La Hija del Rayo - Capitulo 17




 Capitulo 17


Londres era una ciudad muy linda. Fría y húmeda, pero era linda. Lamentablemente, estaba demasiado cansada como para disfrutarlo completamente. El café que me habían dado en el aeropuerto había reactivado mi cerebro, pero necesitaba urgentemente otro o me caería dormida en medio del ómnibus.
-¿Qué pasó con Lon? –pregunté, esforzándome por mantenerme despierta.
-Salió volando cuando nos llevaban a interrogarnos. Debe estar volando por la ciudad -contestó Pyró, sin despegar la mirada de la ventanilla.
-¿A dónde se dirige el bus? -le pregunté, mirando hacia las calles sin reconocer nada.
-Creo que este autobús nos lleva directo hacia la estación Victoria. Nos aleja de donde tenemos que ir, pero no importa -dijo Pyró- teníamos que salir del aeropuerto rápido.
-¿Sabes donde tenemos que ir? -le pregunté sorprendida.
-Luis dijo que el chico que buscamos trabajaba en un ojo, lo que solo puede ser un lugar -respondió y me miró, esperando que sacara la respuesta sola pero, como no contesté, lo dijo- el London Eye.
-¿El ojo de Londres? –traduje, confundida- ¿Qué es?
-Que poca cultura -comentó y lo miré con odio- es una rueda de la fortuna gigantesca que está al borde del Támesis.
Una imagen de una rueda gigante y blanca acudió borrosa a mi mente.
-Ah… -exclamé y lo miré molesta- no estoy muy lucida con tanto cansancio -me defendí.
-Se nota -comentó divertido y miró por la ventana.
Por suerte el viaje en colectivo fue entretenido. Londres era una ciudad preciosa. Tal vez algunos de sus edificios más antiguos se veían gastados por el paso del tiempo, pero le daban un toque único a sus calles y paseos. Los taxis, negros y viejos y los famosos autobuses rojos solo aumentaban encanto.
Los turistas con los que viajábamos se la pasaron sacando fotos, señalando a los lugares importantes con excitación mientras Pyró actuaba como mi guía personal. Eso ayudó a que me quedara despierta, lo suficiente admirada por las calles londinenses como para hacerme olvidar del sueño.
Lamentablemente, llegamos a la estación y se me acabaron las vistas.
-Debemos comprarte cafés, -declaró Pyró cuando bajamos- en ese estado vas a terminar desmayada en la primeras diez cuadras –comentó y revisó su mochila- esperó que Will nos haya dado algunas libras por las dudas… –murmuraba, revisando su mochila, cuando su expresión palideció, revolviendo la mochila con desesperación- la plata no está –declaró, con los ojos abiertos de la sorpresa. 
-¿Cómo que no está? -le pregunté de mal modo.
-¡No está! ¡Nos la deben de haber sacado en Brasil! -replicó y se agarró la cabeza, furioso.
-Pero, ¿Cómo pudimos subir al bus entonces? –pregunté.
-Use un hechizo para convertir un pedazo de papel en una tarjeta magnética –contestó, mordiéndose el labio.
-¿Y no podes hacer lo mismo para crear billetes? –le pregunté y él negó con la cabeza, lanzando un bufido.
-El hechizo solo dura unos minutos. Podríamos pagar, pero al poco tiempo la plata se convertiría en papel corriente –dijo y resopló, revisando la mochila una vez más.
Pateé una latita del suelo, furiosa. No podía creer que teníamos tan mala suerte. Estábamos varados en Londres, sin dinero y sin transporte; además de que no habíamos tenido una comida decente en las últimas veinticuatro horas y tampoco habíamos podido descansar del todo; estando a punto de desmayarme. Simplemente, era demasiado injusto.
Pyró se colgó la mochila de nuevo, frustrado y enojado.
-Mejor vamos a buscar al chico antes de que te desmayes –dijo y miró hacia un reloj de la estación- tenemos tiempo antes de la noche…
-¿Dónde es? -le pregunté, resignada.
-Tenemos que seguir Victoria Street para después atravesar el Parlament Square, ir hasta el Big Ben y cruzar el puente de Westminster… -me iba diciendo, pero al ver mi cara notó que había sido como escucharle hablar en chino- vos seguime y estaremos bien –declaró.
-No pensaba hacer otra cosa –comenté, irónica. Él me miró divertido, con una sonrisa maliciosa en sus labios.
-¿Estás segura de que vas a poder caminar? -me preguntó, sonriendo con picardía- porque me tenes que avisar si te tengo que llevar a cuestas...
-Por supuesto que voy a poder caminar -le espeté y él se río, divertido.

La estación Victoria no era como ninguna otra estación que conocía. Primero, porque también recibía trenes y, segundo, porque era gigante. Probablemente hubiera estado perdida sin Pyró guiándome afuera.
En el aire libre, el cielo londinense estaba nublado y neblinoso, con un viento fresco soplando suavemente en las calles. La gente llenaba las veredas y cientos de autos avanzaban copiosamente por las calles, circulando con tranquilidad.
Pyró me llevó por la calle Arlington, caminando por allí por varias cuadras. Debó admitir que estaba tan agotada, que probablemente me hubiera desmayado de no ser por Pyró. Él me guiaba, contándome y señalándome los lugares importantes por donde pasábamos, manteniéndome lo suficientemente entretenida como para no quedarme dormida. Y, si algo tenía Londres, eran lugares interesantes.
Caminamos varias cuadras hasta que me informó que habíamos pasado a Westminster City, señalándome el Westminster City Hall, que se alzaba imponente. Me hubiera gustado poder seguirle mejor la conversación, pero a él no parecía importarle, siguiéndome mostrándome cosas, como la espalda del Scotlan Yard, el famoso centro donde funcionaba la policía londinense o el Cardinal Palace cuadras antes.
Me explicaba sobre una casa, cuando noté una iglesia alzándose en la esquina. Dos torres se alzaban en el frente por sobre la base, desde donde se veían el destello de los campanarios y de los dibujos vidriados. Por un momento pensé que era la Catedral de Notre Damme, pero era imposible al no encontrarnos en París y está pareciendo más pequeña. 
-¿Qué es eso? –le pregunté a Pyró, señalándosela. Él sonrió, nostálgico
-Es la Abadía de Westminster. Allí se coronan a los reyes y reinas –relató, mientras nos acercábamos.  
Cuando llegamos a sus pies quedé aun más admirada, perdiéndome entre su estilo gótico y antiguo, pero desde allí algo más llamó mi atención. Una rueda de la fortuna gigantesca sobresalía entre las copas de los árboles y supe de inmediato que era el London Eye.  
-Estamos cerca –concluyó Pyró y me dedicó una media sonrisa que respondí. Mis pies lo agradecían.
Nos apuramos para llegar a Parlament Square, donde en la esquina nos esperaba el Big Ben con toda su elegancia y el London Eye reposando en las orillas del Támesis.
Según el reloj en la torre eran las seis de la tarde, pero me parecía imposible. No creía que el tiempo podía haber avanzado tanto.
-¿Ese reloj está bien? -le pregunté a Pyró.
Él parecía estar a punto de burlarse, pero se contuvo.
-Es la hora correcta -dijo y soltó una risita. Arqueé una ceja, pero al recordar que era inglés, supuse que simplemente no le agradaban las burlas.
Atravesamos rápidamente la cuadra, pasando frente al palacio de Westminster. Me sentí increíblemente pequeña caminando a su lado, pero no se lo demostré a Pyró. Tal vez podría estar prácticamente dormida, pero todavía tenía mi orgullo. 
Cuando llegamos al pie del puente, la ansiedad brotó en mi interior, arrasándolo todo. Con cada paso adelante, estaba un paso más cerca para encontrar a Tom; lo que me acercaba tanto a mi padre que las ansias volvieron todo a mi alrededor borroso y uniforme, envolviéndose en una niebla que lo consumió todo.
Solo la voz de Pyró logró traerme a la realidad, trayendo las formas a su lugar y mostrándome el comienzo de la costa del otro lado del puente, con el London Eye alzándose sobre el río. 
-Llegamos –dijo sonriendo. 

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