Capitulo 9
Me despertó una luz
del techo, escociéndome hasta hacerme abrir los ojos. Desorientada, parpadeé un
par de veces antes de que la habitación que me rodeaba cobrara forma. Era
pequeña, de dos camas y un baño. Junto a una pared, sobre un mueble, reposaban
mis cosas y la de Pyró. Estaba acostada sobre una de las camas, arropada por
las sabanas. La inquietante sensación de que me había quedado sola me recorrió.
Intenté pararme, pero al más leve movimiento, sentí un mareo y me volví a
derrumbar.
-¡Alma! -gritó una
voz y una cosa gris voló hacia mi. Era Lon, por supuesto. Tenía la cabeza
vendada, pero lucía tan inquieto y feliz como siempre.
-¿Qué paso? ¿Dónde
estamos? -le pregunté, haciendo un esfuerzo para incorporarme para mirarlo
mejor.
-Estamos en el
pueblo de Cuiabá -me respondió- Erik nos trajo a este hotel para pasar la
noche.
Calculando todos
mis movimientos, me enderecé un poco más, apoyándome contra la baranda de la
cama. Me mareaba un poco, pero al menos no me sentía tan débil.
-¿Qué me paso? -le
pregunté.
-En realidad, no lo
sé, -me contestó y chasqueó el pico con vergüenza- estaba desmayado cuando
paso, pero llevas desmayada cerca de doce horas.
-¡¿Doce horas?!
-pregunté asustada- ¿Qué hora es?
-Cerca de las cinco
de la mañana.
-¿Y Pyró? -le pregunté.
-Salió a buscar
comida…
-¿A las cinco de la
mañana? -pregunté incrédula.
-Bueno… debe tener
hambre… -apuntó Lon, inocentemente.
La palabra hambre
hiso rugir mi estomago. Aparentemente el sentimiento era mutuo, con mi estomago
rogando por comida y agua. Hasta la garganta me ardía, como si no hubiera
tomado ningún líquido por una semana.
Pasos resonaron
afuera de la puerta y Pyró entró con unas bolsas en la mano. Me miró y sonrió,
cambiando la expresión rápidamente.
-¡Por fin! –exclamó
para disimular- pensé que te iba a tener que arrastrar hasta Porto Velho… -dijo
burlón.
-¿Qué me paso? -le
pregunté, ignorando su broma. Él me tiró un sándwich.
-Disparaste un rayo
a los fénix y agotaste tu energía. Por eso te desmayaste. Seguro estas todavía
algo débil -dijo y me miró arqueando una ceja, como esperando que hiciera algún
comentario. Como no dijo nada, continuó- tenes que tener cuidado. Si utilizas
mucha magia tu energía se agota con más facilidad. Si te excedes, incluso puede
matarte -me advirtió.
Me quedé pensativa,
mientras comía mi sándwich. Ahora podía recordar a medias lo que había pasado.
Ese rayo enorme y blanco saliendo de mis dedos, haciendo explotar a los fénix.
Mis dedos sintieron cosquillas y noté que estaban desnudos. Mis guantes habían
desaparecido.
-¿Y mis guantes?
-pregunté, algo inquieta. Los usaba tanto que el no tenerlos me hacía sentir
como si hubiera olvidado algo importante; casi sintiéndome desnuda.
-Creo que se
desintegraron cuando creaste el rayo -respondió- igual te compre otro par -me
dijo y me tiró una bolsita.
-Eh… gracias –dije,
sorprendida por tanta amabilidad.
-Me diste corriente
todo el camino, era realmente insoportable -me dijo y lo miré con odio. Idiota.
-¿Cómo me trajiste
hasta acá? -le pregunté.
-Después de que te
desmayaras pasó una camioneta. El conductor pensó que te habían herido y nos
trajo aquí para que te revisaran. Era el pueblo más cercano que había.
Sonaba lógico, pero
aun seguía ofuscada con él.
-¿Por qué nunca
usas tu don? -le pregunté y él se puso serio de repente.
-No lo necesitó
-dijo y se fue hacia la otra cama donde se acostó. Al rato revolvió sus
bolsillos y sacó una armónica, poniéndose a tocarla para evitar mi
conversación.
-¿Cuánto falta para
Porto Velho? -le pregunté a Lon.
-Depende, un dia
entero o más en colectivo y unas horas si fuéramos en avión… -dijo Lon, casi en
un susurro débil como si temiera romper algo, y Pyró paró súbitamente de tocar.
-No vamos a ir en
avión –espetó, haciendo que Lon se volviera pequeño.
-¿Por qué no? Vamos
a tardar menos tiempo -dije- aparte, ir por tierra no nos benefició en nada -él
me miró, ofuscado.
-Cuando fuimos en
avión casi se cae…
-Pero en tierra nos
atacaron las camionetas a remoto y los fenixes. Son dos cosas malas contra una.
Él gruñó y volvió a
tocar la armónica, como si contestarme no le interesa en nada. Puse los ojos en
blanco, harta. Ignorando mis mareos, me paré y le saqué la armónica de la mano.
-¡Ey! -se quejó,
enojado.
-Vamos a ir en
avión, te guste o no -le dije y él me sacó el instrumento de la mano.
-No creo que nos
alcance el dinero, Grey -me contestó.
-Ya lo veremos -le
dije- quiero llegar a Porto Velho rápido, así vamos con esas estúpidas hadas y
encontramos a mi papá.
Pensé que iba a
discutirme, pero se encogió de hombros.
-Como quieras -me
dijo de mal modo.
-Exacto, como yo
quiera.
Dos horas después
salíamos del hotel, dirigiéndonos al aeropuerto.
Antes me bañé, e
iba a obligarlo a Pyró a hacerlo también, pero él había aprovechado en la noche
para hacerlo. Como yo, debía de haber notado que la suciedad no nos iba a
ayudar en nada.
El aeropuerto
estaba casi vacío, siendo bastante temprano. Pyró estaba furioso, pero a mí no
me importaba. Lo único que pensaba era en rescatar a mi papá.
Conseguimos un
viaje a Porto Velho para una hora más tarde. Intenté hacer lo que hiso Pyró
para el avión a Brasilia, pero solo recibí la mirada extrañada del asistente,
entregándome los pasajes sin miramientos.
Nos quedamos a
esperar en la sala central, manteniéndonos en silencio mientras veíamos a la
gente llegando. Hubiera querido relajarme un poco, pero Lon no paraba de
distraerme, dando picotazos y aleteos nerviosos dentro de su jaula.
-Ya te habías
encontrado con los fénix antes ¿o no? -le pregunté, cuando ya lograba sacarme
de quicio.
Lon se puso más
inquieto, pero asintió con su cabeza.
-Sí, hace mucho
tiempo –admitió, nervioso- los fénix de fuego quemaron mi nido y los de mi
familia. Casi no pudimos escapar, pero Will nos encontró.
Hice una mueca.
Sabía cómo se sentía la sensación.
-¿De ahí lo
conoces? -pregunté.
-No exactamente,
-respondió- al ser un espíritu reencarnado, él quería que lo ayudara en la
escuela, pero no quería abandonar a mi familia -explicó y dio un picotazo al
aire- claro que eso cambió después del ataque…
-¿Dónde están
ahora? -les pregunté.
-Están lejos, pero
están bien al menos -dijo- los fénix no los querían a ellos, sino a mí.
Lon parecía tan
triste recordando a su familia que me recordó a mi cuando pensaba en papá. Un
cariño más fuerte por aquel pajarito me creció por dentro.
-Las aves fénix no
eran todas malas -contó y suspiró- hace mucho tiempo había algunos buenos, pero
los fénix de fuego los mataron a todos. Hay muchos animales como ellos del lado
enemigo, no solo pájaros. Hay lobos, tiburones, quimeras, hiedras… cientos de
animales que jamás has visto y que son mortales… -dijo y escondió la cabeza
bajo el ala, inquieto.
-¿Hace cuanto Will
dirige la escuela? -le pregunté, intentando evitar pensar en aquellas criaturas
que había mencionado.
-Muchos años, casi
cincuenta -me dijo y casi me atragantó con mi saliva.
-Eso es imposible,
tendría que haberla dirigido con diez años… -comenté, pero el pajarito negó con
la cabeza.
-Un espíritu le
entregó inmortalidad hace muchos años a cambio de un favor. A él no le gusta
hablar de ello, pero todos lo sabemos. Lo bendijeron.
-¿Inmortalidad?
-pregunte intrigada- ¿los espíritus entregan esos dones?
-No siempre -dijo
Lon- algunas veces los espíritus pasan a este lado y necesitan de alguien que
los ayude. Cuando eso sucede le otorgan una bendición a esa persona, pero
siempre es distinta y no siempre ocurre. Después de todo, no hay muchas
personas dispuestas a ayudar… -picoteó el aire con amargura.
-Pensé que los
espíritus no pasaban a este lado -comenté.
-No exactamente
–refutó- los que no pueden pasar son los malos espíritus. Según las historias,
sus hermanos los encerraron en una prisión en su mundo para impedirlo.
-¿Una prisión?
-Sí, una hecha de
todos los demás poderes, muy difícil de escapar –explicó Lon, muy serio.
-Pero entonces ¿los
otros espíritus caminan como si nada entre nosotros? -le pregunté y él pareció
sonreír.
-No exactamente. Su
mundo y el nuestro están conectados, por lo que no pueden desaparecer así como
si nada. Algunos pasean por aquí, pero no por mucho tiempo. Solo para verificar
las cosas. Los espíritus son seres tan mágicos que no pueden usar sus
verdaderas formas en este plano -dijo y encogió las alas,- aun así se dice que
cuando se manifiestan sus dones, parte de ellos están presentes. Claro que eso
es solo un rumor…
Me quedé en
silenció, pensativa. Así que yo había nacido de un simple viaje inesperado.
Cada vez que me enteraba más cosas sobre mi madre, menos quería saber. Me era
horrible pensar que solo había utilizado a mi papá para luego abandonarlo como
si nada.
-No pienses mal de
tu madre -me dijo Lon, tomándome por sorpresa- seguro que tu papa tiene razón
en lo que te dijo…
-¿Cómo sabías que
estaba pensando? -le pregunté.
-Me sos muy fácil
de leer, Alma.
-Hey, cotorras -nos
llamó Pyró de pronto, viéndole levantarse- ya hay que abordar –dijo y los dos
los seguimos.
Volar era lo mejor.
No hay ataques de
cosas encantadas o de animales furiosos. Solo unas horas de pura satisfacción y
descanso cómodo. Volar en económico no era tan agradable como la primera clase,
pero al menos allí nadie me miraba extrañado. En la otra cabina sobresaltaba
como un tulipán en un campo de margaritas.
Lon parecía más
tranquilo ahora, permitiéndose descansar. Yo por mi parte, me había quedado
pensando en nuestra conversación. Me pregunté porque Will no había mencionado
su inmortalidad antes o porque no le gustaba hablar de eso. Supuse que el favor
que había cumplido tenía algo que ver en eso, desencadenando cientos de
escenarios vergonzosos de Will en mi mente.
Pyró, por su parte,
seguía silencioso y evasivo. De todas maneras no me molestaba. No escucharlo
era una satisfacción. Aparte, casi disfrutaba verlo asustado por volar ¿Cómo
podía tener miedo de algo tan tranquilo? Era incomprensible. De todas maneras,
no se relajó ni un segundo hasta que llegamos a Porto Velho.
La ciudad era muy
bonita, con muchos árboles y ubicado en la costa de un río. De todas maneras no
tuve mucho tiempo para disfrutar del paisaje. Pyró estaba ansioso de ir al
Amazonas y llegar a la cueva de las hadas antes de que anocheciera.
-De noche es muy
peligroso -me dijo.
Lo primero que
debíamos hacer era conseguir transporte, pero él dijo que tenía eso cubierto.
Nos llevó a un estacionamiento vació y luego de asegurarnos de que no había
nadie mirándonos, cerró los ojos y levantó los brazos. Iba a burlarme de lo
ridículo que se veía en esa posición, pero sentí una ráfaga de humedad y un
leve cosquilleo de algo más profundo que reconocí al instante. Magia,
agitándose pura a nuestro alrededor. Al instante, el Camaro negro apareció
frente a nosotros, arrancándome un gritito de sorpresa.
Él se cayó de
rodillas, agotado por el esfuerzo, pero cabeceó y se paró. Tenía un aspecto
casi enfermizo, pero sonrió con satisfacción.
Yo estaba admirada,
pero no pude evitar reprocharle.
-Podrías haber
hecho eso antes.
Me miró mal, pero
yo tenía razón. Tal vez nos hubiéramos ahorrado ciertos problemas de haberlo
hecho.
-¿Cómo pudiste
traer el auto hasta aquí? –le pregunté- pensé que solo los descendientes del
Ether podían crear cosas con magia.
-No lo creé, solo
lo invoqué desde el aeropuerto de Buenos Aires -dijo y suspiró al ver mi cara
de desconcierto- la invocación es la magia más elemental –me explicó- solo se
basa en trasladar un objeto de un lugar a otro.
-¿Pero eso no
implica que los robemos? –pregunté y él puso los ojos en blanco.
-En general uno
llama un objeto que te resulte familiar o que sea tuyo. Esa siempre en tu mente
es la primera opción, asi que, en teoría, no robas nada…
-¿Y las armas?
-Eso es algo más
complicado de explicar y no tengo ganas de seguir perdiendo tiempo –me contestó
subiendo al auto.
-O sea que no
sabes… -murmuré.
-Subí de una vez.
Nos subimos con Lon
y el arrancó a toda velocidad. Gracias a su forma de conducir salimos de la
ciudad en casi media hora. Cruzamos el puente sobre el río Madeira y seguimos
por la ruta hasta que Pyró nos adentró por un camino estrecho de tierra.
Habremos estado un par de horas conduciendo, cuando finalmente nos detuvimos.
Debíamos de estar
apenas en la entrada del Amazonas, supuse, al ver la extensión de árboles que
se extendía frente a nosotros.
-¿Es acá? -le
pregunté.
-No, pero no podemos
andar por la selva en auto ¿verdad? -preguntó burlón y buscó su mochila,
saliendo del auto. Yo suspiré, tomando la mía y siguiéndole.
-¿Es muy lejos?
-volví a preguntar.
-Creo que a una
hora caminando -contestó- cuidado por donde caminas –me advirtió- Hay toda
clase de animales y no estoy seguro de que sean amistosos.
-Eso ya lo sabía
-le dije, molesta de que me tratara de tonta.
-Bueno, sabelotodo,
entonces vamos -dijo y se introdujo entre los árboles.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario