La Hija del Rayo - Capitulo 15




Capitulo 15 

Debía admitir que debía haberlo imaginado. La fecha azul, el auto explotando en llamas azules, lo que había mencionado Clarisse respecto a su apellido… todo eran pistas que yo había sido demasiada ciega para ver; hasta esta noche, cuando sus poderes nos habían salvado.
Cuando logré reponerme de la impresión, lo único que quería eran respuestas. Pyró había logrado mantener el secreto por años, pero yo necesitaba saber la verdad; y no me importaba si tenía que arrancarle las respuestas. Debía saberlas. 
Decidida, fui a buscarlo a la cabina de los pilotos.
Él estaba sentado frente a los controles, con Lon al hombro dándole indicaciones. El océano se abría frente a la ventana, miles de kilómetros más abajo.
-Tenemos que hablar -le dije. Me miró dubitativo un instante, pero termino asintiendo, mirando al piso.
-Creo que tienes razón… -murmuró- Lon ¿podes hacerte cargo unos minutos?
-Em, claro -dijo él, incomodo, y se puso sobre los controles. Me parecía una locura dejar a un pájaro piloteando un avión, pero en el momento otras cosas me resultaban más importantes.
Salimos y nos sentamos en unos cómodos sillones. El avión no tenía los asientos, habiéndolos suplantado por sillones y divanes. Barras de bebidas se encontraban en las esquinas. A pesar de que le odiaba, tuve que darle cierto crédito a Ismael: el hombre si sabía de comodidad y lujo. 
Pyró y yo nos quedamos mirando en silencio, conmigo expectante, pero él no parecía querer abrir la boca.
-Bueno, decime –terminé diciéndole, impaciente.
-¿Decirte qué?
-¿Qué va ser? Decime cómo pudiste hacer fuego -le exigí.
Él me miró fijamente, como si se estuviera debatiendo entre dos opciones. Hasta sus ojos no tenían un color exacto, pasando de azul claro a oscuro.
-Bueno, está bien -suspiró- soy un hijo del fuego.
-Eso lo suponía -le dije, frustrada.
-¿Y porque preguntas entonces? -me preguntó, molesto.
-Porque quiero saber toda la historia -le dije y él me miró enojado, removiéndose incomodo- ¿Cómo tenes ambos poderes? 
-Mi papá es el espíritu del fuego y mi mamá es el espíritu de agua -suspiró- no tengo padres naturales humanos.
-¿Pero porque eres humano? -le pregunté, confusa. Siempre me había imaginado a los espíritus como criaturas creadas por magia y poder, pero Pyró, a pesar de que desprendía un poder considerable, parecía enteramente humano. Él se sonrojó, a su pesar.
-Mi madre me explicó que me concibieron en forma humana, en este mundo –explicó, casi avergonzado- por ello soy humano. 
-¿Conociste a tu madre? –pregunté y su expresión se endureció.
-Se me apareció en sueños cuando tenía siete años. No supe quienes eran mis padres hasta entonces –confesó- me explicó que recibiría ambos dones, el de agua y el de fuego.
-¿Cómo es eso posible? –pregunté- ¿no se supone que al ser poderes contrarios, se extinguen entre si? –él hiso una mueca.
-Deberían hacerlo, por ello me advirtió. Según ella mi poder respecto a la magia es considerable, siendo lo suficientemente poderosa como para mantener a aquellas energías bajo control; pero mantenerlas en equilibrio iban a obligar a mi magia a trabajar a todo momento. Si mi magia se desequilibra, liberándose por completo, entonces si se extinguirán mutuamente… -dijo e hiso una mueca.
-Pero solo a tus poderes, no a vos –declaré y él negó con la cabeza. Una bola de fuego azul y una de agua se crearon en sus manos, flotando por sobre sus dedos.
-Los elementos no son los únicos contrarios, la magia también lo es. Usas un principio mágico para manipularlos, impregnando todas las características del elemento en el. Por lo tanto, magias como la del agua y el fuego se extinguen mutuamente bajo las condiciones incorrectas –dijo y las dos bolas de energía se estrellaron, disolviéndose en humedad y humo- la magia se concentra en nuestros cuerpos, así que si estás se extinguen…
-Vos también –relacioné, con un nudo en la garganta, y él asintió. 
-Eso es lo que me advirtió. Para ese momento ya sabía que tenía ambos poderes, pero al usarlos me debilitaba mucho –dijo y apretó las manos- por eso creyó que necesitaba ayuda… -dijo, tenso. Podía leer la molestia de sus ojos, sin tolerar la idea de que su madre solo se haya presentado por encontrarse en peligro y no en todos los otros momentos que la había llamado.
O al menos eso hubiera pensado yo en su lugar.
Él me miró curioso.
-Parece que te lo estás tomando con calma… -comentó, casi sorprendido de que todavía estuviera sentada allí. Arqueé una ceja.
-¿Se supone que no debería? –le pregunté y él río sin ganas.
-¿Estás bromeando, verdad? –preguntó- ¿Por qué crees que jamás le dije a nadie de mis poderes? Los hijos de fuego se suponen que son nuestros enemigos, perseguidos sin descanso –apretó los dientes- logré camuflarme entre los demás solo porque mis poderes de agua me ocultan… si no fuera así, me hubieran matado con rapidez.
-Yo no soy como todo el mundo –le espeté.
-¿Acaso no vas a decirle a todos? –me preguntó, casi burlón, y le fulminé con la mirada.
-No pensaba decírselo a nadie, pero ahora lo estoy considerando -le dije de mal modo y él se quedó pasmado, mirándome como si esperara que estuviera mintiendo.
-¿Estás hablando en serio? -preguntó- ¿no me temes?
-No podrías asustarme ni aun si quisieras, Pyro -le aseguré y él simplemente se me quedo mirando, perplejo. 
-Sos una persona muy rara, Alma -determinó.
Iba a replicar, cuando noté que era la primera vez que me había llamado por mi nombre, lo que me descolocó. Hasta él parecía un poco confundido por eso, aclarándose la garganta. 
-Em… bueno, Grey, ¿Qué mas queres saber? -dijo para disimular. Me quedé pensativa un segundo. Tenía una pregunta, pero temía hacerla. Al ver que él me miraba con insistencia, la consideré.
-Si tus padres son espíritus no pudiste vivir con ellos, así que… ¿Dónde viviste? -le pregunté cuidadosamente. Su mirada me hiso notar lo delicado del tema.
-Viví en un orfanato hasta los siete y luego me escapé. Una familia me encontró perdido en el campo y me adoptó. Desde entonces, vivo con ellos –contó.
-¿De dónde sos? –pregunté.
-Mi hogar está en Inglaterra –dijo.
-¿Sos inglés? –le pregunté, sorprendida, y él ladeó la cabeza, haciendo una mueca.
-Sí, o eso creo –murmuró y miró hacia la ventana.
Me le quedé mirando, sintiéndome mal por él. Siempre me había quejado de que mi madre me había abandonado, esfumándose en el aire sin dejar nada atrás; pero al menos siempre había tenido a mi padre y a un hogar. No me imaginaba lo horrible que debía haber sido crecer solo en un orfanato, sin saber nada de sus padres para luego enterarme que no podría estar con ellos de todos modos.
“Tuvo una vida difícil” me había dicho Lon. Tenía razón, su vida había sido complicada, y no solo por ese asunto. Debía haber sido aun más difícil haberse mantenido en secreto en la escuela, deseando que no descubrieran lo que en verdad era para que no le cazaran como un animal. Ya no me sorprendía que fuera tan desconfiado e irritante.
-¿Nadie sospechó jamás de que fueras un hijo del fuego? –le pregunté y él negó con la cabeza.
-Solo los seres puramente mágicos o los legados del fuego pueden notarlo –dijo.
-Como las hadas o Ismael –dije y él asintió- pero a veces se te escapan tus poderes ¿no es cierto? –le pregunté y él hizo una mueca.
-A veces el fuego se me escapa sin que pueda controlarlo, pero las pocas veces que otros lo han visto pude justificarlo con que era agua –dijo y su expresión se endureció, apretando los dientes. Yo le observé atentamente.
-No te gusta usar tus poderes ¿no es así? –le pregunté y se enderezó, con una mirada fulminante.
-No quiero usar los poderes de mi padre –murmuró, mirando ceñudo al piso- mi madre me ayudó, pero mi padre jamás apareció o dejó un mensaje siquiera. Me abandonó a mi suerte en ese horripilante orfanato.
Parecía tan furioso y triste que me dio pena.
-¿No tenes nada de él? -le pregunté.
-Tengo un tatuaje, pero no estoy seguro si fue él quien me lo hiso –dijo y le miré sorprendida. 
-¿Un tatuaje? ¿Dónde? -le pregunté, intrigada.
Él, titubeante, se sacó su campera y se dio vuelta. Se levantó la remera hasta la base del cuello y lo vi. Era un tatuaje hecho a la mitad de su espalda, justo sobre la columna. No era muy grande, casi del tamaño de mi puño, pero estaba dividido en dos, siendo una parte la mitad una gota de agua, tranquila, pacífica, y de color celeste muy claro. La otra mitad empezaba en una misma base y era una llamarada de fuego, salvaje y de color naranja. Era un dibujo de lo que él era en realidad, una mitad y mitad.
Él se bajó la remera, volteándose de nuevo.
-¿Sabes para que sirve? -le pregunté.
-No. Según entiendo, es para protegerme; aunque jamás hiso algo como eso…
-Como mi collar -determiné y le mostré mi dije. Él lo miró por unos segundos y luego suspiró.
-Nadie debe saber quién soy. Me cazarían como un traidor y me culparían de espía… -murmuró.
-Pero, si ellos supieran lo poderoso que sos… -murmuré y me miró extrañado- si decían que yo era poderosa solo por ser la hija del rayo, no me puedo imaginar lo que es un hijo de dos espíritus –me expliqué y pareció incomodo con la apreciación. 
-Pero son poderes diferentes -dijo- el agua y el fuego se los considera elementos creadores, tu poder es…
-Sí, lo sé, destructivo -lo interrumpí, frustrada, y sonrió.
-Sigue siendo un gran poder –comentó, encogiéndose los hombros y yo suspiré- bueno, si no tenes más dudas… -me miró, pero al ver que no dije palabra continuó- me parece que hay que ir a ver cómo le va a Lon -comentó y se levantó- ¿Vamos? -preguntó y me miró.
Asentí y lo seguí.

Cuando llegamos a la cabina, Lon estaba en medio de un ataque de nervios, saltando sobre los controles y apretando botones como loco.
-¡Hasta que vinieron! –reclamó al vernos- ¡me parece que el piloto automático no funciona más!
-A ver, déjame… -le dijo Pyró y se sentó en el asiento del piloto, tomando los controles y colocándose los auriculares con naturalidad.
-¿Sabes volar aviones? -le pregunté, sorprendida.
-No exactamente -dijo y tomó el control de mando.
-¡Pero si te da miedo volar! –exclamé nerviosa y me miró enojado.
-No le tengo miedo a volar -refunfuñó- y alguien tiene que llevarnos a Londres.
-Si es que nos estas llevando a Londres. Puede que nos estés llevando a Francia o a cualquier otro lado -insistí.
-No estamos yendo a Francia, estoy seguro de que vamos en la dirección correcta -siguió Pyró, terco como siempre.
Miré a Lon.
-¿Vos no tenes idea de a dónde nos dirigimos? -le pregunté.
-Diría que a Europa, pero no estoy tan seguro sobre eso -dijo Lon, mirando hacia el océano intranquilo.
-¿No hay hechizos para eso? –insistí y Pyró puso los ojos en blanco.
-Podrías intentarlo vos -contestó.
Lo miré furiosa, pero de todas maneras no vi que sería problema. Como había dicho Lon, solo debía pensarlo.
Puse mi mente en blanco y me concentré en un indicador de dirección o algo que pudiera ayudarnos a hacer que el avión se dirigiera a Londres.
Debó admitir que no fue para nada sencillo. Decir que la magia se controla por el pensamiento hace que suene fácil, pero cuando se trataba de crear un hechizo, la dificultad aumentaba.
Ahora entendía porque Pyró había dicho que la invocación era una de las magias más básicas. Atraer a un objeto a través de la magia era solo cuestión de drenarlo de un lugar a otro; pero crear algo era completamente diferente. No solo debías concebir la idea, sino que también debías extraer la magia que te rodea, canalizándola por tu cuerpo y transformándola en aquello que desees; lo que suponía tal esfuerzo mental y físico que te agotaba al instante.
Extraer la magia fue la parte sencilla, encontrándola en cada recóndito del avión, latiendo entre nosotros. Lon había mencionado que era como oxigeno, pero la magia era pura energía, ancestral y poderosa, pero energía en sí. Una que se trasladaba por los confines del universo y jamás se acababa del todo.
Obligué a la magia a responder mis órdenes, atrayéndola y dejando que llenara mis poros. Esta me llenó, electrificando todos mis nervios y haciéndome sentir vigorosa e imparable.
“Cuidado” escuché una voz en mi mente y me concentré. No podía dejarme absorber por el poder. Aquella magia era pura y voluble, pero aun así, si era desatada de manera descontrolada podría hacer arder mi mente hasta las cenizas.
Entonces la canalicé, comenzando a transformarla según lo que necesitábamos. Eso fue lo más difícil de todo. Moldear la magia era como intentar modelar una figura en mármol con las manos, exhaustivo y agotador, pero finalmente logré que la magia se acoplara a mi pedido, liberándola. Al instante el avión se sacudió y cambió de dirección drásticamente, haciéndonos tambalear. 
-¡Eh! -gritó Pyró, sorprendido, soltando el control de dirección ahora que se movía con libertad- ¿Y eso?
-¡Magia! -declaró Lon y Pyró me miró, arqueando una ceja. Yo había logrado mantenerme parada, apretando los dedos en el asiento. Los brazos y piernas me temblaban, pero me las arreglé para sonreír.
-Podrías haberme avisado -comentó.
-¿No era eso lo que dijiste? -me hice la inocente y su expresión lo dijo todo. No pude evitar reírme de él.
-No peleen –se quejó Lon.
-No peleamos -le espeté y quise dar un paso, pero mis piernas me fallaron. Me hubiera precipitado al suelo si Pyró no me hubiera atajado.
-Solo a una loca como vos se le ocurre usar magia sin entrenamiento –comentó- ¿Estás bien?
-Estoy bien… -mentí- podría hacer esto todo el día.
Pyró no pareció haberse engañado, pero sonrió.
-Como digas –dijo y me depositó con cuidado en la silla del piloto- por ahora no te muevas. Recuperaras energía pronto –me aseguró y se alejó, deteniéndose en la puerta- y… -dijo, conmigo casi esperando una reprimenda antes de verlo sonreír- lo hiciste bien, Grey. Llámame si me necesitas –agregó, sonriendo burlón, y desapareció, dejándome sorprendida.
-Parece que se llevan mejor –comentó Lon, contento.
-Si… eso parece -acepté.

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