Un
viento fresco golpeó a John al salir, soplado con fuerza como si el invierno
aun quisiera luchar pese a que la primavera se abalanzaba. Respiraba agitado,
todos sus instintos afilados para encontrar a aquella chica en peligro. El
sonido de una explosión fue llevado por el viento, con el chico pudiendo ver
humo y llamas flotando sobre una de las partes alejadas del parque.
“Legados
del fuego” pensó al instante, cruzando la calle y saltando hacia el césped
verde.
Extrañamente
el parque estaba vacío. John ya estaba sorprendido de que no hubiera oído
gritos o el pánico usual que producían los estallidos y las llamas en un lugar
como ese; pero la falta de personas era completamente inusual. El parque era
hermoso, uno de los pocos lugares realmente vivos dentro de esa ciudad de
cemento, hormigón y rocas. Tampoco era una maravilla completamente accidental,
después de todo, había casi tanta magia bajo la tierra debajo de sus talones
como lo había en sus venas.
Su
padre se lo había explicado hacía largo tiempo, cuando las preguntas sobre su
madre habían aparecido. Había evitado el tema todo lo que pudo, pero finalmente
se rindió al ver lo insistentes que estaban sobre ello. Finalmente les contó
sobre su madre, uno de los pocos espíritus ríos que aun se mantenían con vida.
Él la había encontrado por casualidad, y por la misma razón parecía haberse enamorado
de ella. Lo que si le sorprendió fue que ella le correspondiera el sentimiento.
Vivieron felices por un tiempo, teniéndolo a él y a su hermana; pero finalmente
había tenido que irse. Alejarse de su hábitat lo volvía inestable y débil
frente a la contaminación y el poder humano. Había tenido que regresar para
resguardar lo único que la mantenía con vida y al mismo tiempo, algo del que
dependían cientos de criaturas.
Aunque
dejo algo a su padre para que la recordara: el parque. No era más que un descuidado
y sucio terreno antes de que ella vertiera parte de su magia en el. Dos gotas
cristalinas cayeron sobre la tierra y todo cambio, o así le había contado su
padre a John.
Y
la belleza del lugar no era la única razón por la que le sorprendía de la falta
de concurrencia. La magia era tan poderosa que atraía a los humanos normales
como moscas. No podían ver el brillo y el resplandor del césped o las flores
como él las veía, como tampoco la forma en que la luz se ondulaba entre las
hojas de los árboles, pero no eran del todo ciegos. Podían sentir que allí
había algo especial y simplemente no podían evitar ser parte de ello.
Pero
que justamente no hubiera nadie cuando los legados del fuego estaban atacando a
alguna pobre muchacha, era una coincidencia muy grande. Incluso la ciudad se
sentía desierta.
Estaba
preguntándose sobre eso, cuando se estrelló contra una niebla transparente, no
pudiendo detenerse. Había sido una estupidez de su parte, pero el daño estaba
hecho. La sensación fue como chocar contra una pared. El aire escapó de sus
pulmones tan limpiamente como solo un golpe en el estomago lo hubiera logrado.
Sus rodillas se le aflojaron, doblándose mientras él caía en el suelo, apenas
pudiendo poner una mano en el suelo para no derrumbarse como un trapo inútil.
Sus ojos estaban abiertos a más no poder, en un shock que parecía no dejarle
parpadear, picándole. Dolor, como si corrientes eléctricas le estuvieran
recorriendo el cuerpo y golpearan cada musculo y hueso. Cada vena y piel.
“Un
hechizo” pensó al instante, haciendo un esfuerzo para levantar la mirada hacia
arriba. El cielo pálido ahora se había llenado de colores centellantes y el
aire se había vuelto pesado y vibrante, cargado de demasiada energía que hacía
bailar a las luces como si una aurora boreal hubiera escapado a ese olvidado
barrio de Buenos Aires. Incluso el pasto y los árboles se veían diferentes, más
intensos y vivos, casi pudiendo ver a las ramas agitándose tan grácilmente como
si fueran de seda.
Magia,
eso es lo que había transformado al lugar que él conocía desde su infancia. Una
lo suficientemente poderosa para mantenerse viva en ese lugar y al mismo tiempo
alejar a cualquier curioso entrometido. No sé sorprendía ahora de haberse
doblado como lo había hecho. La sangre de su madre probablemente era la única
razón por la que no estaba desmayado o algo peor.
Los
gritos y explosiones le llegaron con rapidez, sus ojos guiándose hacia el
bloque de humo y fuego con facilidad.
“La
chica” pensó rápidamente. Seguramente debía ser alguna psíquica inocente que
había terminado emboscada; probablemente usando el campo de fuerza para impedir
que ingresaran distracciones. Él tenía que ayudarla.
Haciendo un esfuerzo sobrehumano, recuperó
todo el aire que pudo, comenzando a pararse aun cuando casi significaba
arrastrarse. “Vamos, puedes hacerlo mejor que eso” se dijo a si mismo, y
lentamente absorbió la magia a su alrededor, drenándola del ambiente y
haciéndola circular en su cuerpo. Sabía que era peligroso, pero la magia
rápidamente tomó el control, reponiendo sus energías y curando los nervios
lastimados. Solo un par de pasos adelante más y él ya se sentía recuperado,
lanzándose a correr.
Las
explosiones le llegaban con más fuerza, escuchando arboles partiéndose y el
sonido de metal estrellándose. Su corazón se estaba acelerando, no pudiendo
escuchar nada de la chica. ¿Estaría herida, asustada? Tal vez algún otro legado
como él escuchó la pelea y se aventuro para detenerlos, presionándolo para
apurarse.
Los
sentía tras una línea de arboles, cuando escuchó gruñidos femeninos, sintiendo
el inconfundible sonido de una patada chocando contra metal, con alguien
derrumbándose cerca de los arbustos. Con el corazón latiéndole con fuerza, casi
desesperado, John se apuro a llegar allí, solo llegando a ver a una chica de
cabello largo en el suelo y dos hombres de
varios acercándose con sus armas en mano.
Él
no supo lo que sucedió después, solo sintió que había una fuerza superior a él
que lo empujaba hacia adelante, un miedo fervoroso que parecía a punto de
detenerle el corazón al ver a una nueva chica a punto de fallecer frente a sus
ojos.
Corrió
directo hacia el enemigo cercano, su espada invocándose entre destellos entre
sus dedos, la hoja plateada dibujando un arco bajo hasta chocar con la barra de
su lanza. El hombre pareció sorprendido, pero no llegó a reaccionar antes de
que John le hubiera golpeado de un puñetazo, atrapándolo. El otro se
sorprendió, dirigiendo su espada contra él, pero John empujó a su compañero en
su dirección usándolo de escudo. El otro detuvo la hoja justo a tiempo, pero
John se escabulló de la espalda del atontado, agarrándose de sus hombros y
hamacándose para salir en una patada de doble pierna. el enemigo de la espada
no tuvo oportunidad. el mortífero golpe le dio en plena cara, el brillo rojo de
su nariz partiéndose explotando en el aire, mientras se derrumbaba inconsciente
al suelo. John cayó el suelo, y giró, dándole un golpe de taco en plena espalda
al mareado compañero y este finalmente cayó, derrotado.
-¡Vamos,
te sacare de aquí! -gritó rápidamente, extendiéndole su mano mientras escuchaba
al resto de los hombres gritar sorprendidos, cuando por fin vio a la chica que
salvaba, quedándose congelado de la impresión.
Era
la chica más hermosa que hubiera visto en su vida. Estaba sucia, sangrando y
despeinada, pero le robó el aliento con la fuerza de un golpe. Tenía el cabello
largo y platinado, entretejido en una complicada trenza que ahora estaba
desarmándose. Vestía un equipo de combate, pantalones ajustados y cubiertos por
botas militares en la botamanga; una sucia remera blanca y armadura de pecho,
piernas y brazos. Su rostro parecía una estatua, rasgos cincelados y armónicos,
pétreos tal mármol y de piel tan blanca como el algodón. Sus labios rojos y
vivos sin pintura, sus ojos grises, grandes y bellos, pero al mismo tiempo
peligrosos, filosos como una daga.
Ella
le frunció el seño, mirando su mano extendida como si fuera un insulto y se
paro, alzando la barbilla en un gesto orgulloso y feroz.
-No
necesito tu ayuda -le espetó- vete de aquí -le ordenó, empujándole a un lado y
avanzando hacia los hombres que ahora se lanzaban sobre ambos con una lanza en su mano.
John
se quedó observándola perplejo, mirándola pelear ferozmente contra el número
superior de enemigos que no parecían detenerse en llegar. No había esperado
eso, debía admitir. Él creía que corría a socorrer a una persona indefensa, no
una chica violenta y dura que ahora lanzaba a un enemigo por encima de su
cabeza.
“No
necesito tu ayuda” le había gritado, como si hubiera sido él quien había estado
a punto de asesinarla. Incluso cuando le había empujado, John tenía la
sensación de que hubiera querido abofetearlo. Eso lo enfureció. Él no se
merecía eso. Él estaba intentando ayudar y eso era exactamente lo que iba a
hacer ahora.
Sin
importarle la mirada centellante de ella, se metió en la pelea, golpeando la
parte de atrás del cuello de un atacante cuando este se escabullía en la
espalda de la chica. Este se derrumbo al instante, con la chica volteándose
sorprendida hasta verle allí parado. Sus ojos se estrecharon, sus labios
dibujando una mueca furiosa antes de gruñir. Entonces se giró a los otros dos
hombres que luchaban contra ella, golpeándole un certero golpe de rodilla en
pleno pecho a uno y haciéndole doblar en dos. Al instante rodo por encima de su
espalda, enganchando us brazo en el brazo del hombre y lanzándole volando
contra sus compañeros una vez que piso tierra. Este golpeó contra ellos,
derrumbándoles como una bola a pinos de bolos.
Entonces
la chica se dirigió a él, furiosa.
-¡Esta
no es tu pelea, vete de aquí, legado! -le gritó, relámpagos centellando en sus
ojos y haciendo que el chico se quedara mudo por un instante; al menos hasta
que vio el fuego volando hacia ellos.
-¡Cuidado!
-le gritó, agarrándola del hombro y saltando hacia un lado. Las llamas pasaron
a un lado, incendiando un árbol en su lugar. La chica se sacudió de su agarre,
aun más molesta.
-¡Deja
de salvarme! -rugió, cuando un sonido de risas maliciosas se filtraron entre la
arboleda, con varios hombres más saliendo.
-¿Necesita
ayuda, Leian? -preguntó uno que se encontraba delante de los demás, como un
líder entre todos esos hombres marcados en tatuajes rojos y negros- jamás lo
hubiera imaginado de usted…
-¡Cállate!
-le gritó la chica, sus ojos vertidos en el más profundo odio- ¡¿Cómo te
atreves a decir mi nombre, tú, escoria?! -rugió, buscando su lanza como si
quisiera lanzársela en la cara, y el hombre río.
-¡Ya
no está en su tierra, Leian! -gritó este- ¡vos ya tendrías que saberlo! -declaró,
mirando la sangre que corría en el brazo de la chica con desdén. Está gruñó aun
más furiosa, a punto de lanzarse contra ellos, pero John la agarró,
arrastrándola atrás antes de que otra llamarada corriera en su dirección.
-¡No,
suéltame! -gritó la chica, pero él la agarró desde la cintura, cargándola y
llevándola a correr entre los árboles.
-¡Nada
los salvara! -canturreó el líder a su espalda.
John
aun así corrió con toda la fuerza de sus pies, intentando llegar hacia más allá
de la barrera. Aun así, no había llegado a correr demasiado cuando sintió piernas
atrapándole el cuello. Antes de que pudiera hacer algo, el aire se cortó, con
un enorme peso lanzándole hacia adelante y haciéndole estrellar la espalda
contra el duro suelo. John nada pudo hacer antes de que su brazo terminara
atrapado entre las piernas de la chica, sus tobillos clavándose sobre la unión
de sus costillas y las manos de ella presionando su brazo hacia un ángulo
doloroso.
-¿Quién
eres? ¡¿Cómo te atreves a sacarme así?! -gritó.
-¡Estaba
intentando salvarte! -masculló él, apenas pudiendo hablar al sentir ese dolor
punzante del codo siendo empujado a una posición antinatural.
-¡No
necesito ser salvada! -le espetó ella.
-Si,
se nota, -comento entre dientes y cargado de sarcasmo, haciendo que ella
presionara con más fuerza- ¡hey, no voy a dejarte sola con ellos! -le gritó y
se las arregló para mirarle,- vas a tener que matarme si no me queres acá
-declaró, haciendo que la chica le mirara sorprendida por un segundo antes de
cambiar a su expresión más conocida de hastío.
-Mantente
fuera de mi camino y tal vez no considere esa opción -dijo, soltándole- vamos,
tenemos que correr -ordenó, agarrándole de la remera y levantándole con una
fuerza sorprendente.
-Espera…
-dijo John, pero ella no estaba para escuchar sugerencias. Simplemente lo
agarró del hombro y lo arrastró tras ella, obligándole a correr a los
tropezones.
-Tenemos
que movernos -gritó la chica, mientras alcanzaba mayores velocidades,- Jorge
tiene hombres desplegados en todo el parque -señaló.
-¿No
podemos irnos? -preguntó John,- podemos buscar ayuda… -dijo, pero la palabra
hiso centellar ira en los ojos de la chica, interrumpiéndolo al instante.
-Puse
un hechizo para impedir a la gente pasar o salir. Estamos atrapados hasta que
no los derrotemos -replicó y un escalofrío corrió por la columna del chico,
mirándole perplejo.
-¿Hechizo?
-preguntó casi con miedo,- ¿fuiste vos…? -empezó a decir, cuando ella lo empujó
tras un árbol, protegiéndole cuando dos lanzas pasaban volando por el espacio
que ellos acababan de abandonar.
-Eso
no importa, -dijo la chica, frunciendo el seño- vas a tener que seguirme si
queres sobrevivir, chico, -declaró y él la miró ceñudo.
-Me
llamo John, John Grey -apuntó, molesto.
-Bien,
vamos, -dijo, saliendo del escondite y agarrando una de las lanzas. Giró, veloz
como un tornado, y la lanzó hacia los árboles, con uno de los cuerpos vestidos
de negro hundiéndose entre el verde con un grito- ¡Ven! -gritó al perplejo
John, tirándole de la remera para correr.
-¡Allá
van! -gritó uno de los enemigos, con una lluvia de flechas y lanzas
siguiéndoles. La chica pronto frenó, casi resbalando mientras lo empujaba a
otra dirección.
-¡No
vamos a poder seguir corriendo por siempre! -gritó John, justo cuando una llamarada
de fuego voló frente a ellos, haciendo trizas a un árbol que se derrumbó en
llamas. Los dos resbalaron en tierra, apenas pudiendo detenerse.
-¡Tenías
que hablar! -le gritó la chica, como si aquella llamarada hubiera sido idea
suya. Dos hombres se adelantaron, sus manos encendidas en llamas mientras
disparaban bolas centellantes hacia ellos. John rodó, saltando hacia un árbol
para cubrirse, mientras Leian rodó hacia atrás, levantándose en una perfecta
vertical. Otra llamarada fue a sus pies, pero ella se las arregló para saltar
hacia un lado, pasando las piernas como en una medialuna pero sin apoyar las
manos. Dio otro salto mortal, agarrándose de una rama y lanzándose en un giro
hacia adelante, golpeando al primero y al segundo en dos tremendas patadas.
Cayó al suelo en una caída hacia adelante y se paró, prolija y sencilla.
-¿De
dónde saliste? -preguntó John, mirándola con la boca abierta, y ella pareció
sorprenderse, no esperando un cumplido, cuando una saeta zumbo a su lado,
rozando su mejilla. Su expresión dura se abrió paso a toda velocidad.
-¡Vamos,
hay que seguir! -gritó, agarrándole y levantándole con rapidez.
-¡No
vamos a poder seguir así por siempre! -le gritó él y ella suspiró.
-Lo
sé, sos muy lento -apunto, y el chico frunció el seño, estando a punto de
replicar, cuando sintió el silbido de una vara llegando a ella, agarrando a la
chica antes de que siguiera corriendo y empujándole atrás. La vara cruzó
exactamente donde estaba su cabeza, clavándose en el suelo.
-¡Deja
de salvarme! -se quejó ella, y él le sonrió con arrogancia.
-Claro,
porque yo sigo siendo muy lento, ¿verdad? -le espetó, y la chica resopló,
molesta, pero sin comentarios para hacer.
-Tenemos
que seguir moviéndonos -dijo, llevándole a correr otra vez.
-¡No
siga huyendo, Leian! -gritó la voz del líder entre las hojas,- ¡Creía que tenía
más honor que eso! -se burló y los ojos de ella centellaron, brillando en luces
blancas y furiosas mientras giraba hacia el enemigo, pero John la detuvo
empujándole a seguir, conteniéndola con toda su fuerza.
-¡Déjame
ir! -le gritó ella, pero él resistió, apretando los dientes.
-¡Es
lo que ellos quieren! -masculló, empujando un poco más, cuando escuchó un
sonido silbante, demasiado rápido como para que pudiera mirar por sobre su
hombro. Un segundo después, una vara se introdujo en su pierna, dolor punzante
y tirante extendiéndose por todo su cuerpo mientras algo húmedo empapaba sus
pantalones. El olor a sal le llegó a la nariz.
Sangre.
-¡Oh,
no! -gritó Leian, mirando horrorizada hacia abajo. El hiso lo mismo, solo para
encontrar su propia pierna atravesada por una flecha punzante y teñida de
escarlata.
Como
si sus pobres piernas no hubieran ya sufrido suficiente ese día.
-Tranquila,
no es nada… -iba diciendo, pero ella le había agarrado del hombro, cargándole
para avanzar a trompicones. Al instante el dolor se volvió tan agudo que John
no pudo evitar gritar, su mente embotada como si la hubieran sacudido en una
secadora.
-¡Te
sacare de aquí! -le gritó la chica, mordiéndose el labio con molestia, gesto
que si John no hubiera estado muriéndose de dolor, le hubiera resultado
encantador- maldito estúpido, ¡no tenías que meterte en el medio!
-Sí,
gracias por el apoyo -masculló el chico, conteniéndose las muecas de dolor y
gruñidos mientras corrían lo mejor que podían hacia una línea de arbustos.
-Oh,
demonios, -dijo la chica, nerviosa y apurada, apoyándole contra un árbol- vos
quédate acá mientras voy a pelear con ellos… -le ordenó, pero él negó
rotundamente con la cabeza.
-¡Ni
se te ocurra que voy a dejarte sola! -le espetó, molesto, pero ella lo empujó
abajo, escuchando el sonido de los enemigos gritando y avanzando.
-No
necesito tu ayuda, John Grey -declaró ella secamente y el chico quedo perplejo
al escucharle mencionar su nombre, solo pudiéndole mirar sorprendido antes de
que ella le dirigiera una pesada mirada y corriera hacia los enemigos.
-¡Quédate
allí! -le gritó y él intentó alcanzarla, pero ella se había desvanecido tras la
pared de hojas, grácil y veloz.
-¡No!
-gritó, intentando arrastrarse hacia allá, cuando su herida escoció,
arrancándole un grito de dolor. Miró horrorizado hacia adelante, esperando ver
a Leian de nuevo entre las plantas, pero los sonidos de guerra aumentaron, solo
significando una cosa. Los nervios le sacudían el corazón, latiendo
fervientemente mientras se imaginaba a la chica peleando sola entre todo el
grupo de enemigos. John sabía que ella podía defenderse bien, pero no hubiera
sido la primera vez que viera a un bien y entrenado compañero caer frente a la
oscuridad. Y ahora ella podría morir allí, con él solo descansando en la hierba
mientras todo sucedía…
“No,
eso no va a volver a suceder” prometió violentamente, agarrándose presuroso la
flecha y partiéndola. Gruñó, con la madera removiéndose y tirando en los
músculos, pero se aguanto el dolor, agarrando el extremo hundido en la piel y
tirándolo fuera en un cortó y seco movimiento. Un espasmo de dolor le corrió
por todo el nervio, pero el respiró hondo, parpadeando rápidamente para no
dejarse marear. Tiró de su remera y, arrancándose un buen pedazo, se vendó lo
mejor que pudo; parándose cojeando y agarrando su espada del suelo antes de ir
en busca de la chica.
Se
abrió paso entre la maleza, haciendo caso omiso a las ramas que picaban en su
herida y los vio. Estaban todos reunidos allí, en ese pequeño claro, al menos
nueve enemigos y Leian luchando violentamente. Al verlo ella abrió mucho los
ojos, desconcertada y casi preocupada, pero sobre todo molesta.
-¡No,
John! -gritó, y Jorge se giró hacia el chico, mirándole con malicia.
-¡Atáquenlo!
-ordenó y tres hombres corrieron a su encuentro.
“Genial”
pensó el chico, ¿Por qué no solo podría aparecer sigilosamente y atacar por
sorpresa? Eso hubiera hecho su vida más sencilla. Sin embargo, apretó su espada
y avanzó hacia sus enemigos.
La
pierna era una maldición. Ya la sentía curándose, pero aun no podía moverla
bien lo que lo mantenía clavado en un único metro cuadrado que solo hacía más
pequeñas sus oportunidades de sobrevivir. Para colmo de males, los enemigos estaban
lo suficientemente entrenados para ser un suplicio. John solo podía agradecer a
las interminables horas de entrenamiento para poder mantenerse con vida.
Se
libró del primero luego de un pequeño descuido, logrando estrellarle el mango
de su espada en la base del cuello, justo encima de la unión de las costillas.
El hombre se derrumbó, agarrándose el cuello con ambas manos y haciendo
arcadas; pero pronto John le pateó al suelo, con este quedándose allí inmóvil.
Los
otros dos no fueron igual de sencillos. Se le vinieron encima tan ferozmente
que incluso tuvo que arrastrarse hacia atrás, su pierna haciendo surcos en la
tierra salida. Había logrado desviar a uno solo para que el otro lo empotrara,
empujándole ferozmente hasta un árbol y haciéndole perder la espada en el
camino. El aire se esfumó rápidamente de sus pulmones en la fuerza del choque,
lo que no ayudo en nada para cuando el enemigo le cerró las manos en el cuello;
solo haciendo sus arcadas por aire más desesperadas. Sus músculos perdían
fuerza. Su corazón palpitaba tan fuertemente que parecía chocar contra sus
costillas. En segundos simplemente colapsaría.
Desesperado,
intentó recordar todo lo que sabía de lucha y anatomía, y tomo los brazos del
atacante, tomándole desprevenido mientras hincaba sus dedos en el espacio bajo
el codo y el hueso. El hombre chilló, atrapado por ese dolor de nervio mientras
aflojaba su agarre, dándole a John la fuerza de una bocanada de oxigeno. Lo
agarró con más fuerza y lo atrajo hacia sí, estrellándole un fuerte cabezazo
que le dejo mareado y débil. El otro compañero llegó entre gritos a la ayuda de
su compañero, y John atrapó al caído, usándolo como escudo mientras se las
arreglaba para escapar.
-¡John,
vete de aquí! -gritó Leian, pero él no quería escucharla. Sabía que estaba en
un lugar incomodo, probablemente pudiendo morir si no tenía cuidado, pero no le
importaba. No iba a volver a irse. No iba a dejarla a ella regalada a los
enemigos cuando él aun podía distraerlos o al menos hacer algo.
-¡Pobre
Leian! -se burló Jorge, quien batía
contra ella con gran talento,- ¡Debe sentirse especialmente inútil al no poder
deshacerse de mortales como nosotros! -replicó y una hoja centelló en su
barbilla, arrancándole la sonrisa mientras las gotas de sangre volaban por el aire.
Miró a la chica horrorizado y la vio armada con sais, pequeñas armas punzantes
que venían de a par, luciendo enfadada y arrogante.
-No
tanto -replicó, girando y lanzando una patada que Jorge apenas pudo evitar.
“Al
menos ella puede mantenerse” pensó John.
Él no parecía tener esa suerte por el momento. Su estúpida pierna no parecía
repararse del todo, probablemente habiendo avanzado, pero siendo prácticamente inútil
por el momento; algo que no pasaba desapercibido a su enemigo en armas. Le
presionaba a moverse a cada momento, esperando el instante adecuado en que se
moviera más lento para ensartarle.
Pensamiento
inspirador, debía admitirse.
Cuando
por fin pudo conectar un golpe, un endeble puñetazo a su pecho, el hombre
parecía especialmente molesto. Gruñó, adelantándose con ferocidad y golpeando
con todas sus fuerzas su pierna herida. John gritó, su pierna alzándose y
haciéndole perder el equilibrio hasta caer sobre la tierra.
-¡John!
-gritó Leian, molesta y preocupada, pareciendo querer correr a ayudarle, pero
el chico, tal como ella, no quería ayuda. No cuando suponía una distracción
demasiado cara. El enemigo se agachó con la espada apuntando al pecho, gritando
enfurecido, pero John se las arregló para evadirle, levantando su pierna en un
salto de tijera y golpeando con toda la fuerza que pudo el brazo que sostenía
el arma. El enemigo gruñó, soltando el arma punzante que John se aseguró de
lanzar a un lado. Por un segundo de alivio creyó que estaba a salvo, cuando el
enemigo le piso la pierna, arrancándole un aullido de dolor mientras el otro
sacaba un cuchillo de su campera, alzándole con una mueca de odio y malicia.
Podía
haber invocado su espada, una lanza o incluso un cuchillo de untar para
intentar defenderse; pero no podía hacerlo, encontrándose en ese momento en el
que veía a su apestoso día con lentitud, mientras el arma del enemigo avanzaba
dolorosamente pausado hacia abajo.
“Al
menos pude conocerla” se sorprendió de pensar, lamentando no poder verla una última
vez, solo quedándole desear que pasara pronto; cuando un enorme y brillante
destello blanco se incendió a la espalda del enemigo, un segundo incandescente
de luz antes de que algo golpeara contra su espalda, haciéndole abrir los ojos
en dolor y lo levantara como un globo atrapado por el viento, empujándole tras
de John a la velocidad de un tren.
El
chico quedó con el corazón latiendo desorbitado, no comprendiendo de donde
había venido eso, hasta que vio a Leian del otro lado del claro, mirando hacia
ellos tan furiosamente como antes, pero con sus ojos blancos y cegadores. Arcos
eléctricos brillaban en todo su cuerpo, contoneándose a su alrededor como
enredaderas vivas y audaces.
“Magia
del rayo” pensó John, sin aliento, pero eso era imposible. La descendencia de
la tormenta y el rayo se había acabado hacía casi tres siglos. Ella no podía
tener esa magia, no a menos que…
Y
entonces la verdad lo golpeó de pronto, entendiendo por fin la verdad que había
estado restregándose en sus narices y había sido demasiado ciego para ver.
Jorge
y sus hombres habían retrocedido en pleno horror, con el líder especialmente
asustado frente al espectáculo.
-¡No!
-chilló, frunciendo el seño en desconcierto,- ¡usted no puede hacer esto!
-gritó y Leian se giró hacia él, una sonrisa espeluznante dibujándose en sus
labios mientras el cielo encima de sus cabezas se volvía negro y rugiente, con
toda la magia de colores y brillos escondiéndose de puro temor.
John
no podía culparlos. El mismo estaba asustado.
-¿Acaso
no me habías llamado, Jorge? -preguntó burlona, y sus ojos brillaron con más
intensidad mientras el ozono batía por el aire, la luz blanca brillando entre
las nubes- ahora me tendrás -dijo y Jorge apenas tuvo tiempo de chillar una
orden de retirada cuando el primer rayo cayó, una fuerza demoledora y cegadora
que cortó el cielo en dos, cayendo entre el grupo de hombres y haciendo volar
el suelo con la fuerza de una bomba.
Todos
salieron despedidos por los aires, empujados por los arcos que aun saltaban
sobre la tierra y brotaban como raíces. John temió que moriría electrocutado y
ciego, pero las corrientes se detuvieron antes de llegar a él, con otro rayo
cayendo allá donde los otros intentaban huir. Y así, rayo tras rayo cayó sobre
el parque, creando una jaula de corrientes electrificadas que mantenía a los
enemigos volando de rincón a rincón, gritando piedad y misericordia mientras
los picantes arcos se batían entre sus piernas.
Entonces,
los rayos pararon, con ella mirando a Jorge con una mirada mortal.
-Ahora
vete -le ordenó, y truenos rugieron sellando sus palabras. Jorge parecía
furioso, pero era lo suficientemente cobarde e inteligente para saber que esta
vez no podría vencer. Miró a Leian con odio atroz y entonces sacó un objeto de
su bolsillo, una bola de cristal negra y vaporosa y la sostuvo en alto.
-¡Nos
volveremos a encontrar! -prometió y aunque un rayo batió hacia ellos, Jorge fue
más rápido. Lanzó la pequeña bola al suelo y esta los consumió en un humo negro
y denso hasta hacerlos desaparecer. El rayo paso entre esto como si fuera humo
y golpeó un árbol, partiéndolo en la mitad en un estruendo de luces y llamas.
John
no se atrevía a moverse, su corazón y pecho palpitando hondo y rápidamente
mientras veía que el aura blanca de Leian lentamente desvanecerse; con el cielo
degradándose a un gris más común. Él la miró en pleno estupor, azorado incluso,
hasta que sus ojos volvieron a la normalidad, esos ojos grises y brillantes tan
tronantes como las nubes de arriba.
Solo
que esta vez no parecían tan lustrosos, sino que palidecían rápidamente,
drenados de energía. Su piel se puso aun más pálida, la sombra de sus ojos
volviéndose violácea, mientras un violenta fiebre parecía atacarla como un
vendaval descontrolado. Y John se asustó, habiendo visto esos síntomas las
suficientes veces como para saber lo que vendría a continuación.
Las
rodillas de Leian golpearon el suelo en un parpadeo, ella cayendo al suelo con
sus ojos cerrándose, su pelo bailando como una cortina gris en el viento antes
de desparramarse en el suelo. John se arrastró cojeando hacia ella, el corazón
en la garganta de la intensa preocupación que ahora mismo no podía razonar.
-¡Leian!
-llamó, sacudiéndola, esperando que la ira de escucharle decir su nombre la
trajera de nuevo, pero ella no despertó. Por más veces que él la llamara, ella
se quedo laxa y dormida, moviéndose como un títere frente a las sacudidas. Y,
si los cielos lo creían posible, se veía igual de hermosa que antes o tal vez
más ahora que su seño fruncido había desaparecido. En cambio allí parecía
relajada, sus rasgos armoniosos tranquilos como la corriente atrapada del
dique. A John se le disparó el corazón.
Miró
alrededor, viendo como el brillo de la magia se desvanecía. El hechizo que
había encapsulado al parque seguramente ya había desaparecido. La tormenta aun
rugía con dolor en las alturas, peleando ferozmente por latir en el cielo.
John
miró solo una vez más a Leian y simplemente hiso lo que su corazón le dictaba.
Se arrodilló, poniendo un brazo bajo el cuello de ella para agarrar el hombro
contrario y deslizó el otro bajo sus piernas; levantándose con un gruñido.
Leian colgó suavemente en sus brazos, con el chico casi sonriendo al imaginarse
los gritos avergonzados y molestos de ella si pudiera ver lo que estaba
haciendo.
Rengueando
comenzó a caminar hacia su casa de nuevo, pensando en la increíble posición en
la que se encontraba. En cómo esta mañana solo podía sentirse un completo
perdedor y ahora tenía a esa misteriosa chica en brazos, esa chica que era más
que una humana, más que un simple descendiente como él. Esa chica que era
poderosa y orgullosa, capaz de desencadenar las peores tormentas sobre el
mundo.
El
espíritu del Rayo y la Tormenta.
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