lo que Lena había elegido en primer lugar).
Uno hubiera pensado que aunque sea los regalos mitigarían un poco aquella
injusticia, pero eso no sucedió. Ignorando las etiquetas y las dedicatorias
sobre el papel brillante, Flavia manipulaba a base de lágrimas y gritos para
conseguir los mejores premios; dejando a Lena las tristes sobras.
La tradición no se detuvo jamás, de nada valieron las quejas, pero la
fiesta de Quince de ambas fue el punto final. Aquella fiesta especial, el sueño
de todas las chicas de América Latina, se había convertido en pesadilla.
Los invitados de Lena eran notoriamente menos, su nombre apenas aparecía
en las decoraciones, e incluso había perdido su hermoso vestido a solo minutos
de entrar; con Flavia “accidentalmente” vertiendo gaseosa sobre este a solo
segundos de sentarse.
Y como si aquella fuera la señal del cielo, Lena dio el punto final. La
fuerza que no había podido encontrar antes, la consumió en ese preciso momento.
No más fiestas compartidas. No más torturas innecesarias. A partir de ese
momento ella era una persona libre y no un perro al que su prima pudiera
patear.
Y para reafirmar aquello, decidió dar su primera fiesta sola para su
cumpleaños dieciséis. La lucha por ello fue dura. Sus padres no estaban seguros
de romper aquel molesto rito, pero Lena insistió, descubriendo un rasgo en si
misma que no conocía: la perseverancia. Presionó tanto con el tema, usando todo
lo que tuviera en mano para convencerlos, que finalmente sus padres se
rindieron a un trato: si tenía las materias del primer periodo con notas altas,
la dejarían.
Fue un truco sucio. Lena no era mala estudiante, pero tenía un gran
enemigo que siempre le había fallado: inglés; y sus padres contaban con ello.
Aun así, nuevamente la subestimaron. La chica no pudo evitar su cara de
evidente triunfo al presentar su libreta de notas perfectas a sus sorprendidos
padres.
Y así había comenzado todo. Pronto se vieron invadidos de pedidos y
cuadernos de planeación para la fiesta del año.
Y Lena lo había preparado todo.
Para empezar, había buscado el lugar perfecto: la casa de su abuela; que
no era en lo absoluto un lugar oscuro con perfume a viejo. No, era una enorme
mansión que se elevaba en las zonas privadas del Country Edén, el más exclusivo
de la ciudad. La mujer adoraba a su nieta, y frente a su insistencia, había
consentido que usara su casa.
Sus padres fueron otra historia. La imagen de la casa de la pobre mujer
en llamas amenazaba su consentimiento, pero Lena logró convencerlos a cambio de
guardias de seguridad. El primer triunfo estaba hecho: un patio enorme, la
hermosa casa y la pileta ya estaban a su disposición.
Cada tópico siguiente fue tratado con delicadeza.
Los invitados: sus amigos, los
conocidos simpáticos, y familiares jóvenes fueron incluidos. Solo un nombre
destacaba tachado: Flavia; y aunque sus padres insistieron en darle una
oportunidad, Lena no dio el brazo a torcer. La comida: snacks, bebidas en una
barra, y sándwiches y hamburguesas como plato principal. La torta sería una
delicada pieza de tres pisos, decorada con crema, frutillas y frambuesas.
La música: contrató un DJ para
que pasara la música, ahuyentando a cualquiera que intentara convencerla de
usar una compu y un sistema de parlantes cualquiera. No, Lena no quería a nadie
peleándose y cambiando la música a su antojo. El DJ era tan necesario como todo
lo demás.
Decoración: junto a Clara y Pau
habían elegido una temática blanca y verde, por lo que los globos, cintas,
manteles y sillas terminaron bajo esa tiránica elección. Una pista de baile fue
improvisada en la galería trasera de la casa, alumbrada por las luces de
colores.
Y así, tema por tema, fue concretado hasta que finalmente a Lena solo le
quedaba disfrutar su obra; pero no podía tranquilizarse. Volvía a repetir todo
una y otra vez, asegurando cada detalle hasta los nervios; o simplemente
repetía el conteo final hasta quedar saturada de minutos y segundos.
-¿Sabes? -le dijo Clara a Pau, mientras Lena les repetía por novena vez
en el día sus planes. Estaban en pleno recreo, aburriéndose como ostras- esperó
que no fuéramos tan pesadas con nuestros quinces… -comentó y Lena la fulminó
con la mirada.
-Solo me estoy asegurando…
-Que todo salga perfecto -corearon sus amigas, completando la frase.
-Lo sabemos -le aseguró Pau.
-Eso no te hace menos hartante -declaró Clara con toda seriedad y Lena
puso los ojos en blanco.
-Ustedes tuvieron fiestas de cumpleaños propias -les recordó- está es la
primera que hago sin Flavia, así que es importante…
-Eso es cierto -tuvo que conceder Clara- preferiría quedarme pelada
antes de tener que compartir algo con el retoño de Satanás… -admitió y las
chicas rieron.
-Aun así, creo que te estás perdiendo lo verdaderamente importante acá…
-apuntó Pau tentativamente.
-¿Qué? La elección de la música la mande hace dos días… -contestó la
chica y las otras dos se miraron, poniendo los ojos en blanco.
-Esta fiesta le secó las neuronas. Es oficial -declaró Clara y su amiga
soltó una risita- ¡hablamos de Cruz! -exclamó y un intenso rubor cubrió
completamente a Lena, cruzándose de brazos de forma defensiva.
-¿Podes gritarlo más fuerte?, creo que no te escucharon en Uruguay
-declaró con seca ironía y su amiga se encogió de hombros.
-Si queres… -murmuró, a punto de abrir la boca, pero Lena rápidamente se
le abalanzó encima, tapándosela.
-¿Qué haces? ¿Estás loca? -preguntó, mirando hacia los costados, y Clara
río.
-La única loca sos vos -declaró y sonrió maliciosa, con Pau asintiendo
con seriedad.
-No estoy loca, -se defendió Lena.
-La fiesta te está volviendo loca -insistió su amiga- a este paso, vas a
terminar echando espuma por la boca antes de que sean las nueve…
-Y toda oportunidad con Cruz estará perdido -vaticinó Pau con solemnidad
y Lena puso los ojos en blanco.
-No sean exageradas -les recriminó- aparte, aunque le dijera que me
gusta… -empezó a decir, cuando una voz la sorprendió detrás, cortando el hilo
de sus palabras con la ferocidad de un cuchillo.
-¿A quien le vas a decir que? -preguntó Cruz, con la chica girando con
lentitud hacia atrás, como si esperara encontrarse a cualquier persona allí
parada excepto a él. Pero no, sus ojos del color de la miel la recibieron con
insistencia. Su cabello negro estaba desparramado hacia todas direcciones,
cayendo levemente sobre su frente y la sombra de los hoyuelos se hundía en sus
mejillas.
Lena se perdió. Por unos segundos el mundo se extinguió por completo. No
existía la fiesta, no existía su prima, no existía nada. Solo ella y esos
hermosos ojos dorados.
La gente decía que el amor a primera vista no existía, pero Lena podía
refutarlo. Ella se había enamorado de Cruz desde que lo había visto por primera
vez a los doce años, el día en que ella se había mudado a dos casas de la de
él. Ella estaba descargando su bolso del maletero cuando el grito de “cuidado”
rompió el aire.
Aun con la advertencia, no lo vio venir. Algo grande y redondo la golpeó
en plena cara, tirándola al suelo en una nube de confusión. Y mientras la
pequeña Lena intentaba aclarar sus pensamientos y comprobar si no había perdido
la memoria en el trágico incidente, los ojos más dorados y hermosos aparecieron
frente a su cara.
-¿Estás bien? -preguntó una voz y ella contempló a quien sería su
obsesión por los siguientes años y probablemente hasta la muerte. Su sonrisa de
hoyuelos hacía juego con su cara juvenil. El pelo negro escapaba de su gorra
blanca y azul. Su tez parecía bronceada por un eterno verano.
Que los chicos de catorce años se vieran tan bien a esa edad debía ser
ilegal.
-¿Qué… como…? -preguntó, farfullando ridículamente y el chico hizo una
media sonrisa.
-Espero que esa no sea una señal de contusión -bromeó y Lena no pudo
menos que reír, aunque el gesto le hizo doler la cara, ahogando su risa en una
mueca.
-¿Qué paso? -preguntó ella, frotándose la cara y él sonrió con culpa.
-Te golpeé con la pelota, -dijo y señaló a su arma, la cual rodaba
tranquilamente por el asfalto- aunque también podrías haberte corrido cuando te
grité -apuntó, un tinte más divertido asomando en sus labios.
Lena se las había arreglado para sonreír, comenzando a levantarse.
-Claro, tres segundos de advertencia es mucho tiempo -comentó y el chico
sonrió, extendiéndole la mano para ayudarla a pararse. Ella se sonrojó,
titubeando, pero aceptando el ofrecimiento. Él tiró de ella con facilidad,
levantándola de un solo movimiento.
-¿Estás bien? -repitió de nuevo- todavía estoy tratando de decidir si
tengo que llamar a mi mamá o no…
-Valeroso -comentó Lena, aunque ella quería llamar a la suya. Tenía doce,
por el amor de Dios, y su cara aun ardía.
-¿Cómo te llamas? -preguntó.
-Mile… -empezó a decir, empujada por su dolor, cuando se dio cuenta de
su error, enrojeciendo- Lena, me llamó Lena Guerrero.
El chico arqueó una ceja, inquisidor.
-No pareces muy segura -dijo.
-Ese es mi nombre -le había asegurado la chica y él río, asintiendo.
-Bien, yo soy Cruz, -dijo y le extendió la mano- Cruz Delía -dijo y la
chica la estrechó la mano como saludo. Lena podría jurar que en el momento en
que le tocó, toda una multitud de sensaciones la embargaron, confirmando lo que
ella había sospechado desde hacía minutos: se había enamorado.
Esa pequeña charla había dado pie a una amistad que había continuado por
años. Cruz la presentó a su grupo (Maxi, Adrian e Ivan) y ella a Clara y Paula,
sus nuevas amigas de clase; formando el grupo que se volvería inseparable con
el paso del tiempo.
Aun así, ni el tiempo, ni la amistad, ni el desconsuelo había hecho a
Lena superar a ese primer flechazo, sintiendo mariposas y perdiéndose en el
vacío del universo cada vez que él le hablaba.
Tal como en ese momento.
-¿Qué? -preguntó Clara, intentando componer una sonrisa desentendida.
-¿Qué a quien le iba a decir que le gusta? -repitió Cruz y las chicas se
miraron, esperando a que Lena reaccionara, pero nada sucedió.
-Nada que ver, Cruz, te confundiste -dijo Pau, sonriendo como si hubiera
dicho una tontería.
-Sí, no estábamos hablando de una persona -dijo,- Lena nos estaba
hablando de que justo le había gustado… -iba diciendo Clara, mirando a Pau en
búsqueda de una idea, cuando el cerebro de Lena volvió a funcionar, expulsando
lo único en lo que había pensado en los últimos segundos.
-Cruz… -susurró y los cuatro pares de ojos se desviaron hacia ella, las
chicas mirándola en pleno terror.
-¿Cruz? -repitió Maxi, sonriendo, y Lena enrojeció, sacudiendo la cabeza
rápidamente.
-Una cruz -se corrigió- vi una que me gustaba mucho -mintió y las dos
chicas asintieron con rapidez.
-Eso, ¿vieron que ahora se usan mucho? -comentó Clara como si nada, y
los dos chicos se miraron, con Cruz sonriendo hacia Lena.
-¿Una cruz? -repitió y la chica asintió- podría tenerlo en cuenta y
envolverme como regalo -bromeó, sonriendo encantador, y la chica enrojeció,
desviando la mirada.
-Sutil, hermano -comentó Maxi y Cruz lo empujó juguetonamente.
-Solo estoy bromeando, -afirmó y la miró- feliz cumpleaños, Len -saludo
y la chica sonrió, encantada como cada vez que él le decía así. Desde esa tarde
en la calle, Cruz la había llamado “Len” apropiándose del diminutivo como si
fuera su nombre registrado. Lena lo adoraba.
Maxi se adelantó, dándole un abrazo de oso que la trajo a la realidad.
-Tan vieja que estás… -le susurró este al oído.
-Cállate -le espetó la chica y río- gracias, ¿vienen a la noche, no?
-preguntó, asegurándose por milésima vez, y los dos se miraron.
“Oh, oh” pensó ella.
-Justo veníamos hablarte de tu
cumpleaños…
-¿Qué pasa con eso? -preguntó Lena, su mente yendo a los preparativos
con temor.
-Nada malo -le aseguró el chico, como si adivinara hacia donde iban sus
pensamientos- solo queríamos avisarte que íbamos a llegar tarde hoy…
-Tenemos partido -acotó Maxi.
-¿Partido? -repitió Lena, como si aquella palabra no perteneciera a su
lenguaje, y el chico asintió con cansancio.
-Estamos en el torneo y nos pusieron el partido esta noche -explicó.
-Que mal, ¿a que hora es? -preguntó Clara.
-A las diez y media, casi a la misma hora que la fiesta -dijo Cruz, que
aun seguía mirando a Lena como si quisiera adivinar sus pensamientos.
-Bueno, no se preocupen. Mientras lleguen está todo bien -le aseguró con
una sonrisa y el chico sonrió.
-Sos la mejor, -dijo, acariciándole la mejilla en un gesto rápido que le
cortó la respiración de forma literal. “Respira, respira” se susurró a si
misma.
-Ahora nos toca solucionar como vamos, -comentó Maxi, pasando
distraídamente el brazo por el hombro de Clara- eso todavía no lo solucionamos.
-Auto, papi -le contestó la chica y este río con burla.
-Claro, ¿y me lo conseguís vos al auto? -le preguntó- ¿con carnet y
todo? -preguntó y la chica puso los ojos en blanco.
-Pensaba en un taxi -le espetó- o en un papá piola… -comentó y Maxi río.
-No, querida, los papás piolas se acabaron después de la última fiesta
-señaló- mi viejo me pega una patada antes de ir a buscarme a las seis de la
mañana de nuevo…
-El mío también -admitió Cruz- aparte el club está del otro lado de la
ciudad, sería un quilombo total…
-Y bueno, taxi es lo único que tienen muchachos -dijo Pau y los dos
sacudieron la cabeza.
-Esta noche me va a quemar toda mi plata -suspiró Maxi.
-Vale la pena por la fiesta de Lena -comentó Pau y el chico ladeó la
cabeza, pensativo.
-Y… no tanto -bromeó, pero solo Clara río, callándose al instante.
-Mal comentario, amigo -le susurró Cruz por lo bajo y lo agarró del
cuello para arrastrarlo lejos de la zona de peligro- bueno, chicas, nos vemos
más tarde… -saludó y miró a Lena- ¿segura de que solo hablaban de regalos?
-preguntó una vez más y el corazón de la chica saltó, haciendo un esfuerzo
sobrehumano para no mostrar ninguna emoción.
-Segurísima -dijo y una sombra de decepción cruzó por el rostro del chico,
pero se extinguió tan rápido como había aparecido, su sonrisa volviendo al
ataque.
-Genial, -dijo, y saludando de nuevo, ambos chicos se fueron.
-Eso fue extraño -comentó Clara- ¿Qué onda esa última pregunta?
-No es que fuimos unas maestras del disimulo -comentó Pau con leve
ironía- lo de la cruz ya fue una idea desesperada…
-Sí, no tengo la menor idea de donde se me ocurrió… -admitió Lena- ¿no
se habrá molestado de algo? -sugirió y sus amigas la miraron, arqueando una
ceja.
-Hasta donde yo sé, la única que puede enojarse sos vos -apuntó Clara-
aunque está vez hay que echarle la culpa al futbol ¿Quién pone un partido un
viernes a la noche? Gente sin vida social…
-Igual no importa mientras vayan -determinó Pau, mirando a Clara con
intensidad para que midiera sus palabras.
-Sí, eso es cierto -tuvo que admitir Lena, cuando un miedo frío sopló su
espalda- ¿ustedes no creen que no vayan a aparecer, o si? -preguntó, poniendo
tal cara que ninguna tuvo el corazón como para siquiera plantearse esa opción.
-¡Obvio que no! -exclamaron al unisonó.
-¿Te pensas que estaría tan tranquila si Ivan no fuera a venir?
-preguntó Pau, refiriéndose a su novio- ¡lo estaría matando en este momento!
-exclamó y las dos chicas rieron- no, seguro que él los convence de ir…
-Claro, -comentó Clara,- aparte, Lena, si no llegan a aparecer yo
personalmente me voy a encargar de ellos. Si valoran tener hijos alguna vez, me
van a hacer caso a mí -le aseguró y la chica sonrió, algo más relajada.
-¡Obvio! -dijo Pau, burlona- ¡un metro cincuenta y cinco de puro terror!
-dijo y Clara la empujó.
-Tarada.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario