Cuando el Rayo Cae - Capitulo 15




Capitulo 15




Viajaron cerca de dos horas bajo el denso halo del aburrimiento. “El norte” tampoco había sido una dirección exactamente precisa. Su país era bastante grande, lo que los obligaba a pedirle a Leian que fuera la luz de la situación; lo que no era cómodo para nadie. La tensión entre ella y John era palpable, como si hubieran invitado a sentarse con ellos a un enorme elefante.
Leian se había descantado por usar solo monosílabos o asentir con la cabeza en las situaciones más críticas, solo haciendo al ánimo empeorar a cada momento. John sentía que estaba perdiendo la cabeza, no estando seguro de que pudiera soportar aquella situación más tiempo.
¿Qué se supone que había hecho mal? ¿Morir? A este paso iba a terminar lanzándose al tráfico para enmendar ese error. ¿Sobrevivir? ¡él no le había pedido que lo salvara!
Eso es injusto, le susurró una voz en su mente, pero le daba igual. Era la verdad. Él no había decidido que le salvara, tanto como no había decidido morir. ¿Por qué tenía que pagar por aquello como si fuera un error imperdonable?
-¿Qué hiciste? -le había llegado a preguntar Gabriel. Habían parado en una estación de servicio para reponer la nafta e higienizarse un poco. Lara los había enviado a ambos a conseguir gaseosas mientras ellas empezaban a armar los sándwiches para pasar la tarde.
-¡Yo no hice nada! -me quejé, mortalmente ofendido, y él sacudió la cabeza.
-Tenes que haber hecho algo. Conozco de chicas. Sí están así de molestas, es porque hiciste algo o al menos lo creen -comentó.
-Seguro, que si, amo de la sabiduría -se burló John, mientras abría una heladera y comenzaba a sacar gaseosas con furia.
-¡Hey, es cierto! Tu hermana no es la primera chica con la que salgo. Sé del tema…
-Seguro que a Lara le encantaría saber eso… -murmuró.
-Primero, sos un idiota -declaró Gabriel- segundo, ¿crees que tu hermana no sabe? Lo único que no compartí con ella fueron sus nombres, así no salía de caza -comentó y el comentario arrancó una mínima sonrisa de John- bien, sonreíste, así que no estás del todo idiota, ¿Qué pasó entonces?
-En serio que no lo sé, Gabriel, -insistió el chico, dejando con desgano otra gaseosa- no es como si hubiera tenido muchas oportunidades para mandarme algún moco.
-Cierto, pero algo debió molestarla… -apuntó su amigo y John estrelló la coca contra el suelo, haciendo que el liquido saltara.
-No sé -masculló con dureza.
-¡No te lo tomes con gaseosa! -se quejó el chico- mira, sé que realmente crees que no hiciste nada, pero estamos hablando del género femenino. Aun peor, un espíritu milenario femenino. Si en algo son buenas las mujeres, es en enojarse por las cosas más inesperadas… -dijo, pero al ver que John no decía nada, titubeó- tal vez fue lo de Derek, ¿podría ser?
-¿Por qué no se lo preguntas a ella? Va a dar mejores respuestas -le espetó su amigo.
-No sé si te diste cuenta, pero no está en su humor más amigable hoy -comentó y suspiró- ni siquiera en su humor amigable se me da hablarle mucho, ¿entendes? El que tiene la magia de conectarse con las personas sos vos, ¿te acordas?
-No sirvió mucho ahora -replicó, agarrando algunas botellas y comenzando a caminar hacia la caja.
-¡Sirvió más de lo que crees! -le aseguró su amigo, agarrando las que quedaban y siguiéndole- mira, John, esa chica quería matarte cuando llegó…
-Y ahora quiere hacerlo de nuevo -terminó el chico, mirándolo descreído,- lo siento, pero sos pésimo intentando consolar a le gente.
-Tal vez, pero hubo momentos en donde no quería matarte. Incluso momentos en los que sonrió y bromeó con nosotros. Y lo hiciste vos -le recordó- solo tenemos que hacer que traigas a esa Leian.
-¿Por qué yo?
-¿Me vas a hacer repetir toda esa mierda de nuevo?
-Probablemente. Me gustaría reírme un rato.
-Imbécil, -me espetó él- solo vos podes hacer que todo esto se vuelva cómodo y como tu capitán, o esa mierda, te ordenó que lo intentes.
-¿En serio vas a usar la carta del capitán? -preguntó John, incrédulo.
-Sí, estoy así de desesperado -replicó Gabriel muy serio, y el chico río, lanzándole un paquete de papas fritas.
John se planteó hablarle, forzarla a entablar una conversación hasta que estallara o se rindiera, pero tampoco sabía cómo comenzarla. Todo lo sucedido el día anterior, que más bien se había sentido como un año, le había abierto los ojos a una verdad: a él le gustaba.
Y eso no hubiera sido un problema si no fuera porque, tal como Gabriel le había mencionado, ella era un espíritu milenario que se había encargado de dar vida a todo un mundo. No era como una chica que había visto en una clase que podía engatusar con una sonrisa para hacerla charlar con él. Si John le diera alguna de esas sonrisas a Leian probablemente ella lo miraría raro y lo patearía.
John en serio quería evitar ser pateado. Tampoco quería ser un patético mosquito molestando a un Dios.
Era una línea demasiado delgada.
Aparte, todavía todo se estaba procesando en su mente. El tiempo, aunque se había sentido como una eternidad, había sido corto. Bastante corto como para que un sentimiento tan fuerte anidara en su pecho, sumado al evidente desagrado que ella tenía hacia él, lo que solo alimentaba a la lógica emoción.
“El amor jamás es lógico. Aparece cuando quiere y con quien menos te lo esperas, como un billete en la calle” Su padre solía decirle eso cuando hablaban de su madre y como él y Lara habían venido al mundo. John le había creído en sus diez años, pero ahora con la experiencia ganada cambiaría algo de esa afirmación. El amor jamás era como un billete. Era un ladrillo que jugaba a la caída libre sobre tu cabeza. En caso de Leian, era todo un maldito andamio.
Por ello, la parte más racional de su cerebro aun luchaba contra esa sensación, no estando dispuesto a  admitir que había caído en aquella trampa mortal.
Y luego perdía estrepitosamente cada vez que los ojos de la chica le arrancaran unos entorpecidos latidos de corazón. Esos ojos de plata tenían una ventaja demasiado grande.
Así que, mientras su cerebro luchaba aquella batalla campal, John se quedó sin palabras. Manejo en un silencio forzado que al menos trajo cierta novedad dentro del auto. Todos, inclusive Leian, se preguntaban que lo tenía tan extraño.

La tarde se consumió en luces brillantes y anaranjadas, las cuales parecían viajar tan rápidas como ellos. John sentía los brazos mullidos por manejar, pero no pensaba dejar el auto en las manos de nadie más. Ya bajo su guardia había sucedido un accidente y los demás no le inspiraban confianza frente a su bebe.
-Técnicamente, también es mi auto -replicaba Lara.
-Técnicamente, yo fui el único que se molesto en repararlo -decía a su vez John.
-¡Yo ayude también!
-Lara, traer bebidas y galletitas no cuenta cómo ayudar. Cuenta como servicio para mantenernos vivos en todo caso.
-También les pasaba las piezas…
-¿En serio? ¿Piezas? ¿Eso vas a usar como argumento? -le preguntaba su hermano y ella ponía los ojos en blanco, resoplando.
-Sos imposible -mascullaba, cruzándose de brazos- ¿Qué va a pasar cuando quieras dormir?
-No lo sé, nunca aprendí a manejar dormido -comentaba el chico y ella ponía los ojos en blanco, sacudiendo la cabeza.
A media tarde comieron los últimos sándwiches que les quedaban y acabaron con otra gaseosa. En un inteligente sentido de supervivencia, Gabriel había convencido a John de comprar una heladera portátil, así mantenían frescos los alimentos y bebidas. Fue una buena elección. La tarde era ardiente y la bebida fresca se sentía como néctar de los dioses.
 Para cuando ya era de noche y era hora de pensar un lugar en donde descansar, empezaron a ofrecer ideas.
-Sería mejor si viajáramos también de noche -opinó Leian.
-No va a ser posible con el señor “nadie conduce excepto yo” aquí -replicó Lara con mal humor.
-Bueno, tal vez si… -empezó a decir John, pero su hermana lo cortó directamente.
-Olvídalo, no vas a manejar toda la noche. En algún momento vas a tener que descansar y volveríamos a esta discusión… -apuntó, su voz volviéndose aburrida casi al final.
-¿Y sí me dejaras conducir? -sugirió Gabriel- me dejas estar con tu hermana. Deberías tenerme la suficiente confianza…
-Mi hermana es diferente. Yo confío plenamente en ella para encargarse de vos en caso de que te mandes un moco -discutió.
-Dios, amigo, eso me rompe el corazón, -comentó Gabriel, fingiendo estar lastimado- y yo aquí pensando que me querías con ella porque era un buen chico…
-Lo sos, solo para que mi hermana restringidamente -declaró John- para el auto te falta sopa, hermano…
-Me siento avergonzado, -siguió bromeando Gabriel- voy a seguir luchando por el Camaro, ¡Lo juro!
-No puede ser que estén teniendo esta conversación -comentó Lara, mortalmente ofendida.
-Lo siento, hermanita, ya era hora de que lo supieras -replicó John y ella le golpeó, haciéndole soltar unas risas.
-¿Qué vamos a hacer entonces? -preguntó Leian, todavía cuidándose de no mirar directamente a John. La actitud le molestaba. El chico realmente se estaba planteando colgarse un cartel de clase: “Mirar no te causara cáncer”- ¿buscar algun lugar?
-Parece que sí -respondió Lara en un suspiro.
-Si es que hay alguno -comentó Gabriel, adelantándose para sacar el mapa de la guantera- estás zonas no son exactamente habitadas.
-Solo busca algo -le  pidió John, mirándolo asentir por el espejo retrovisor.
-Estoy en eso… -murmuró, cuando de pronto la voz de Lara lo interrumpió.
-¿Qué es eso? -preguntó, señalando hacia adelante en el camino. Luces azules y rojas parpadeaban, iluminando el manto azul y verde del camino- ¿habrá habido un accidente?
-¿Podría ser una trampa? -preguntó Leian, sus ojos volviendo a su versión aguerrida que encendieron la alarma de John.
-Lara, es probable -contestó a su hermana y miró a Leian- vos quédate quieta. No estamos en la mejor posición como para que empieces a atacar a la policía.
-Aun así, John… -se metió Gabriel, adelantándose- tenían tu foto, ¿te acordas? ¿No hay posibilidad de que te estén buscando? -inquirió y John quiso gruñir. Se había olvidado completamente de esa opción, de la foto y todo lo que formaba parte de una vida normal. A este momento, la palabra policía le sonaba a lengua alienígena.
-No lo sé, pero eso no parece muralla de captura -comentó, comenzando a bajar la velocidad al ver que los policías hacían señales para que se detuvieran- solo actúen normales, -pidió, mirando directamente a Leian y la chica puso los ojos en blanco.
-Puedo actuar normal -se defendió, frunciendo el seño.
-No “normal humano” -replicó el chico, comenzando a bajar la ventanilla.
El auto avanzó lentamente hasta llegar junto al hombre de uniforme azul. Era un hombre curtido, alto y grandote, el cual se agachó para verlos.
-Hola, oficial -saludó John- ¿sucede algo?
-Estamos advirtiendo a la gente que toma esta ruta -respondió- desde hace días hay reportes de autos desaparecidos a partir de este tramo de la ruta. Sospechamos que puedan haber ladrones en la zona, así que estamos advirtiendo a la gente que ande con precaución.
-¿Ladrones? -repitió Gabriel, revisando el mapa- pero no hay nada de ciudad hasta casi cien kilómetros más adelante… -murmuró.
-Sí, a nosotros nos pareció extraño, pero muchos habitantes de la ciudad tienen trabajos en Villa Adela -señaló, mencionando el último pueblo que habían visto hacía como una hora- muchos no regresaron a sus casas luego de dejar el trabajo.
Un escalofrío sopló por la espalda de John. La clase de escalofrío que le advertía de algo peligroso… y mágico. No le gusto relacionarlo a lo que acababa de escuchar.
-En fin, solo queríamos decirles que tuvieran cuidado. Si ven cualquier cosa extraña, solo regresen por el camino, ¿está bien? -pidió- cada tanto mandamos a algún patrullero -comentó, pero algo en su expresión le hizo creer a John que mentía. Ellos no se atrevían a pasar por esa zona. Probablemente nadie había salido del pueblo en los últimos días tampoco. Si tuviera que apostar, el patrullero no hacía más de cuatrocientos metros antes de volver.
-Claro, -dijo de todos modos, sonriendo amablemente- lo tendremos en cuenta. Gracias, oficial -dijo y el hombre tiró de su gorra, asintiendo como forma de saludo.
-A su servicio. Manejen seguro -les deseó y los chicos pronto comenzaron su camino de nuevo, alejándose cada vez más rápido del corte.
-Eso sonó extraño, ¿no creen? -inquirió Gabriel, mirándolos a todos inquieto- no sonaba para nada a ladrones.
-¿Qué otra cosa podría ser? ¿La luz mala? -se burló Lara y el chico frunció el seño.
-No sé, pero no tendría sentido que fueran ladrones. Si se llevaran los autos solamente, la gente hubiera aparecido tarde o temprano y los hubiera llevado a donde estuvieran…
-A menos que no haya gente viva para mostrar el camino -replicó Lara y las palabras sonaron extrañas en todo el auto. Peleaban tan duramente contra la oscuridad para mantener a la humanidad a salvo que a veces se olvidaban del verdadero enemigo de los hombres: ellos mismos. Se mantenían matándose e hiriéndose unos a otros de manera tan compulsiva que la idea de salvarlos a veces parecía una burla.
-No importa -replicó Gabriel, cabezudo- con solo mandar unas patrullas podrían haber encontrado alguna pista, pero esos policías estaban asustados. Sea lo que sea que haya por acá, no tienen la menor idea de lo que es…
-Estás hecho un arcoíris hoy -se burló Lara y él la miró mal.
-Hablo en serio.
-Yo también, estás lleno de buenos pensamientos -insistió la chica con sarcasmo y él la empujó juguetonamente.
-Como sea, es extraño -terminó diciendo.
-A mí también me pareció -dijo Leian, saliendo de su aire taciturno, solo para que Gabriel compusiera una mirada orgullosa y triunfal- esos humanos estaban actuando extraño. Ocultaban algo.
-Ustedes dos juntos dejarían sin trabajo a todos los de teorías conspirativas -comentó Lara, mirándolos divertida- en dos segundos van a descubrir los secretos de la Casa Blanca y quien fue Jack el Destripador.
-Primero, no son teorías conspirativas -discutió Gabriel,- son acusaciones fundadas. Segundo, todos sabemos que el asesino fue el médico de la reina Victoria para matar a la esposa secreta del heredero al trono y a su hijo no nato. Lo sabe todo el mundo a eso…
-Sí, seguro, todo el mundo -replicó Lara, sacudiendo la cabeza con los ojos en blanco.
-¿Quién es Jack el Destripador? -preguntó Leian,- su nombre es interesante -comentó.
-Fue un conocido asesino múltiple que atacó Londres en el año mil ochocientos -le explicó- hasta hoy, nadie supo realmente quien fue y que le llevo a hacer esos asesinatos… -explicó y al ver la cara de la chica, como si hubiera percibido algo más en sus palabras, se explayó- a la mayoría de las victimas les extirpo órganos y cosas así.
-A una la abrió desde el pupo al cuello -agregó Gabriel y Lara arrugó la boca en una mueca de asco.
-¿Las víctimas eran todas mujeres? -preguntó Leian, quien parecía haber sido picada en la curiosidad.
-Sí, todas prostitutas -respondió John y luego hizo una mueca, sintiendo la necesidad de explicar ello- ellas son…
-Eso lo sé, no te preocupes -le aseguró ella, sacando la primera sonrisa tentativa del día- ese tema se me puso al corriente hace años -dijo y John sonrió, casi celebrando, no pudiendo creer que esa charla estaba sucediendo. En especial, no pudiendo creer que era todo gracias a Jack el Destripador. Quien sea que creaba estas cosas tenía un morboso sentido del humor.
-¿Los espíritus no sabían de eso? -preguntó Gabriel y ella negó con la cabeza.
-No podemos mantenernos al día con esa clase de humanos -dijo, casi con tristeza- hay demasiados…
-Es una lástima, se pierden hermosas conspiraciones -bromeó el chico- aun así, no pareces muy informada de muchas cosas, ¿Cuándo fue la última vez que viniste aquí?
La expresión de Leian se enfrío, con un velo extraño cubriendo sus ojos.
-Un par de siglos -admitió.
-Wow, eso es muchísimo tiempo -comentó Lara y el espíritu desvió la mirada, asintiendo.
-Lo es -afirmó.
Una serie de miradas entró en competición en la parte trasera, observando a John insistentemente por el espejo, pero cuando el chico decidió que era el momento de intervenir, todo se apago.
En un sentido literal. Las luces de las calles se consumieron en un segundo, robadas por algo invisible que incluso se llevo las luces de su auto. Para el siguiente instante, los cuatro estaban transitando la oscuridad.
John clavó los frenos, deteniendo el auto.
-¿Qué mierda…? -preguntó, intentando volver a prender las luces, pero nada sucedió.
-¿Qué pasó? -preguntó Lara- ¿Por qué todo se apagó?
-No lo sé… -masculló su hermano, luchando con el botón que no quería funcionar.
-Magia -dijo Leian, su voz tensa. Si John pudiera verla más alla de una apenas sombra, apostaría que estaría trayendo alguna espada- magia de la oscuridad.
-Eso es genial, era lo único que le faltaba a este viaje de porquería -comentó Gabriel, molesto.
-¿No podemos seguir avanzando? -preguntó Lara.
-No, andaríamos demasiado a ciegas -replicó su hermano- podría venir un auto y estrellarnos y no lo veríamos venir.
-Tampoco podemos quedarnos acá varados -replicó su hermana y John miró al cielo. La luna había quedado oculta tras enormes nubarrones. No la tendrían a ella para guiarlos.
-Esto no me gusta -comentó Gabriel.
-Somos dos -acordó John, mientras sus ojos comenzaban a acostumbrarse a la oscuridad, notando apenas los límites de la calle y de los campos.
-¿No escuchan un ruido? -preguntó Lara, haciéndose hacia adelante.
-No lo sé… -iba diciendo John, cuando el sonido llegó a sus oídos, sintiendo el inconfundible correr de un motor.
Un auto se acercaba.
-¿Serán los ladrones o algún desconocido? -preguntó Gabriel, haciéndose para adelante.
-No lo sé, pero la velocidad no disminuye -replicó John, “es más”, pensó, “aceleraba cada vez más”. Pero el problema era que no podía verlo. Lo escuchaba, pero parecía ciego frente a lo que había a más de diez metros a su alrededor.
-John, avanza -le ordenó Leian y él hizo tal como ella le ordenó, apretando el acelerador y sacando al auto de su punto muerto- si nos escuchan venir tal vez se detengan…
El rugido del otro motor probó que era todo lo contrario. El otro auto parecía desesperado por encontrarles, como si fuera un juego de escondidas.
-Necesitamos luz. Urgente -declaró John.
-Solo no te estrelles -le pidió Leian, alzando su mano y dejando que esta comenzaba a chisporrotear. Fue solo un segundo de sonidos vacíos hasta que las potentes corrientes eléctricas ganaran vida, chasqueando en el aire en destellos blancos y azules. La luz llegó tan rápido que John se sintió cegado. Recordó lo que había aprendido en clase: los ojos tardaban cuarenta minutos en acostumbrarse a la oscuridad, pero solo cuarenta segundos en acostumbrarse a la luz.
“Pura mierda” pensó, mientras parpadeaba e intentaba mirar el camino. solo para sentir a la sangre helándose. La corriente eléctrica se había reflejado. Había brillado sobre un metal lustroso a solo quince metros.
-¡Agárrense! -ordenó, girando el volante lo más rápido que pudo y los demás se sacudieron sorprendidos, soltando un par de gritos cuando vieron al otro auto pasando exactamente por donde ellos habían estado. El Camaro salió del camino, rebotando sobre la tierra y deteniéndose al golpear contra una zanja.
-Oh, espíritus… -masculló Gabriel, apretando los dedos sobre el cuero de los asientos- podría haber escupido el corazón… o el pulmón.
-¿De dónde salió? -preguntó Lara- ¿Cómo no lo vimos venir?
-No lo sé, pero las luces nos salvaron la vida… -dijo John, girándose para ver a Leian, solo para encontrarla mirando algo a la lejanía- ¿Qué pasa? -inquirió.
-Allá hay una casa -señaló, apuntando hacia arriba, más lejos de la zanja- y tiene luz.

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