Capitulo 7
Media hora después
llegamos al aeropuerto. Lucíamos tan desastrosos, con la ropa rota y cubiertos
de tierra, que pensé que nos echarían apenas pusiéramos un pie dentro, pero el
guardia solo frunció la boca al vernos pasar.
Lon nos había
esperado en la puerta. Como no podía entrar suelto, tuvimos que conseguirle una
jaula, algo que no le hiso muy feliz. Cada tanto le daba picotazos a las
rejitas, estando a punto de partirlas.
-¡Lon basta! -le
ordené, al ver que una de ellas tenía la marca de su pico.
Él parecía
avergonzado.
-Es que… odio a las
jaulas… opresoras de pájaros indefensos -murmuró, pero le ignoré.
Fuimos a una de las
filas y esperamos. Cuando llegamos a la recepción, una chica joven, de unos
veinte años, nos atendió. Al ver a Pyró, se le quedó mirando sin disimulo
alguno.
-Disculpe, tenemos
un viaje para Brasil hacia Brasilia, ¿podría decirnos donde debemos ir?
-pregunto él y sonrió.
La chica,
incomprensiblemente, se sonrojó. Preguntó si teníamos papeles para poder viajar
con Lon, a lo que Pyró le entregó un papel. Luego de unas cuantas sonrisas, él
había logrado cambiarnos los asientos por unos de primera clase.
-Podrías haberle
pedido el teléfono al menos -le dije al irnos, viendo como la chica todavía lo
seguía con la mirada. Él puso los ojos en blanco, sin dignarse a contestar.
Gracias a Dios no
perdimos mucho tiempo embarcando, solo unos minutos. Finalmente a las diez de
la mañana ya estábamos encima del avión. No sabía cómo había hecho Pyró, pero
nos dejaron tener a Lon con nosotros en la primera clase. El pobre quería salir
de la jaula, pero eso sería presionar demasiado las normas. Ya teníamos las
miradas despectivas de las sobrecargos solo por tenerlo en la jaula. Sentí
lastima por él. Estar encerrado en una por casi tres horas no era algo que
desearía.
-Despertame cuando
aterricemos -pidió Pyró, cerrando los ojos y recostándose en el asiento.
Lo miré con odio.
Si no me dejó dormir tranquila, él tampoco iba a poder hacerlo. Agarré un hielo
de mi coca-cola y se lo metí por la remera. Esperaba que se sobresaltara, pero
él no se inmutó por el frío, solo mirándome con odio. Noté, extrañada, que el
hielo se había evaporado.
-Perdón –dije de
todos modos, sarcástica, y sonreí.
Él se tiró sobre el
asiento y resopló.
La voz de la azafata
sonó por los parlantes.
-Señores pasajeros,
vamos a despegar, tengan sus mesitas en posición vertical…
Miré a Pyró y note
que había puesto pálido e inquieto, respirando agitadamente.
-¿Le tenes miedo a
volar? -le pregunté, sorprendida.
Él me miró con mala
cara.
-Por supuesto que
no -dijo, pero el avión empezó a moverse y sus ojos se movieron frenéticos.
Hasta la tonalidad había cambiado, tornándose a un azul más verdoso.
Yo me le reí.
-Por supuesto que
sí.
-¡Que no! –replicó,
furioso- solo estoy cansado por la magia que hice para salvarte a vos -dijo de
mal modo. Aun así no me engañaba. Sus manos se apretaban fuertemente en los
apoya brazos.
-Sí, claro, ¿Qué
fue ese fuego azul? -le pregunté y él palideció más de lo que ya estaba.
-No hubo ningún
fuego azul –declaró y se dio vuelta, dándome la espalda.
-Sos un idiota -le
dije y miré por la ventana.
El cielo por sobre
el aeropuerto estaba azul, pero a unos cuantos kilómetros unas nubes de
tormenta relampagueaban bajo el sol matutino. Sentí un cosquilleó en las manos,
mirando ávida hacia las nubes, cuando Lon me sacó de mis pensamientos. Este se
agitaba inquieto en su jaula, llamando la atención de los demás pasajeros.
Agarré la comida que nos habían servido y comencé a ofrecérselas, intentando
calmarlo.
Sentía a mi mente
divagando en muchas cosas: la pelea que habíamos tenido, la misión que debíamos
enfrentar; pero la mayoría de mis pensamientos iban hacia Pyró, algo de lo que
no me encontraba orgullosa. Él seguía evitando mi mirada, acostado con los ojos
cerrados, pero sabía perfectamente que no estaba durmiendo. Tenía la sensación
de que me ocultaba algo importante, y tenía una fuerte corazonada de que aquel
fuego azul tenía que algo que ver con ello. Su expresión al momento de
mencionarlo lo acusaba.
Le tuve que dar
crédito por estar en primera clase. Las azafatas eran muy amables y me traían
todo lo que quería. Los demás pasajeros me miraban extrañados, observando mi
ropa rasgada y sucia o a Lon, pero no les di importancia. Estaba acostumbrada a
esa clase de miradas y mi protector había terminado tranquilizándose luego de
recibir algunas semillas de girasol.
Sin embargo, yo no
podía sacar mis ojos de la tormenta, regresando la mirada una y otra vez hacia
la ventanilla. A cada momento nos acercábamos más y más, inquietando a todos
los demás. Ya los fuertes vientos habían comenzado a producir pequeñas
sacudidas en el avión. Mis sentidos me advirtieron de que si llegábamos a la
tormenta, sería peor.
Lamentablemente,
tenía razón. Tan solo unos minutos después, todo el avión se sacudió con
fuerza, siendo empujados hacia adelante con violencia. Algunos gritaron,
asustados.
La sacudida al
menos logró despertar a Pyró, quien me miró frenético.
-¿Qué hiciste? -me
preguntó, como si tuviera la culpa.
-Hay turbulencia,
genio -apunté, enojada.
La voz del piloto
se escuchó por los auto parlantes, informándonos de que sufriríamos de
turbulencia y que debíamos colocar las bandejas verticalmente. Pyró se puso blanco
como un cadáver, agarrándose de los apoya brazos con fuerza. Vi que varios le
imitaban.
Y a pesar de que la
experiencia era terrorífica, con el avión sacudiéndose violentamente y
amenazando con caerse, yo estaba fascinada. Sentía a todo mi cuerpo vibrar en
una corriente y la agitación era casi incontenible. En general las tormentas
siempre me habían me habían gustado, pero nunca me habían emocionado tanto como
esta vez.
El avión se volvió
a sacudir, dando un salto hacia abajo, y los respiradores cayeron frente a
nosotros. El pánico se extendió por todos los pasajeros. Gritos y llantos se
escucharon por todo la cabina. El avión volvió a sacudirse y algunos bolsos se
escaparon del portaequipaje, cayendo sobre algunos pasajeros.
Miré a la ventana.
Estábamos pasando por el centro de la tormenta, bajo nubes tan oscuras que
bloqueaban la luz del sol; solo teniendo a los rayos y relámpagos para iluminar
aquella imponente oscuridad. Entonces un rayo relampagueó junto al avión,
iluminándonos en un flash cegador que obligó a todos los pasajeros a desviar la
vista. Pero yo me quedé observando, notando como las corrientes eléctricas
atravesaban el espacio y dibujaban lo que parecía un rostro de una mujer
sonriente.
Entonces se esfumó
y todo se calmó.
El avión se
estabilizó y la gente, que había estado gritando y agarrándose con fuerza de
sus asientos, comenzó a enderezarse, lentamente recuperando la compostura. Pyró
se soltó de los apoya brazos y abrió los ojos.
-¿Ya pasó?
–preguntó, mirando hacia la ventanilla alterado.
-Sí, creo que si…
-le contesté y miré de nuevo a la ventana. Aquellas nubes se iban quedando
atrás, alejándose de nosotros en relámpagos y centellas. Una sensación helada
me recorría la espalda. Sé que parecía una locura, pero estaba segura que el
rostro dibujado por rayos no era coincidencia. Debía ser real, simplemente no
podía haberlo imaginado…
Y estaba segura de
que era mi madre.
A la hora, el avión
estaba aterrizando en el aeropuerto de Brasilia. Nunca había conocido Brasil y,
por lo que llegué a distinguir desde el avión, era muy hermoso y enorme.
El aeropuerto
estaba lleno de gente, dividiéndose entre los restaurantes o los negocios, pero
Pyró, ignorando totalmente que ya era hora de almorzar, me llevó directamente a
un servicio de minibuses. El próximo salía en diez minutos y él arregló todo
para poder ir en el.
-Obrigado, que tenha um bom dia[1]
–dijo al conductor y me le quedé mirando.
-¿Sabes portugués?
-le pregunté.
-Sé muchos idiomas
-dijo simplemente y no dijo nada más.
A los diez minutos,
puntualmente, nos subimos al minibús. Lon dijo que nos seguiría desde el aire y
no hice nada para detenerlo. Después de todo, había estado atrapado casi cuatro
horas en una jaula.
-¿A dónde vamos?
-le pregunté a Pyró.
-A la terminal de
ómnibus.
-¿Pero no vamos a
tardar mucho tiempo? -pregunté.
-Solo un poco.
Debemos tomar un ómnibus para Porto Velho. Las hadas están a unos kilómetros de
ahí.
-Pensé que ellas
vivían en el Amazonas –admití, confusa por el cambio de dirección.
-No exactamente -me
contestó- la corte está en un área que no se reconoce como parte de la selva.
-¿Las viste alguna
vez? -le pregunté y él dio un respingo, tensándose.
-Solo una vez, pero
hace mucho tiempo -me dijo.
-¿Cuándo? -le
pregunté y él me lanzó una mirada fría.
-Ese no es tu
problema -me espetó. Lo miré con odio, pero no hice ningún comentario.
Unos minutos
después estábamos en la terminal de autobuses. Había muchísimas opciones para
ir a Porto Velho, pero Pyró eligió la que salía más prontamente y nos compró
pasajes. Pidió permiso para que Lon pudiera viajar con nosotros y nos lo
permitieron, siempre y cuando lo lleváramos en jaula. La idea no le gustó
demasiado a mi protector, pero era lo mejor que teníamos.
El colectivo no
salía hasta dentro de una media hora, así que nos sentamos a esperar. Pyró
desapareció por unos minutos y volvió con dos sándwiches, dos latas de gaseosa,
una botella de agua y una bolsa de semillas para Lon.
-Gracias -murmuré
de mala gana, agarrando la comida que me extendía. Estaba enfadada con él, más
de lo normal. No soportaba que siguiera ocultándome cosas, más cuando sentía
que estas eran importantes.
Él se alejó un
poco, mirando distraído hacia los autobuses. Estaba mirándolo, pensando que
sería aquello que no quería que supiera, cuando Lon me sorprendió.
-Podes confiar en
él, -me aseguró- solo tuvo una vida difícil.
-¿Vida difícil? ¿De
qué hablas? -le pregunté, curiosa, pero mi protector no parecía querer decir
más.
-Será mejor que te
lo cuente él –determinó, volviendo a sus semillas.
-Vamos -dijo Pyró,
apareciendo de pronto para agarrar sus cosas. El colectivo había llegado y él
se había adelantado, sin ni siquiera tener la decencia de esperarme. Enojada,
tomé mi mochila y la jaula de Lon, siguiéndolo.
-Por muy vida
difícil que tuvo, es un idiota -le dije y él dio un picotazo al aire.
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