La Hija del Rayo - Capitulo 2



Capitulo 2




Gracias a Dios el día termino pronto después de eso. El incidente con Helena se había extendido con rapidez por todo el colegio, llamando a las miradas curiosas de la gente, las cuales me observaban como si fuera un bicho extraño y peligroso. Mis manos se tensaron en las correas de la mochila al recordarlo. Lo único que quería era llegar a casa y tener el verdadero festejo.
Los festejos de mi cumpleaños habían cobrado una importancia particular en mi casa. Mi padre siempre se había esforzado con que fueran lo más especiales posibles, buscando contrastar la soledad que nos rodeaba con películas y pizzas.  
Vivíamos en una casa pequeña solo los dos, siendo una familia especialmente reducida. No había abuelos, muertos antes de mi nacimiento; ni tíos, ya que la única hermana de mi padre vivía en el exterior, apenas habiéndola conocido.
Y de la familia de mi madre… ellos se mantenían en el anonimato al igual que ella; habiéndonos abandonado el día en que nací.
Hablar de ello era un tema difícil, más cuando papá adoptaba una mirada melancólica que me obligaba a callar cada vez que las preguntas venían a mis labios. Por ello no sabía mucho de ella, solo pudiendo arrancarle que había heredado sus ojos, sin ni siquiera saber su nombre o su edad, o siquiera si seguía viva. Mi padre había logrado evitar el tema tanto, que hasta yo había terminando ignorándolo. No hay demasiado que decir de una persona que te abandona ¿no? Lo hiso y punto. No vale la pena saber más.
Ni siquiera podía creer que había reaccionado tan violentamente a la burla de Helena, defendiendo a la mujer que tan fríamente nos había dejado; pero no podía seguir engañándome a mi misma. Ya no podía seguir fingiendo que no me importara o ignorar las ganas de saber. Debía saberlo todo, no importaba cuan difícil podría llegar a ser. Por ello ese día me parecía tan importante. Papá ya no podría ignorar el tema por más tiempo y yo tampoco lo permitiría.
La llegada del colectivo me sacó de mis pensamientos, subiendo torpemente. No vivía demasiado lejos de la escuela, estando mi casa cerca del centro. La parada más cercana me dejaba en un parque, teniendo que cruzarlo de lado a lado para llegar.
Amaba pasear por allí. Los árboles crecían frondosos y el pasto cubría todo el suelo, exceptuando los caminos marcados con piedras blancas. Las flores brillantes, los arbustos y los antiguos bancos de bronce solo aumentaban su encanto.
Caminé lento, respirando lentamente para absorber los aromas de los árboles, las hojas, las flores y el pasto, sabiendo que los olores tóxicos de la ciudad no llegarían a mis pulmones.
La luz del sol se escabullía entre las hojas de los árboles e iluminaba el lugar dándole una nueva apariencia, casi mágica bajo esa tarde fresca. Perseguí los rayos, dejando que su calor calentara mi cuerpo y cerré los ojos, sintiendo a aquel calorcito acariciando mis mejillas hasta alejar el frío.  
El sonido de un aleteo me llamo la atención. Abrí los ojos y me encontré con un pajarito mirándome fijamente desde una rama, ladeando la cabeza con curiosidad. Sonreí. No era extraño que hasta a los pájaros les pareciera extraña. Torpemente desvíe la mirada, siguiendo mi camino, cuando escuche aleteos por sobre mi cabeza. Alcé la mirada y me encontré con otros cinco pájaros mirándome tan fijamente como el primero.
Un escalofrío me recorrió la espalda, sintiendo que todos mis músculos se tensaban. Sabía que era ridículo, porque solo eran aves corrientes, pero mis nervios habían comenzado a crisparse como si se tratara de algo peligroso.  
Intenté no darle importancia, pero al dar unos pasos el movimiento de alas se repitió. Los pájaros ya no estaban detrás, sino que ahora estaban en el árbol más cercano, con múltiples ojos observando entre las hojas. Paré en seco, nerviosa, pero las aves solo se quedaron allí, acechantes.  
A trompicones, retomé la marcha cambiando de dirección, pero no pude dar ni unos pocos pasos hasta que los encontré nuevamente frente a mí, cada vez más de ellos. El corazón se me saltó del pecho, inquieto.  
-Shu -les dije e intenté espantarlos con mis manos, pero no se movieron. Ni siquiera se inmutaron.
Miré alrededor. Nadie parecía pasear por los alrededores, por muy ridículo que sería pedir ayuda por unos pajaritos acosadores.
El primero que había visto se adelantó de los demás y se posó en una rama que quedaba justo a la altura de mis ojos. No era demasiado pequeño, siendo notablemente más grande que los otros. Era una alondra, con su pelaje gris manchado en motas negras en el torso y ojos.  
Sus ojos se clavaron en los míos, relajando la tensión de mis músculos y disminuyendo la sensación de peligro. Me quedé allí, inmóvil, mirando al pequeño animal hipnotizada. El pájaro ladeó la cabeza y abrió el pico, en un gesto tan humano que me dio un escalofrío. Casi podía sentirle hablando, cuando los demás pájaros chillaron, alterándose y lanzándose al aire, abriendo las alas para volar. Mi tranquilidad se quebró, y la sensación de peligro me arrolló con fuerza. Sin pensarlo dos veces, salí corriendo, alejándome de ellas.
-¡Alma espera! -me dijo una voz varonil y me detuve, pero al mirar hacia atrás el alma se me cayó a los pies. La bandada estaba tras mis pasos, rápidamente alcanzándome en vuelo, liderados por la alondra quien abrió el pico cuando esa misteriosa voz dijo:
-¡No corras! ¡Estás en peligro!  
Sí, estaba en peligro… en peligro de acabar picada hasta la muerte por unas aves asesinas. Me lancé corriendo por el parque, sin detenerme ni un solo segundo, a pesar de los gritos a mi espalda. Evité las ramas y árboles lo mejor que pude y llegué a la calle con el corazón saltándome en el pecho. 
-¡Alma no corras! ¡No te haremos daño!
Miré hacia atrás, desesperada, y vi a los pájaros acercándose. La alondra solo estaba a metros, mirándome con una preocupación tan humana que logró congelarme.
-¡Detente! –dijo, con aquella voz humana saliendo de su pico, helándome la piel. La alondra me había hablado.  
Crucé la calle a trompicones, sin importarme los autos que me tocaba bocina o me insultaban al detenerse para dejarme cruzar. Llegué a la puerta y la abrí lo más rápido que pude, con las llaves temblando entre mis dedos. Me di vuelta y vi a las aves en los límites del parque, vigilándome desde las ramas de los árboles.
-No te haremos daño -escuché y aterrada, cerré la puerta de un golpe. Aseguré la cerradura y mis fuerzas me abandonaron; teniendo que apoyarme en la puerta para evitar caer al suelo y desmayarme. Estaba agitada, temblando de pies a cabeza y con mis piernas y brazos adoloridos.
¿Había pasado todo en realidad? ¿Realmente me había perseguido una bandada de pájaros y una alondra parlante? No, no podía ser. El animal no podía haber hablado, era imposible. Seguramente debía de estar delirando de fiebre o algo así. Para asegurarme me toqué la frente pero estaba helada.
Debía existir una explicación coherente a lo que había visto: un golpe en la cabeza, un sueño, tal vez la confusión de voces con alguna persona que no hubiera visto; cualquier cosa que negara esa posibilidad absurda. Los animales no hablaban, no al menos en lenguaje humano.
Lentamente, me dirigí hacia la ventana, espiando entre las cortinas. Los pájaros todavía estaban ahí, con cientos de ellos, desparramados entre todos los árboles de esa cara del parque, vigilando mi casa.  
Retrocedí con el corazón palpitante, atravesando el pasillo a zancadas hasta cerrar la puerta de mi habitación a mi espalda. El lugar era pequeño, como el resto de mi casa, con el espacio suficiente para mi cama y velador, el escritorio y un armario viejo. La única ventana que tenía daba hacia el patio, pero de todas maneras la cerré y corrí las cortinas.
Me acosté en mi cama y abracé la almohada. Miré a mi reloj. Eran las seis. Dentro de unas cuantas horas mi papá llegaría a casa y todo estaría bien. Tomé un libro y prendí la luz de mi velador, sin atreverme a correr las cortinas. No prestaba verdadera atención a las palabras de las páginas, pero lentamente me comencé a relajar, con el cansancio mermando sobre mis fuerzas. No pasaron muchos capítulos cuando me quedé dormida.  

Me desperté cuando sentí unas manos sacudiéndome, con una voz familiar llamándome.
-Alma, despierta -decía.
Reconocí a esa voz grave y pacífica. Abrí los ojos y me encontré con los ojos café y la sonrisa blanca de mi padre.
-Feliz cumpleaños Alma -me dijo, abrazándome.
-Gracias papá -le dije sonriente, con el temor de la tarde lentamente disolviéndose.   
-¿Qué haces dormida? -me dijo aun sonriendo- es un día para festejar.
Sonreí y él tiró de mi mano para llevarme a la sala. Era alto, con el cabello azabache igual al mío, pero más corto y prolijo, además de ser más moreno que yo. Era el mejor padre del mundo. Siempre estaba para mí cuando lo necesitaba, mejorando cualquier panorama gris con su sonrisa.
-Alquilé tu película preferida -dijo y me mostró la caja- además de comprar una pizza grande con morrones y jamón, con un kilo de helado de cereza y granizado.
Sonreí de oreja a oreja y me revolvió el pelo con la mano.
-Ya estas viejita, Almita.
-No soy vieja -repliqué- vos sos el anciano acá -le dije.
Él río.
-¿Pero acaso esto no es una cana? –dijo, agarrando un pelo de mi cabeza. Le saqué la mano riendo.
-¿Dónde está esa pizza? -le dije y él miro hacia la mesa. Ahí estaba una caja de nuestra pizzería preferida. Nos sentamos en la mesa y nos pusimos a charlar, comenzando una guerra de aceitunas mientras nos poníamos al día, contándome de los pacientes que había recibido ese día. Era un doctor de un pequeño hospital cerca de casa, encargándose del área de emergencias. Era un trabajo modesto frente a otros que le habían ofrecido, pero mi padre nunca había querido desprenderse de él, a pesar de las cuantiosos salarios que le ofrecieran. Una vez, cuando le pregunté porque, me lo había explicado:
-Porque con esos trabajos, no te vería mucho –dijo, mientras sonreía tranquilamente.
-No sabes que cosa más rara sucedía hoy en parque –dijo, cuando terminó con una larga anécdota. El pelo se me erizó, con todos los recuerdos de ese día saliendo a la superficie- había un montón de pájaros. Todos los árboles del parque estaban llenos de ellos ¿y sabes que era lo más raro? Parecía que todos estaban mirando para nuestra casa ¿o no que es extraño? -preguntó divertido y yo sonreí a medias, haciendo un esfuerzo para no temblar.
-Sí, muy extraño -dije y sonreí.
Él me miró fijo, como intuyendo que le ocultaba algo.
-¿Paso algo hoy?
La verdad que no quería mentirle, pero ese suceso parecía tan ridículo que no podía comentárselo, así que en lugar de eso le dije:
-Hoy una chica se burló de mamá y de mi -le conté y noté como se tensaba a pesar de su intento de lucir sereno.
-¿Quién?
-Eso no importa -declaró- el problema es que la defendí, aun cuando no sé nada de ella en realidad.
Lo miré a los ojos y vi que tenía su mirada cargada de tristeza, haciéndome sentir culpable.
-Alma, sabes que es difícil… -comenzó a decir, pero lo interrumpí.
-Papá, quiero saber -pedí- tengo derecho. Después de todo, es mi madre.
Él se quedo mirándome profundamente, aun con esa mirada de tristeza. Me quedé en silencio, esperando su decisión sin presionarle, hasta que finalmente suspiró.
-Ella se apareció un día de agosto, hace casi dieciséis años. Justo en este mismo parque –contó- yo vivía aquí, comenzaba la segunda etapa de la escuela de medicina y un día escuche un grito desde el parque. Fui a ver que pasaba y me la encontré a ella. Estaba herida y sucia, pero jamás había visto a nadie más hermosa.
Ahí sonrió, casi con nostalgia. Mi corazón estaba desembocado, deseando oír más.
-La traje a casa y la curé. Le permití que se quedara todo el tiempo que necesitara para recuperarse. Tenía los ojos grises y grandes, como los tuyos; pero su cabello era platinado. Era atrevida y resuelta, directa e inquieta como vos Alma. También era divertida… -suspiró- me tenía hechizado. Nos enamoramos y pronto viniste vos. Entonces me dijo su secreto, teniendo que dejarnos.
-¿Nos abandono? –pregunté, furiosa. La ira había suplantado a la emoción, creciendo en mi interior rápidamente.
-Tuvo que hacerlo –declaró y lo miré, indignada. ¿Tuvo que hacerlo? La furia se extendía por mis venas. Nos abandono, eso era todo, no había justificación, no existía el secreto. Si hubiera querido quedarse, se hubiera mantenido en contacto, algo que no era difícil en la era de las comunicaciones. Una llamada, una carta, cualquier cosa hubiera sido mejor que simplemente desvanecerse en el aire. 
Mi papá me tomó las manos y tuve que hacer un gran esfuerzo para no quitarlas.
-No te pongas así… ella tenía un porque, te lo juro… -dijo- es difícil de explicar, pero… -iba diciendo, pero de pronto se puso tenso, callándose.  
-¿Qué pasa? -le pregunte notando el cambio.
Él se paró y miró por la ventana. Yo miré desde la mesa. Había un hombre cruzando la calle. Tenía una gabardina negra hasta las rodillas y las sombras le cubrían el rostro. Mi papá se tensó como si una corriente eléctrica le recorriera la espalda.
-¿Qué pasa? ¿Quién es? -le pregunté.
Rápidamente, él me tomó de la mano y me llevó hacia el aparador de la sala. Este tenía un solo cajón que estaba cerrado con llave desde que tengo memoria. Nunca había logrado descubrir que había adentro porque mi padre nunca me lo quiso decir; pero esta vez él saco de debajo de su camisa una cadena de plata. Del final colgaba una llave pequeña, la cual él introdujo rápidamente en la cerradura.  
Siempre me había divertido imaginado las cosas tan asombrosas que debía haber ocultado mi papá, pero al ver solo otra cadena de plata con un pequeño dije de un rayo, me sentí decepcionada.
De todas maneras mi papá lo tomó como si fuera valiosísimo y me lo puso al cuello.
-Tu madre me lo dio cuando se fue, dije que te protegería y que te lo diera cuando… bueno pasara esto… -dijo atolondradamente y me miró con una mirada inquietante.
-¿Qué es lo que pasa? -le pregunté preocupada. Jamás había visto a mi padre de esa manera, temeroso y asustado, como si algo muy malo fuera a suceder.
-Alma, te amo muchísimo -me dijo y me abrazó. Iba a preguntarle que era lo que sucedía, desconcertada, pero entonces la puerta voló en pedazos, dirigiéndose hacia nosotros con una fuerza arrolladora. Mi papá me empujó hacia atrás antes de que la puerta pasara por entre nosotros y se estrellara contra el mueble, haciéndolo astillas.
-¡Papá! -grité.
Mire ansiosa hacia el otro lado y vi a mi padre incorporándose. Una sensación de alivio me recorrió, pero se extinguió cuando vi al hombre de gabardina parado en el umbral, sonriendo macabramente. Su rostro era terrible, con los rasgos abultados y llenos de cicatrices. Sus ojos, de un rojo anormal, brillaban con maldad.
-¿Así que sos vos? –dijo, mirándome burlonamente.
-Alma, sal de aquí, corre -me dijo mi padre poniéndose delante de mi y empujándome levemente- ¡corre! -me ordenó.
Yo no podía irme, no quería dejar a mi papá peleando con ese desconocido, pero algo en la expresión de mi padre me dijo que obedeciera. Intente huir hacia la puerta del patio; pero el hombre, de la nada, hiso surgir una bola de fuego que llameó en el pasillo, impidiendo el paso; dejándome aturdida y asustada. No tenía ni fósforos o siquiera encendedor ¿Cómo podía haber creado el fuego?
-Alma, escapa, yo lo detengo -dijo mi papá y el hombre de la gabardina se rió, dando un paso adentro. En el momento en que sus botas tocaron el piso un montón de chispas y cenizas salieron por debajo de las suelas.
-No vas a detenerme curandero -le dijo a mi padre- no esta vez.
La expresión era arcaica para referirse a los médicos; pero mi papá compuso una mirada asesina, una mirada que jamás había visto en él. Algo largo y oscuro brilló en sus manos, resplandeciendo hasta solidificarse en un palo que refulgió bajo las luces. Una lanza. Para mi sorpresa, la sacudió, queriendo golpearlo, pero el otro lo evitó y lo golpeó en las costillas, tirándolo contra la pared.
-¡Papá! –grité, pero mi padre apenas podía moverse, intentando recuperar fuerzas mientras el hombre se dirigía hacia él. Sentí una furia creciendo en mi pecho, una que jamás había sentido, invadiendo mi cuerpo como adrenalina. Tomé la lanza, y me lancé hacia el atacante. Dirigió una bocanada de fuego hacia mi, pero seguí mis instintos y me corrí hacia un costado. Tomé impulso, tensando mis músculos, y salté hacia delante, golpeándolo con el mango en la frente. El hombre tambaleó, tropezando con el aparador y cayendo sobre la mesa de te, rompiéndola en pedazos.
Quería seguir atacando, con una fuerza extraña apoderándose de mi cuerpo, pero sentí las manos de mi padre agarrándome, deteniéndome antes de salir al ataque.
-Alma corre, yo puedo con él -dijo y tomó la lanza, poniéndose delante de mi, pero yo no podía tolerar que saliera herido protegiéndome. Me deshice de su agarré, alejándome.  
-¡No te voy a dejar solo! -le dije y me lancé hacia el tipo.
-¡Alma, no!
Debo admitir que fue una idea estúpida. El hombre me rechazó como a una muñeca de trapo, golpeándome con un brazo envuelto en llamas y tirándome hacia una mesa que se rompió por el impacto, sacando todo el aire de mis pulmones. Mi cabeza zumbaba, con todo el cuerpo doblándose por el dolor, y con todo el pecho ardiente, como si estuviera al rojo vivo. Mi padre quiso bloquearle el paso, pero el hombre lo tiró al suelo con facilidad, dejándole inmóvil a sus pies.
-Papá… -logre susurrar e intente moverme, pero los músculos me ardían. El hombre pasó sobre él y se dirigió a mi, con sus ojos brillando malignos con la luz de las lámparas.
-Ahora voy a terminar esto -dijo y un cuchillo oscuro, de casi treinta centímetros se hiso visible en su mano alzada, erizándome la piel. Quería correrme o simplemente defenderme, pero estaba atontada y adolorida que no podía. Alzó el cuchillo, dispuesto a clavármelo, cuando mi papá se lanzo hacia él, agarrándole del cuello y tirándole para atrás. El hombre de la gabardina luchó, queriendo clavarle el cuchillo, pero mi padre lo desarmó, lanzándolo contra la pared. El cuchillo se deshizo en cenizas entre sus dedos, tomando vuelo en el aire.
El hombre de la gabardina se enfureció, parándose con rapidez. Mi padre quiso atacarlo, pero este desvió sus ataques con facilidad y le agarró el cuello. Lo alzó y lo estrelló contra el suelo, dejándole agazapado y temblando. Yo ahogué un grito, obligando a todos los músculos de mi cuerpo a moverse. No podía dejar que lo siguieran hiriendo. Con los brazos temblando, me levanté, enfrentándolo.
-¡Deja a mi padre en paz! -le grite, extendiendo mi brazo en gesto automático. Algo blanco y difuso atravesó el espacio, estrellándose contra su pecho y lanzándolo hacia el otro lado de la habitación. Las fuerzas me abandonaron, drenadas por completo. Quise dar un paso, pero mis piernas tambalearon, haciéndome caer de rodillas al suelo- ¡Alguien! ¡Ayuda! –me las arreglé para decir.  
Un chillido sobrenatural atravesó el espacio, haciendo palidecer al hombre de la gabardina a medida que resonaba en la habitación. Un sonido ensordecedor hiso temblar las paredes, sacudiendo los muebles y haciendo crujir las maderas. Escuchaba su batir con claridad: eran alas, miles de alas agitándose.  
-¡Aléjense! –gritó el hombre, lanzando golpes a enemigos invisibles.
Mi papá se removió en el suelo, levemente sacudiendo su cabeza frente al nuevo sonido que nos envolvía. Sin fuerzas para caminar, comencé a arrastrarme hacia él. El hombre me vio y sus ojos se entornaron, lanzándose hacia nosotros y grité, alzando mis brazos.
Las ventanas estallaron y cientos de aves entraron, ocultando las paredes bajo sus vivos plumajes. Formando una tromba mortal, se dirigieron a nuestro atacante, golpeándole de lleno y picándolo hasta hacerlo sangrar. Él, furioso, las intentaba ahuyentar con fuego o golpeándolas pero solo algunas cayeron, habiendo cada vez más y más. Yo me había quedado agazapada en el suelo, protegiéndome con los brazos, pero las aves no parecían venir por mi. Solo se concentraban en él. Entonces una estela naranja se extendió por mi casa, con el hombre lanzando un grito. Los pájaros se alteraron y comenzaron a huir despavoridas a medida que este brillaba en un halo rojo y amarillo.
Él de gabardina sonrió y me miró con una mirada horrible. Supe enseguida que algo iba a ir muy mal.
-Hora del plan B -dijo y agarró a mi padre, quien todavía estaba demasiado débil como para liberarse.
-¡Déjalo! –grité, parándome con las piernas temblándome.
Quise dar un paso adelante, pero un montón de flamas empezaron a surgir en sus brazos, rodeándole en una oleada de llamas que incendió todo el suelo y las paredes. Sonrió y una onda expansiva salió de él, liberando a cientos de llamas que volaron la casa en pedazos, partiendo las paredes como si fuera papel. Quise protegerme, pero la oleada me golpeó de lleno, ardiendo mi piel y lanzándome hacia atrás con una fuerza arrolladora. Atravesé la pared y floté unos instantes terribles, antes de estrellarme contra el parque.  El dolor me inundó, abrasando cada centímetro de mi cuerpo como si me lo hubiera partido en pedazos.
Temblando, alcé la mirada, ahora manchada por reflejos oscuros. Pude distinguir a mi casa quemándose y derrumbándose a solo unos pasos.
-Papá… -murmuré débilmente y todo se volvió negro.


2 comentarios:

  1. :OOOOOOOOOOO
    drama!! simplemente drama!!!
    ame este capitulo!!
    es como que.. TODO EL DRAMA SE CONCENTRA! y..
    QUIEN ES SU MADRE?
    QUIEN ES ESE TIPO RARO??
    noo!! el padre de Alma no!!! DDDDDDDDDDD':
    okay.. estoy muriendo!!!
    quiero, quiero, quiero mas *-*

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    1. Jajajaja pronto voy a subir otros dos capitulos :P :D que genial que te haya gustado :)

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Gracias por pasarte por mi blog ! :D recuerda que puedes dejarme tus opiniones en los comentarios ! :D
Es mi deber advertirte que si te vas sin dejar uno o expresandote groseramente nuestro grupo de mutos, dementores, penitentes, quimeras y demás criaturas saldran a cazarte u.u
(Mentira, solo liberamos a los mutos ;) Besos ! )