Cuando el Rayo Cae - Parte 8


Capitulo 8


John no pudo menos que enfurecerse. En ese instante minúsculo en donde los metales aun seguían separados, no pudo evitar reprocharse su inutilidad. Una vez más había fallado, una vez más no había podido mantener a salvo a sus amigos. Si tan solo hubiera prestado atención, lo habría visto venir. Si hubiera sido más cuidadoso ninguno de ellos estaría en el filo de la vida y la muerte.
Y cuando ya prácticamente se había resignado a morir como un fracaso, vio como Leian se estiraba por encima de la palanca de cambios, velozmente llegando a tocar el tablero del auto antes de que el impacto los sacudiera.
John sintió el estallido, escuchando gritar a su hermana mientras eran sacudidos hacia adelante con ferocidad. El cinturón le cortó la respiración, las luces le cegaron. El sonido del metal chirriando vibró horriblemente en sus oídos. La cola del auto se elevo y él se sintió ingrávido, mareado y pesado.
-¡Mierda! -escuchó gritar a Gabriel, quien se agarraba del techo y ciegamente lanzaba una mano hacia atrás, aplastando a Lara contra el asiento. Leian aun seguía suelta entre los asientos, sus ojos brillando mientras su mano tocaba la repisa.
John sintió terror, uno que no había sentido antes, pero que fue tan fuerte que creció como una bestia en su interior, poseyendo su cuerpo como un demonio y lanzando sus brazos hacia adelante. Atrapó a Leian de la cintura, protegiéndola mientras el auto comenzaba a ponerse en vertical, y tiró de ella hacia su regazo, tomándola tan de sorpresa que ella no se resistió mientras la rodeaba con su brazos de forma protectora.
La camioneta siguió empujándoles, haciendo que el auto comenzara a desprenderse del suelo, volando por los aires mientras giraba hacia abajo, dispuesto a caer sobre el techo. Leian se desprendió, llevada hacia abajo por la misma gravedad, pero John la agarró aun con más firmeza, no dispuesto a dejarla ir.
-¡Agárrense! -gritó a los otros, cuando chocaron contra el suelo, su cabeza sacudiéndose tan ferozmente que resintió su cuello, con un pitido disparándose en su oído. El auto se meció, el metal chillando nuevamente, pero John se sintió confundido. ¿Dónde estaban las puertas y el techo doblados, o los vidrios rotos? ¿Cómo es que nada se había roto?
Entonces abrió los ojos, encontrándose a Leian observándole sin aire, una mirada que rayaba en la sorpresa, la impresión y la vergüenza, con un encantador sonrojo brillando bajo la luz de los autos. A John le saltó el corazón, no pudiendo respirar. Lo único que quería hacer era extender la mano y rozar su rostro, intrigado por las sensaciones, sintiendo como si pudiera conocer todos los secretos del universo en tan simple acción.
-¿John? -llamó una voz mareada, y el instante se rompió, el chico mirando hacia atrás para que su corazón se detuviera. Lara tenía todo el costado de su cara ensangrentada, sus ojos casi en blanco mientras intentaba enfocarlos- ¿Gabriel? -susurró y su novio se revolvió en su asiento, el pánico llegándole mientras miraba a la chica.
-¡Lara! -exclamó el chico, intentando llegar a ella, pero no pudiendo por el cinturón- ¡maldición!
Leian miró a la chica con palidez, soltándose de John para ir hacia ella, pero entonces las luces volvieron a iluminarlos, esta vez desde el costado. Los dos faroles iluminando la ventanilla de John.
-¡Cuidado! -gritó, segundos antes del impacto. Los vidrios estallaron, una lluvia de ellos volando contra John y cortando su rostro con pequeños rasguños. El metal centelló, un crujido horrible que hiso vibrar todo el auto, con pedazos saltado como confeti hacia el cielo.
Entonces llegó el impulso.
Era una norma física, cuando un objeto a gran velocidad impacta a otro estable, el segundo se ve empujado hacia la dirección contraria, como atraída hacia la mole que lo estampó. John no pudo recordar el nombre con seguridad ¿inercia? ¿simple atracción? No lo sabía, pero en el momento en que fue empujado contra el costado y vio el borde negro del asiento, supo que dolería. El dolor estalló, feroz y ardiente, llenándole los ojos de lagrimas mientras sus pupilas se movían sin parar, sin poder enfocarse. Su mente pareció perder conexión con el resto de su cuerpo, sin reconocer los brazos que se golpeaban contra la puerta, como si fueran ajenos a él.
El auto patinó sobre la calle, girando como un carrusel mientras la camioneta seguía avanzando, sus luces alejándose. John parpadeó con fuerza, agarrándose de la puerta para ganar firmeza.
“Vamos, reacciona” se empujaba. “REACCIONA” dijo y la claridad empujó por sobresalir, haciéndole parpadear y mirar alrededor. Gabriel aun seguía luchando por llegar a Lara, sangre manchando su mejilla, con su hermana colgando semiinconsciente del cinturón. Leian estaba desparramada contra el asiento, prácticamente inmóvil. El temor se disparó dentro de John, nuevamente abrasándolo mientras contemplaba a ambas.
-¡Lara! ¡Leian! -chilló y sin importarle nada, se soltó el cinturón de seguridad, rodando sobre el capo del auto y el regadero de vidrios.
-¡Tenemos que salir de acá! -gritó Gabriel, comenzando a soltarse, cuando el ruido de ruedas y motor rugió a su alrededor, otro par de luces viniendo por ellos. La visión del chico se oscureció, una mirada mortal cruzando sus ojos, mientras alzaba su mano- ¡a la mierda con esto! -exclamó, y la calle crujió, como si el suelo se estuviera partiendo por debajo de ellos. Entonces todo el asfalto se levantó, con una plancha de roca pegada a esta, formando una rampa por encima de la calle. La camioneta avanzó directo a esta, no pudiendo girarse del camino, y saltó, volando un instante por el aire hasta caer con un horrible estruendo a solo unos metros, rodando hacia afuera sin control.
John miró sorprendido a Gabriel, anonado por su reacción, pero este ya se había soltado también, arrastrándose para intentar llegar a Lara.
-¡John, saca a Leian y muévete! -le ordenó, viéndolo allí tirado y este reaccionó, agarrando al espíritu y cargándole lo mejor que podía en sus brazos. Tenía sangre escurriéndose por varias heridas, sintiendo a la piel tirándole agudamente en varias partes, pero no se distrajo, escuchando como la otra camioneta giraba hacia ellos de nuevo.
-John… -murmuró Leian, mareada por los golpes, pero él la chisto, acercándose a la puerta y abriéndola de una patada. Dolió hacerle eso a su propio auto, sintiendo como una herida punzaba en su pecho, pero aun así se arrastró fuera, comenzando a correr fuera cuando pudo pararse. Las luces no tardaron en enfocarle, con el chico deteniéndose y girando antes de que la camioneta los golpeara.
-¡John! -dijo Leian, reaccionando, pero el chico no tenía tiempo de atenderla, viendo otro par de faros acercándose del otro lado- ¡cuidado! -gritó ella, extendiendo su mano hacia ellos, una chispa blanca y feroz estallando desde la punta de sus dedos y volando hacia el auto en movimiento. Golpeó directo contra el frente, cientos de arcos eléctricos disparándose encima del metal y haciendo estallar el motor; el fuego escapando llameante por debajo del capo.   
-¡Mierda! -gritó el chico, saltando a un lado mientras la camioneta fuera de control se dirigía ardiente contra ellos. El automóvil siguió de largo, saliendo fuera de la ruta mientras sus ocupantes saltaban fuera, terminando golpeando contra un árbol y estallando en llamas que iluminaron la noche.
Leian y John se levantaron del suelo, adoloridos por la caída.
-¿Ahora no vas a gritarme por atacarles? -preguntó la chica.
-Esta vez voy a perdonarte… -susurró, con la chica sonriendo maliciosa.
El sonido de otro auto los alertó, girándose hacia las luces en temor de que los golpearan de nuevo, pero la camioneta paso junto a ellos, directa hacia el Camaro.
El corazón de John cayó.
-¡No! -gritó, queriendo levantarse y correr, pero el auto llegó antes, golpeándole y haciéndole patinar sin control de nuevo por toda la calle- ¡Lara, Gabriel! -gritó el chico, queriendo ir hacia ellos, pero Leian lo agarró antes, empujándole hacia abajo.
-¡Cuidado, John! -advirtió, con John viendo el destello de una lanza volando hacia él antes de terminar en el suelo. Leian se giró hacia el arma en vuelo, girando y agarrándola del mango, haciéndola girar entre sus manos antes de volver a lanzarla contra los enemigos que corrían hacia ellos.
-¡John, ve a ayudarlos! -ordenó, invocando sus armas- ¡yo los contendré! -dijo, señalando al auto y el chico asintió, corriendo a toda velocidad hacia el auto.
-¡Lara, Gabriel! -gritaba, llamándolos con la esperanza de escucharlos, cuando vio que el auto volvía a avanzar contra ellos, parándole el corazón. En gesto instintivo, invocó una lanza, tirándola directamente hacia la parte baja. El arma golpeó contra la rueda, revotando luego de cortarle, y haciéndose pedazos alrededor del eje, haciendo que este saltara de forma desagradable. El eje dejo de funcionar, lanzándose hacia el costado y John escuchó el chirrido de los frenos accionándose, todo la camioneta patinando mientras se daba vuelta, quedando de lado sobre el asfalto y arrastrándose por la calle.
John corrió entonces hacia su auto, volviendo a gritar los nombres de su hermana y amigo, cuando la puerta del costado se abrió de un golpe, viendo a Gabriel saliendo de allí con su hermana en brazos; su sueño fruncido por el esfuerzo. Lara se veía tan palida y cubierta de sangre que el miedo se disparó en John, sintiendo como sus manos comenzaban a temblar.
-No, no… -murmuró, corriendo a su encuentro.
-¡John! -farfulló Gabriel, avanzando con cojera- ¡tenes que hacer algo! -dijo y el chico llegó junto a ellos, agarrando a su hermana de la cabeza, buscando directamente el pulso. Podía escuchar los pasos enemigos acercándose, y el sonido de la pelea detrás de él, pero no podía importarle menos. En este momento, solo era Lara. Su hermana. La única familia que le quedaba y que ahora manchaba de sangre sus manos.
-Por favor, por favor -escuchó murmurar a Gabriel, sintiendo sus temblores pasando a través de su hermana. John se concentró, hundiendo su dedo en el cuello de Lara, cerrando los ojos y concentrándose en los sonidos, buscando el correr del agua. Como hijo de un espíritu río, probablemente jamás pueda manejar otro liquido que no provenga de la fuente de vida de su madre, pero el agua seguía siendo parte de él. Aun cuando se trasladaba entre cientos de otras células y partículas, podía sentirla.
Y se concentró en ello, casi queriendo llorar cuando sintió el correr de la sangre aun palpitando dentro de ella.
-Esta viva -susurró, alivio saliendo a enormes oleadas de él- ¡esta viva!
-Por supuesto que lo está, pero tenemos que sacarla de aquí, John -dijo el chico y este asintió, mirando hacia los costados, pero sabía la verdad. No había manera de sacarla de allí, no a menos que Gabriel corriera los kilómetros que faltaban para la próxima ciudad.
Sacando un frasco de agua, lo vertió sobre el corte de la chica, limpiando la densa sangre un poco antes de colocar su mano sobre ella. su palma se iluminó en azul mientras se concentraba en la herida, concentrándose en cada célula que se movía por el liquido, cada partícula dañada o perdida que él tenía que recuperar. Y lo hiso, reconstruyendo la piel como si tejiera átomo por átomo hasta casi recuperarla por completo.
-Vos cuídala -le ordenó John a Gabriel,- tenemos que ocuparnos de todos estos, antes que nada…
-Alguien se te adelantó -murmuró y John se giró, contemplando a Leian por primera vez desde que la había dejado encargarse. Ella se había plantado a unos metros de ellos, en un perímetro invisible en el que nadie podía avanzar, revolviéndose hacia todos los costados como un remolino de choque y centellas de acero. Ella fluía entre los enemigos, agachándose, saltando, girando y avanzando como si dibujara una danza mortal sobre el suelo, movida por hilos fuertes pero poderosos. Instintos perfectos y reflejos afinados. Sus manos se movían tan rápido que eran solo borrones de piel, atrapando el arma que ella necesitaba en el momento justo; espadas, sais, lanzas, todo moviéndose en sus manos como si fueran extremos de ella. Sus ojos eran agudos y atentos, atrapando cada movimiento oculto, cada debilidad invisible, flameando en la noche como dos aureolas de acero iluminadas por la luna.
John nunca había encontrado un sentimiento cálido en la guerra. Sabía de personas que necesitaban lanzarse a la batalla para sentirse vivos, pero allí él solo podía encontrar amargura y dolor. En Leian era diferente. Había precisión en cada uno de sus movimientos, belleza latiendo en cada uno de sus arranques tal como si hubiera nacido para eso. Verla allí era como contemplar una obra perfectamente actuada, una danza clásica perfectamente ejecutada o una pintura que se deslizaba por tu piel. Era arte, puro y simple arte.
Los tres hombres que habían escapado del auto que había volcado lo sacaron de su aturdimiento, corriendo hacia ellos mientras invocaba su espada. en él los movimientos no eran fluidos, eran adaptados, repetidos por el rigor del duro entrenamiento bajo el que había sido puesto. Sorprendió al primero de un rodillazo al pecho, este doblándose en dos frente a la falta de aire y lo golpeó en la nuca con la espada. El segundo viene corriendo en su ayuda y John simplemente se mueve al costado, su espada bajando contra su tobillo. La hoja lo golpeó, presionando y haciéndole caer. John lo pateó en sus costillas, justo a su costado, mandándolo volando, rodando en el asfalto.
El tercero llegó poco después, su espada golpeando contra la de John y dejando a su cara iluminada bajo la luz de la camioneta caída. Un tatuaje cubría su cuello y oreja, ramas de espinos entretejiéndose como venas negras.
Chispazos llegaron a la mente de John, viendo el fragor de otra batalla, otra misión en la que el corría, su grupo desparramado mientras los legados del fuego avanzan con su lluvia de flamas. Una chica va de su mano, siguiendo sus pasos asustada y nerviosa, esperando que él la protegiera. John recuerdó haber mirado hacia atrás, distinguiendo un rostro observándole malicioso entre las llamas.
Y entonces, el grito, ese horrible sonido que aun forma parte de sus pesadillas, cobra vida; con John contemplando un cuerpo caer mientras dos lo observaban con deleite. Esa misma marca negra estaba en la cara de uno de ellos, con este mirándole como si él fuera el siguiente.
La misma que ahora lo reconocía, con una sonrisa burlona entornándose en sus labios.
-Vos… -susurró.
Algo dentro de John se partió. Los recuerdos de esa noche, el grito que aun pitaba en sus oídos y su odio por lo que habían llegado hacer en los últimos minutos, se le abalanzaron, desintegrando todo el control que él guardaba de sí mismo, solo dejando a la ira y el dolor correr libres como a una bestia salvaje.
Gruñó, un sonido animal que él jamás se había escuchado gritar, y empujó al atacante hacia atrás, abalanzándosele con la espada alzada y lista para partirlo a la mitad. Las espadas chocaron, con las hojas temblando bajo la furiosa sacudida, pero John ni siquiera había empezado. Esa ira ciega lo controlaba, lo manipulaba y ahogaba en su océano de fuego todo reproche. Toda resistencia a lo que quería hacer.
La sonrisa del hombre desapareció luego de otros dos ataques más, ahora inquieto mientras la mirada oscura de John le deseaba la muerte, sacudiendo su espada entre gritos y conectando golpes terribles sobre la piel enemiga. Aquella pelea que él había llamado adaptada a su entrenamiento, se había vuelto brusca y tosca, un sinfín de golpes que no parecían querer desarmar a su enemigo sino que parecían querer acabarlo. Un tajo terminó por arrancar el arma de las manos del legado de fuego y entonces John se lanzó encima de él, tirando su espada hacia la calle y golpeándole sin piedad. Cada puño era un quejido, un sentimiento de ira liberado. John no iba a permitir que él volviera a lastimar a nadie nunca jamás, y eso solo incitaba a cada golpe, cada violento arranque que no prestaba atención ni a la sangre, ni a la piel molida contra la que se estrellaba. Solo seguía a ese profundo y desgarrador dolor que John se había guardado durante tanto tiempo en su interior.
Culpa, dolor, ira, esos ojos castaños mirándole una última vez antes de volverse fríos y helados…
-¡John! -chilló la voz de Leian, pero él no parecía reaccionar- ¡John, detente! -dijo, con el chico sintiendo unas manos tirando de sus axilas, arrastrándolo hacia atrás con fuerza superior.
-¡No! -gruñó, batallando por volver a la pelea, pero esas manos lo agarraron con más fuerza, volteándose para ver a Leian allí parada, mirándolo horrorizada y perpleja.
Y tan fácilmente como esa ira había aparecido y había arrasado con todo, mirarla a los ojos la desapareció. De pronto sintió la magulladura de sus brazos, los músculos gritando de dolor. Sintió los huesos partidos de sus nudillos removiéndose bajo la piel. Sintió la pesadez de su cabeza, mareada por la adrenalina y ferocidad. Pero por sobre todo, sintió la sangre, todo aquel liquido espeso que bañaba sus puños y brazos en un tono escarlata.
Asesino.
La palabra se susurró en el oído de John, una helada y putrefacta oleada golpeando su pecho como si la misma Muerte le hubiera hablado, y él sintió a las nauseas doblándole en dos; arrastrándose por el asfalto lejos de Leian y vomitando sobre la calle con los brazos temblando.
-John… -escuchó el susurro suave de Leian, antes de que una risa los interrumpiera, el legado de fuego sentándose temblando sobre la calle, mientras su cara llena de sangre se comprimía en carcajadas dolorosas.
El alivio le llegó a John, sintiéndose mejor al saber que no lo había matado a golpes, pero una parte de él no pensaba igual. Él jamás había matado a nadie, pero nunca le había deseado la muerte a nadie tanto como a él y a su compañero. Y la duda de si se sentía más aliviado que decepcionado por lo que había hecho, solo hacía que las nauseas volvieran a golpear.
-¿Lo disfrutaste, muchacho? -preguntó el legado,- ¿te sientes fuerte ahora? -le espetó y escupió un chorro de sangre al suelo, sonriendo, ahora con varios dientes partidos o perdidos- si hubiera sabido que serías tan divertido, te hubiéramos cazado a ti -dijo y sus ojos brillaron maliciosos, encendiendo de nuevo la ciega ira de John hasta hacerle levantar.
Aun así, Leian se interpuso, su mirada seria y fulminante.
-No, John -dijo- ve con Lara y Gabriel, ahora -ordenó, su voz volviéndose firme e inquebrantable a medida que hablaba- él no lo vale -afirmó, y el chico apretó los puños, queriendo gritar y lanzarse de nuevo sobre ese malnacido, pero no pudo hacerlo. Podía escuchar la decepción y el horror en la voz de ella, y eso era algo más insoportable.
Asintió, girándose mientras el dolor punzante de sus manos le abrasaba, cuando volvió a escuchar la voz del legado hablar.
-Sabía que no podrías hacerlo… -murmuró- eres débil, como esa estúpida… -iba diciendo, cuando un golpe lo sentenció, la sangre disparándose por el aire, mientras el cuerpo caía al suelo como una bolsa de papas; desparramándose inconsciente en el asfalto.
El pie de Leian estaba estirado, suspendido en el aire justo allí a donde había estampado la cara del enemigo, ella observándolo con perplejidad y sorpresa; como si se tratara de un pie ajeno. Finalmente se irguió, con John contemplándola de cerca.
-Pensé que no valía la pena -comentó y ella se giró hacia él, un brillo de confusión destellando en su mirada.

-No lo hace -admitió, sorprendiéndose a si misma en el instante en el que habló, como si aquello tampoco hubiera sido planeado- ven, tenemos que ver a tu hermana. 

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