Capitulo
2
Huir
por las calles de Nueva York hubiera sido un infierno si hubiera llevado un
auto, estando llegando a la hora pico de las seis donde todo el mundo volvía a
sus casas, pero con la moto podía evadir los coches lo más bien, ganando
terreno a cada momento. Los gritos de los monstruos me seguían detrás, volando
por los aires a mi persecución, pero aun lejos.
Lo
hubiera llamado una huida triunfal si no fuera porque no tenía la menor idea a
donde ir. El único lugar que tenía era mi casa y la escuela de diseño, pero
ninguno serviría para ocultarme. Tampoco podía ir a la policía. Por cómo
reaccionó la mujer del departamento y Tom, diría que solo yo podía ver a las
brujas por lo que realmente eran, lo que solo lograría una entrada sin retorno
a un loquero en caso de que hablara. Lo único que tenía era el Campamento
Mestizo, pero ni siquiera sabía dónde estaba, y siendo un lugar secreto, podía
decir que no iba a encontrar la dirección en internet.
De
pronto algo ululó por arriba, alzando la vista para ver a la lechuza que había
aparecido en mi clase, pasando volando por encima de mi cabeza a una velocidad
inhumana, deteniéndose a unos metros en una clara mirada de: “sígueme si no
quieres morir”
O al
menos espere que eso significara, empezando a seguirla por las calles mientras
ella me guiaba hacia el este, a Long Island. Genial, solo esperaba tener
suficiente combustible.
Me
gustaría decir que llegué sana y salva al campamento, pero sería una cruel
mentira. Las locas voladoras me alcanzaron varia veces, tirando de mi pelo,
rascuñándome los brazos e incluso rompiendo una de las mangas de mi camisa. La
frutilla de la torta fue cuando explotaron la rueda de mi moto, haciendo a la
moto saltar y comenzar a perder el control. Sabiendo que no podría mantenerla
enderezada, recé al cielo y acariciando el asiento una última vez, salté. La
moto cayó, derrapando por la calle por varios metros entre chispazos naranjas.
Yo no tuve tanta suerte. Aunque rodé, mis rodillas se llevaron todo el impacto,
sintiendo como una de las calzas se rompía contra la fricción del asfalto y mi
piel golpeaba ferozmente el suelo.
Demonios.
Lo que me faltaba.
Adolorida
y con todo el cuerpo tensó como si tuviera que entregar mil vestidos en una
noche, me empecé a levantar lo más rápido que pude, rengueando al sentir punzadas agudas disparándose de mi rodilla
herida. La lechuza estaba en un árbol adelante, mirándome como diciéndome:
“¿Qué estás esperando? ¡Apúrate o te mataran!”
Gracias
por tu sabiduría, estúpida ave.
-¡No
vas a escapar! –gritó una de las mujeres, agarrándome del cabello y lanzándome
al suelo. En un acto reflejo, lancé una patada hacia atrás, golpeándola en el
hombro y tirándola hacia atrás en un gruñido. En un giro rápido, agarre el
desodorante y el encendedor y lancé una nueva descarga, esta vez directa a las
patas de pollo. La criatura chilló, con sus piernas ardiendo como si fueran
bastones de madera, cayendo al suelo en aullidos de dolor.
-¡Euriale!
–gritó la que volaba arriba, desempeñándoseme encima tan rápido que no
reaccioné, dejando que ella me robara el desodorante y lo aplastara entre sus
garras en una explosión de talco y perfume.
Mierda,
ahora si estaba totalmente muerta.
-¡Mátala,
Esteno! –gritó Euriale, con su hermana girándose hacia mí con odio atroz. Voló
de nuevo hacia mí, pero retrocedí por el suelo, tanteando en mi bolso hasta
finalmente asear un mango de cuero, sacándolo de un tirón y alzándolo justo
cuando ella vino en estampida. El filo le cortó el abdomen, disparando una
oleada de nervios y nauseas al ver que la sangre saltaba en el suelo. Esteno
cayó al suelo herida y gritando, rugiendo por mi sangre como nunca, pero mi
oportunidad de huir estaba ahí.
Horrorizada,
me alcé, agarrando mis cosas y corriendo de nuevo lo más rápido que mi rodilla
herida me dejaba. La lechuza echó a volar, planeando alrededor de mí mientras
corría hacia los bosques junto a las carreteras. Correr empezó a hacerse más
difícil, mis botas resbalando con hojas y ramitas mientras corría colina arriba.
Aun así, mis instintos jamás habían estado tan afilados, despiertos como si
hubiera pisado algo poderoso; el aire llenándose de un aroma que no había
conocido nunca: hogar.
La
lechuza seguía mirándome desde arriba, ululando como si quisiera que me
apurara, solo enfureciéndome más.
-¡No
puedo subir con botas! -le grité, pero siguió ululando como si nada. Iba a
insultarlo, cuando otro chillido cerró mi garganta, girándome para ver a Esteno
y a Euriale en el camino, cargando sus pesados látigos entre cuchillos y armas.
-Tu
muerte será dura, semidiosa. Te sacare la piel a tiras y me hare un vestido con
ellas, ya que arruinaste el mío -masculló Esteno, apretándose la herida
sangrante que manchaba su ropa. Tuve el estúpido impulso de reír. Eso no era un
vestido, era una abominación de tela raída y sucia, pero mencionarlo no me
haría favores. Tenía que escapar y llegar al final de la colina.
Necesitaba
pensar, idear un plan, y para eso necesitaba tiempo.
-¿Qué
quieren conmigo? -pregunté- ¡yo no les hice nada!
-Tu
madre sí -replicó Esteno, acercándose un paso- nos maldijo y luego guío a
Perseo para matarnos. Le dio el brebaje que nos dormiría y le dio su escudo
para que Medusa no pudiera convertirlo en piedra. Y cuando ya ella había sido
decapitada, Atenea adornó el Egida con la cabeza de nuestra hermana, ¡Es
imperdonable!
-Imperdonable
-murmuró Euriale, con una mirada oscura, pero mi mente trabajaba con rapidez.
Medusa… hermanas… Perseo… rápidamente las piezas se conectaron, trayéndome el
nombre de esas horribles criaturas. Gorgonas. Hijas de Equidna y Tifón. Sus
cualidades se desplagaron en mi mente como un fichero medico. Miradas que
hipnotizaban. Sangre con cualidades curativas o venenosas según el lado de su
cuerpo. Aun así, no recordaba ninguna debilidad. El viento sopló y pronto el
sonido de una madera captó mi atención hacia arriba, viendo una enorme trampa
armada entre las romas, observando los cruces de sogas y maderas aun desde la
distancia. Si lograba encontrar el soporte, tal vez podría accionarla y ganar
el tiempo para escapar.
-¿Por
qué tengo que pagar por el error de mi madre? -pregunté, esperando distraerlas
un poco más, y Esteno río con sorna.
-¿Acaso
no lo has entendido hasta ahora, mestiza? -preguntó- llegar a un dios es tan
difícil para un monstruo como lo es para sus propios hijos. Además, los dioses
son inmortales. Tal como nosotros eventualmente sanaran… pero su prole no.
Ustedes tienen una sola vida y es una exquisitez arrancarla… -dijo y su voz
sonó más gélida que nunca, dándome un escalofrío. “Vamos, cuerda, aparece…”
rogué, siguiendo cada patrón a toda velocidad.
-Matarme
no le hará nada a mi madre -repliqué- a ella no le importo, ¿o creen que
estaría corriendo aquí si no fuera así? Me abandonó a mi suerte -dije y las dos
gorgonas sonrieron, con Euriale soltando una risa llena de sorna.
-Mentirosa… -susurró.
-Podrías
intentar engañarnos, mestiza, pero podemos sentir a los dioses -dijo y olisqueó
el aire, sonriendo con hambre como si hubiera olido a la mas deliciosa carne-
oh, sí… la presencia de Atenea es fuerte en ti. Ella te está guiando, lo que
solo hará su dolor aun más duro.
Mis
manos temblaron, mi mente amenazando en perderse en sus palabras, pero me forcé
a concentrarme. No podía pensar en mi madre. Mi prioridad era sobrevivir.
Siguiendo mis instintos, miré hacia arriba, encontrando la soga de apoyó como
si de pronto brillara en luces de neón. Solo necesitaba un golpe, con el
cuchillo hormigueando en mis manos como si hubiera encontrado una solución.
Solo
esperaba que no me matara.
-Adiós,
semidiosa… -saludó Esteno y al verla extender sus alas, mi cuerpo tuvo un
espasmo, alzando el cuchillo y lanzándolo aun antes de supiera lo que hacía. La
hoja de bronce destelló en el aire antes de clavarse en las alturas, cortando
la soga como si fuera manteca. Al instante el sonido de sogas corriéndose y
soltándose se disparó por sobre nosotros, corriendo por un segundo antes de que
una lluvia de piedras cayera sobre las gorgonas, con estás chillando mientras
una enorme red se disparaba de los árboles.
-¡No!
-gritaron, pero no me quedé a mirar. En menos de un segundo había vuelto a
correr, agarrándome de los árboles para poder subir más rápido mientras los
gritos me seguían. La trampa no las atraparía para siempre y tenía que cruzar
la entrada al campamento antes de que se liberaran o no llegaría a contar el
día. Las ideas se me habían acabado. Lo único que me quedaba para defenderme
era mi bolso y la almohadilla de los alfileres, pero ninguna me serviría para
detenerlas. Esta era mi única oportunidad.
Aun
así, el destino estaba empeñado en escupirme en la cara. ¿Es que no podía tener
piedad por cinco segundos? ¡Estoy corriendo por mi vida aquí!
Pero
no. Cuando el bosque comenzaba a despejarse y lo único que quedaba era un
enorme pino ubicado en la cima y una entrada de piedra iluminada por llamas, ni
siquiera tuve tiempo para sentirme aliviada. Unas garras me zarandearon desde
atrás, destrozando mi camisa y haciéndome perder el equilibrio.
-¡No
vas a escapar! -gritó, mientras tropezaba, intentando todavía avanzar pero sin
derrumbarme, cuando mi bota se encajó en una rama partida. Antes de que me
diera cuenta, el taco se partió, el sonido rompiéndolo todo como un terremoto.
La ira
me colmó. Ya había sido suficiente con que hubieran querido matarme, y rotó mi
ropa como si crecieran en los árboles; pero con mis botas nadie se metía.
Nadie, no sin pagar.
Alimentándome
de esa rabia, dejé a mi bolso deslizarse hacia mi mano, girando y golpeando a
la Gorgona con toda la fuerza que tenía. Esteno salió volando por los aires,
aterrizando con un grito sobre la tierra mientras Euriale se acercaba a tomar
su lugar. Evadí el primer zarpazo y le golpeé en plena barbilla, haciéndola
volar hacia arriba y caer a un metro como una bolsa de papas. Mis manos se
ajustaron alrededor de las correas, sintiéndome llena de fuerza por primera
vez.
Una
fuerte llamada de la lechuza llamó mi atención, mirando hacia arriba para ver
al ave volando por sobre mi cabeza, cargando un objeto largo y de bronce que
dejó caer frente a mí; cazándolo antes de que golpeara el suelo en gesto
automático, con mis manos cerrándose en una empuñadura de cuero rojo. Mi rostro
se reflejó en el bronce pulido, destellando con luz propia. Una rama de olivo
se dibujaba entre una letras extrañas, rodeando la hoja. Una pequeña lechuza
estaba bajo el pomo, sus alas abiertas como si estuviera en caza.
Había
algo con las lechuzas con esta mujer. Eso era seguro.
No
estaba segura de que hacer con ella, pero cuando Euriale se levantó, corriendo
para intentar agarrarme, mi cuerpo reaccionó solo, girando sobre mi misma y
sacudiendo mi brazo en un tajo vertical. La Gorgona estalló en cenizas con un
grito, chillando cuando la nube gris se me venía encima.
-¡NOOO!
–el rugido de Esteno cortó el aire como el sonido de un trueno. Me giré para
ver a la Gorgona estallando en ira, apretando los puños mientras sus alas se
abrían del todo, con todo su rostro contrayéndose por la rabia. Sus ojos se
volvieron más oscuros y asesinos, dándome un escalofrío. Para el siguiente
momento, se me había venido encima, lanzando zarpazo tras zarpazo que yo
intentaba detener como podía con la espada.
-¡Mataste
a mi hermana! –rugió, lanzando un golpe tan fuerte que retrocedí de un salto,
pisando sobre mi bota rota y cayendo al suelo con torpeza, viendo a Esteno
acercándose con su látigo- ¡vas a pagarlo con tu sangre! -rugió, pero antes de
que pudiera acabar su trabajo, un silbido cortó el aire, una advertencia perdiéndose
mientras una saeta aparecía sobre mi cabeza, atravesando al monstruo entre los
ojos. Con un rugido, Esteno se consumió en otra lluvia de cenizas que cayó
sobre mí como copos de nieve. Con asco me las sacudí, arrastrándome por el
pasto lo más lejos posible.
-¡Hey!
-gritó alguien detrás de mí y vi a un chico correr delante de un grupo pequeño,
probablemente mi salvador por el arco que colgaba en su mano- ¿estás bien?
-preguntó, acercándose más y por un momento me quedé sin habla.
Había
visto a muchos chicos lindos en mi vida, ¡trabajaba con modelos, por el amor de
Dios!, pero jamás uno como él. EL chico era caliente como el infierno de forma
literal. Alto, fornido, cabello rubio oscuro cayendo despreocupadamente en los
lugares correctos, ojos azules tan brillantes como el cielo despejado, una
sonrisa de hoyuelos blanca que podía despertar a los muertos.
Y,
oh, sí, estaba mirándome como si fuera un fenómeno, lo que no tenía sentido, ya
que era él quien paseaba con chicos en armaduras y cascos con penacho. Por
suerte la lechuza voló hacia él, chillándole y haciéndole retroceder del
sobresalto.
-¡¿Qué
demonios…?! -gritó, maniatando su arco, pero la lechuza solo le chillo en la
cara, planeando en un giro y posándose frente a mí con una mirada amenazante.
Quise patearle. Cuando las estúpidas gorgonas me perseguían me ululaba desde
las copas de los árboles ¿y ahora chillaba para alejarme de los chicos guapos?
-¡Hey,
mantén a tu ave…! -empezó a gritar el chico cuando de pronto pareció sufrir una
epifanía, su mirada pasando del ave, a mi espada y a mí- espera… ¿acaso sos una
hija de Atenea? -
Encontrarme
con personas que supieran quien era y entendieran lo que me estaba pasando me
hubiera hecho quebrar en llanto hacía un par de horas, pero el chico lo había
hecho sonar tan… sorprendido, como si fuera lo último que se le hubiera pasado
por la cabeza, que me ofendió por completo. Incluso los demás chicos que se
habían detenido detrás de él lucían la misma mirada estúpida, enfermándome.
-¡Sí!
-grité, dando un paso solo para tropezar y desencadenar una lluvia de risitas-
y no sé que tiene de sorprendente, idiota. Ahora, ¿Por qué demonios no
disparaste tú estúpida flecha antes? ¡Hubiera podido salvar la camisa! -chillé,
mostrándole los cortes en las mangas y él me miró como si le hubiera hablado en
chino.
-¿Estás
hablando en serio? –preguntó.
-No,
solo gritó a las personas solo por diversión… -murmuré sarcásticamente y puse
los ojos en blanco- ¡Por supuesto que estoy hablando en serio! –le espeté-
ahora, ¿podrías dejar de mirarme como un idiota y ayudarme? Tengo algo que
solucionar.
Sé
que me estaba dejando llevar por los nervios, pero no podía controlarme. Esa
mirada degradante siempre sacaba lo peor de mí.
Aun
así, el chico hizo lo que menos había pensado. Sonrió aun más ampliamente, como
si yo fuera algo divertido.
-Oh,
esto va a ser realmente interesante –comentó e hizo una seña con la cabeza
hacia arriba- ven, vamos al campamento.
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