Capitulo 4
Ya me había escuchado muchas cosas extrañas ese día como
para sorprenderme por un pajarito hablante, pero escuchar al pequeño cuerpo
emplumado decir que era mi protector… eso era otra cosa.
-Los dejó –anunció Will alejándose. Estuve a punto de
pedirle que se quedara, pero me contuve. Me inquietaba la mirada de aquel
animalito, pero me miraba con tal ansiedad que me era difícil creerle peligroso.
-Hola… -dije, sintiéndome algo estúpida- soy Alma.
-Sí, ¡lo sé! –exclamó, sobresaltándome- ¡sé todo sobre
vos! Eres Alma Grey, hija de Jonathan Grey y el espíritu de rayo -al decir eso
hiso una pequeña inclinación- acabas de cumplir dieciséis años ayer, mides…
-Okey, creo que entendí -lo corté, poco dispuesta a
escuchar una biografía de mi vida. El pajarito hiso una mueca de disculpa,
logrando hacerme sonreír. Parecía un pajarito loco y ansioso, lo cual me comenzaba
a gustar- ¿Por qué me perseguías en el parque?
Lon ocultó su cabeza bajo una de sus alas, como si
estuviera avergonzado.
-Lamento si te asusté, pero teníamos que protegerte
–declaró- notamos que había alguien extraño merodeando por los alrededores.
-El que se llevó a mi padre -dije. Solo mencionar a papá
me deprimía y me daba ganas de hacerme un ovillo en el suelo y llorar, pero me
esforcé en mantenerme en una pieza.
-Si, ese… -murmuró- lamentó no haber podido salvar a tu
padre -dijo y me miró, con unos ojos grandes y brillosos. Me hiso reír, a pesar
de todo.
-No te preocupes. Yo fui la que dejé que se lo llevaran
–declaré, dando unos pasos, deprimida. Sabía que era la verdad. Si era la
poderosa hija del rayo, ¿Por qué no había hecho algo para ayudarlo?
-¡Eso no es cierto! –se quejó el pajarillo, apareciendo frente
a mi para detenerme- no había muchas cosas que hubieras podido hacer.
Yo hice una mueca, desviando la mirada.
-Quedarme allí tirada mientras se lo llevaban tampoco era
la solución –mascullé y el pajarito me miró con ojos tristes- ¿sabes lo que le pasó?
–pregunté y el pajarito removió sus plumas, incomodo.
-Está vivo, eso lo sabemos –dijo- creemos que se lo llevaron
para atraparte –confesó. Sus palabras solo me hicieron sentir peor. Que lo
estuvieran usando de carnada para atraparme me revolvía el estomago.
Sin prestar atención comencé a caminar. Apenas hice un
paso adelante, golpeé contra alguien, trastabillando hacia atrás.
-Mira por donde caminas –dijo este, en tono poco amable.
Recupere la compostura, mirándolo confusa. Era un chico mayor que yo, pero no demasiado,
probablemente de diecisiete años. Tenía el pelo color chocolate y unos ojos
raros, los cuales me era difícil definir en color. Era bastante alto, apenas
llegándole a la barbilla. Podría decir que era lindo, pero al captar su mirada
burlona mirándome de arriba abajo, simplemente sacó lo peor de mí.
-Mis ojos están más arriba –le espeté de mal modo.
El chico ladeó la cabeza, crispándose frente a mi tono.
-¿Quién sos? –preguntó y su tono me lo dijo todo,
recordándome a los idiotas de mi antigua escuela. Solo faltaba que sacara unos
lentes Ray-Ban y una camisa Lacosté.
-Eso no te importa –le espeté, adelantándome para ganar
terreno- la próxima vez que veas a alguien, míralo a los ojos.
-Mirar por donde se camina también es algo útil ¿sabías?
–replicó, de mal humor.
-Tengo cosas más importantes que hacer que fijarme en no chocarme
idiotas -declaré y me miró furioso.
-¿Quién te crees para tratarme así?
-¿Y vos quien sos para mirarme así?
-Parece que ya se conocen -observó Lon, curioso,
apareciendo de pronto entre nosotros.
Su llegada nos sacó de foco, desorientándonos. El chico
carraspeó y se alejó unos pasos, ignorando mi mirada de odio.
-Hola, Lon –saludó, recuperando la compostura.
-Hola, Erik -saludó alegremente y me señaló con su ala-
ella es Alma Grey. Alma, él es Erik Pyró. Es el consejero de la escuela.
-Oh… -fue lo único que pude pronunciar, mirándole con
cuidado- hola –dije, frente a la mirada
insistente de mi protector.
Él me miró fijamente.
-Así que sos la chica del rayo… -comentó, examinándome con
una mirada burlona- bueno me tengo que ir, Lon, te veré más tarde –dijo y me
lanzó una mirada de odio- nos vemos, Grey –dijo, remarcando mi apellido con
firmeza.
-Nos vemos, Pyró –repliqué y el chico sonrió burlonamente
antes de desaparecer entre la gente.
-¡Que conexión! -dijo alegremente Lon y lo miré, incrédula-
¿no lo notas?
-No hay ningún tipo de conexión entre ese chico y yo
-declaré y comencé a caminar para evitar el tema. Lon pronto me alcanzo,
posándose en mi hombro de nuevo- ¿Todos estos chicos viven aquí? –pregunté,
señalándolos con la mirada.
-La mayoría al menos, -contestó- tenemos habitaciones
distribuidas para todo el alumnado…
-Como un internado –murmuré, pero Lon negó con la cabeza.
-Podes usarlas si queres, o podes vivir con tu familia.
Muchos de estos chicos vienen de lugares lejanos y no tienen hogares en el
país. Nosotros se lo proporcionamos.
-Asi que supongo que yo también tendré que quedarme acá
–suspiré y Lon asintió contento, como si esa fuera una buena noticia.
-Will te ha preparado una habitación ¿queres ir a verla?
–me preguntó, entusiasmado. Yo me encogí los hombros, resignada.
-Está bien –dije y los ojos del pájaro brillaron antes de
echarse a volar para guiarme. Me dirigió por los pasillos, hasta llegar a unas
escaleras amplias y dobles que llevaban hacia los pisos superiores. Lon me
señalaba algunas de las aulas o demás espacios, pero estaba demasiado alicaída
para prestarle atención. Finalmente, cuando recorríamos el cuarto piso,
llegamos a mi habitación.
-¿Te gusta? –me preguntó ansioso.
-Es doble –observé, mirando inquisidora hacia la cama
extra.
-La mayoría de los dormitorios son compartidos, para mejor
inclusión y aprovechamiento de espacio –recitó el pájaro, mientras yo observaba
el lugar. Era amplio y luminoso, con una gran ventana que daba a los jardines.
Las dos camas estaban ubicadas a los costados, con armarios y cajoneras
distribuidas para cada ocupante, asi como escritorios de trabajo.
-Tenes ropa en esos cajones de allá –señaló a una cómoda
al costado- trajimos las pocas cosas que pudimos rescatar de… bueno –pareció
hacer una mueca, pero me era difícil saberlo con su pico- deberías descansar
para recuperar energías –me sugirió, y yo asentí.
-Si, claro –dije.
-Te vendré a ver más tarde –dijo y revoloteó en círculos
antes de salir volando por la ventana.
Cuando por fin me quede sola, me sentí en paz. Tal vez
sintiera el vacío aun más grande, pero al menos no tenía que forzarme para
sonreír y pretender que estaba bien.
De puro aburrimiento, revisé los muebles y armarios,
encontrando ropa de mi talla junto a cuadernos y libros; pispíe por las puertas
hasta encontrar un cuarto de baño, y hasta miré las cosas de mi compañera,
viendo fotos y dibujos pegados en la pared junto a su cama, pero no pude
descubrir quién era.
Finalmente mi mirada se posó en mi cama, descubriendo una
caja pequeña sobre las colchas. Supuse que serían las cosas que pudieron sacar,
pero de todas maneras di un paso atrás, alejándome. Aun no estaba lista para
verlas. Hacerlo sería aceptar que todo lo demás se había destruido y no me
creía lista para afrontarlo. No quería sentir que eran solo simples recuerdos.
Miré alrededor, sintiéndome atrapada. Extrañaba mi
habitación. Extrañaba mi casa, a mi padre y a mis amigas. A pesar de que era
bonito, ese lugar me parecía vacío y frío a comparación.
“Alma, detenté” me dije a mi misma. Con esa
actitud no arreglaría nada.
Escuché gritos y risas desde los jardines, y me
asomé curiosa por la ventana. Quedé absorta, irremediablemente. La escuela, de
un ladrillo visto y con los bordes pintados de blanco, era muy hermosa. Estaba
colocada al pie de una colina empinada, con árboles frondosos cubriendo gran
parte del parque y con una muralla de al menos cinco metros delimitando los
bordes.
Extensos jardines crecían a ras del suelo, pero
también habían lugares dedicados al entrenamiento, como juegos de sogas o hasta
lugares para tiro al blanco. En los costados, pude atisbar el comienzo de un
galpón, a donde varios chicos se dirigían, cargando piezas de metal y rocas.
Del otro lado, en un lugar apartado a donde nadie
se acercaba, había una entrada blanca hacia un sector que quedaba oculto entre
los árboles. Me corrí para observar, pero aun asi no pude distinguir que había
dentro.
Debía admitir que este no sería un mal lugar para
vivir, pero estaba demasiado deprimida como para pensar en tener un hogar
nuevo. No al menos en tan poco tiempo y con mi papá desaparecido.
Un vacío se extendió en mi pecho y me reprendí a mí
misma. “No debes pensar en eso” me repetía, pero era simplemente inevitable. El
dolor finalmente me volvería loca.
Un golpe en la puerta llamó mi atención y me
encontré con una chica asomándose por la rendija.
-Oh, hola –me saludó ella, sonriendo con
amabilidad.
-Hola… ¿vos sos mi compañera o…? –le pregunté,
pero ella me interrumpió, negando con la cabeza.
-No, soy de la habitación del lado… -respondió y
entró, tímidamente. Tenía el pelo castaño rojizo y unos ojos castaños grandes y
vistosos. Su sonrisa era juguetona, como si estuviera planeando hacer alguna
maldad- me llamo Ana, Ana Colvet –dijo ella y me extendió la mano. Yo se la
estreché.
-Alma –me presenté.
-Sí, lo sé… -me contestó, sonriente- todo el mundo
habla de vos –dijo y al ver mi expresión hiso una mueca, como si adivinara mi
incomodes por ello- yo solo quería saber si necesitabas algo o… no sé, charlar,
tal vez.
Evité suspirar. Necesitaba muchas cosas. Necesitaba
a mi papá, a mi casa y a mi vida de nuevo, pero lamentablemente ella no podía
ayudarme con eso.
-No, pero gracias –dije y forcé una sonrisa. Ella
me observó con curiosidad, dibujando una media sonrisa de comprensión, como si
supiera lo que sentía.
-La mayoría de nosotros han pasado problemas,
cualquiera te podría ayudar si nos pidieras, asi que no dudes en hablar ¿si?
-me dijo y esa sensación de apoyo logró hacerme sentir mejor.
-Gracias –le dije y sonreí a medias- ¿Quién es mi
compañera? –le pregunté.
-Ah, mejor no preguntes –dijo divertida. Su
respuesta me inquietó un poco, preguntándome qué clase de monstruo era mi
compañera.
-¡Ana! ¿Dónde estás? –llamaba alguien del otro
lado de la puerta.
-¡Acá! –gritó ella y me sonrió, en gesto de
disculpa. Un chico de cabello rojizo y con pecas en la cara entró por la
puerta- ¿Qué haces? Tenemos que… -iba diciendo él, cuando me miró y murmuró un
“Oh”.
-Alma, este es Nico Ivanokovich –nos presentó Ana,
divertida por la cara de su amigo- Nico, ella es Alma…
-La hija del rayo –murmuró él y sonrió con
emoción- ¡Wow! ¡Esto es genial!
-¿Qué cosa? –pregunté, incomoda al pasar a ser el
centro de atención.
-¡Sos la primera hija del rayo desde así casi
trescientos años! ¡Sos la novedad! –respondió animado, y yo sonreí con amabilidad-
¿ya viste el patio?
-No, la verdad…
-¡Nosotros te lo mostramos! –me interrumpió,
contento.
-¡Nico! –lo retó Ana, mirándolo con desaprobación.
-Sí, ya sé, me emocioné –se disculpó, haciéndome
reír a pesar de mi mal humor.
Ella puso los ojos en blanco y me miró con
dulzura.
-Igual podría ser una buena idea si queres. De
todas maneras íbamos para allá… -sonrió.
No estaba segura de que decir, pero al recordar la
caja supe que si me quedaba sola probablemente comenzaría a auto-torturarme,
por lo que preferí ir con ellos.
-Eh… bueno, ¿Por qué no? –dije, insegura.
-¡Genial! Vamos –dijo Nico y me agarró del brazo,
arrastrándome hacia afuera rápidamente con Ana riendo detrás de nosotros.
Bajamos las escaleras rápidamente, mientras ellos
me contaban algunas de las cosas que hacían en el colegio, cosas que Will me
había contado superficialmente.
Tenían entrenamientos todos los días, ya sea lucha
libre, pelea de armas, competiciones del tipo gladiador, trepar, atletismo o
conocimientos sobre cada arma conocida. También había una biblioteca y clases
para los que quisieran aprender acá, pero la mayoría iban a colegios de la
ciudad.
-¿Y porque tanto entrenamiento? –les pregunté.
Ellos se miraron sonriendo, como si hubiera hecho
una broma o algo así.
-Siempre hay cosas atacando, ¡hasta aquí! –dijo
Nico- muchas veces han encontrado leones gigantes rondando la muralla o cosas
asi. Debemos estar listos para todo…
-¿Leones? –pregunté, casi atragantándome de la
sorpresa- ¿leones gigantes?
-Uf tienen un humor terrible –comentó Ana como si
nada, aunque yo sentía escalofríos.
-Pero fáciles de encargarse si te entrenas. Sin
ello, probablemente nos harían pedazos… -comentó Nico, con total naturalidad.
Los miré inquieta y ellos se rieron.
-No te preocupes. Nosotros éramos como vos cuando
llegamos acá –me tranquilizó Alma.
-Te terminas acostumbrando o te da un ataque de
psicosis –comentó Nico y Ana le dio un codazo al ver mi cara- era broma –se
corrigió sonriendo, pero no le creí.
-Ven –dijo Ana y me agarró de la mano. Por dentro
agradecí tener guantes. Hubiera sido horrible dar corriente a mi nueva amiga.
La puerta al patio estaba al final del pasillo, en
su unión con corredor principal. Apenas salimos afuera, contuve el aliento. Desde
allí era aun más lindo que desde la ventana, pero más peligroso también.
El pasto era más verde de lo normal y arboles,
hermosos y frondosos, crecían libremente. Eran tan altos y gruesos, que hasta
habían podido construir casas de madera sobre ellos, las cuales me dejaron
alucinada. Algunas de estas eran tan complicadas, teniendo pisos múltiples y
balcones que parecían irreales. Puentes y sogas colgantes las unían unas a las
otras, comunicándolas.
Al costado había una pared en el centro de un
arenero, de al menos tres metros de alto. Un grupo de chicos corrían hacia él,
intentando llegar hacia el otro lado. Algunos eran tan agiles que solo les
bastaba saltar para pasar.
Había otros practicando tiro al arco, pero muy
diferente a solo lanzar flechas hacia un punto fijo. Los chicos se adentraban a
un claro rodeado de árboles y cada tanto unos hombres de metal salían. Ana me
explicó que debías atacarlos con suficiente rapidez o te atacaban con picanas,
las cuales te dejaban convulsionando por al menos veinte minutos.
-Antes hacían que los hombres de metal atacaran
con flechas también, pero hubo varios incidentes peligrosos –comentó Nico-
¿queres intentar?
-Paso, nunca use un arco en mi vida –declaré y él
me miró sorprendido.
-¿En serio? ¡No hay mejor lugar para aprender que acá!
–dijo y salió corriendo.
Ana suspiró, negando con la cabeza, mientras
seguía explicándome las demás actividades. A un costado, a unos quince metros
de nosotras, habían tirado unas colchonetas y unos chicos practicaban lucha.
Dos chicos peleaban, mientras que otros diez los miraban y apostaban. Uno de
los peleadores lanzó un puñetazo mortífero, pero el otro le agarró el brazo, torciéndolo
hasta darlo vuelta en el aire y tirarlo de espalda a la colchoneta. Sus
compañeros lo ovacionaron.
Me quedé sorprendida y con la boca abierta. Ana
pareció notarlo, porque se rió.
-Las luchas son geniales, -aseguró- tal vez te
golpees un poco, pero es divertido…
Si, es extremadamente divertido terminar con la
cara en la colchoneta –bromeé y se río.
Dos chicas ahora se subían en la colchoneta y comenzaban
a pelear. Iba a mirar, pero Nico volvió con un arco y un carcaj en la mano,
eclipsando totalmente mi atención.
-Pensé que a lo mejor querías intentar –me dijo él
y sonrió, pero negué con la cabeza.
-No quiero pasar vergüenza… -me rehusé, pero él me
puso el arma en la mano.
-Practica antes y nosotros te decimos que onda
–dijo y me señaló con la cabeza a un blanco que estaba colgado en la pared. Era
como muchos que había visto en películas, un círculo marcado por sectores y
pintado en el centro. Había agujeros por fuera del blanco, asi que deduje que
no era la única primeriza con armas.
-Dale, intenta –insistió Ana y terminé cediendo.
Agarré el arco y me colgué el carcaj en la
espalda. Saqué una flecha e, increíblemente, mi mano se oriento sola,
encajándola perfectamente en la cuerda. Estiré hacia atrás la tanza, lo más que
pude y fije mí vista en el blanco. Mi mano me temblaba, pero hice fuerza para
que se mantuviera quieta. Tomé una bocanada de aire y al momento que lo solté,
aflojé el agarre. La flecha salió disparada, clavándose en la segunda línea
alrededor del centro.
-¡Wow! ¿Segura que es la primera vez que usas el
arco? –me preguntó Nico sorprendido, mientras Ana me aplaudía.
Asentí, ruborizada.
-Talento natural entonces –dijo, pero yo no estaba
de acuerdo. No sentía al arco como un arma cómoda.
-Seguí practicando –me invitó Ana y yo repetí el
ejercicio un par de veces. Luego de cinco tiros, la flecha se clavó en el
blanco. Los dos aplaudieron, felicitándome.
-Es obvio que vas a intentar los blancos móviles
–me dijo Nico y, sin darme tiempo para negarme, me agarró del brazo, llevándome
al claro. Un gran grupo de chicos estaban reunidos allí, observando y
murmurando admirados a un practicante. Pispié entre los hombros de la gente y
lo vi. Era el mismo chico que me había chocado antes, el tal Erik Pyró.
Sentí el enojo borboteándome por dentro.
Él estaba haciendo una demostración de arco y tuve
que admitir que lo hacía excelente, a mi pesar. Al instante en que el más
ligero y minúsculo centímetro de un hombre de metal salía de entre los árboles,
este ya tenía una flecha atravesada. Ni siquiera parecía esforzarse, haciendo
los movimientos con un dejo de aburrimiento, a pesar de los esfuerzos por el
chico de las maquinas en hacérselo difícil. Finalmente salieron tres maquinas
al mismo tiempo, pero no habían siquiera levantado los brazos cuando una flecha
los atravesó a cada uno entre los ojos.
-¡Ya está! ¡Lo pasaste! Ni siquiera sé para que lo
intentas… -murmuró el chico de las maquinas con enfado, y Pyró se rió, sin
prestar atención a los aplausos de felicitación. Aunque me caía mal, estaba
asombrada. Jamás había visto algo como aquello.
-¡Charlie! –gritó Nico al chico de las maquinas-
¡Chica nueva acá! –dijo y me señaló a mí con la mano. Todos se dieron vuelta a
mirarme y comenzaron a murmurar entre ellos, haciéndome querer fundirme en la
tierra y desaparecer.
Charlie levantó el pulgar, adentrándose al claro
para reparar las maquinas afectadas. Pyró salió del claro entre felicitaciones
y aplausos, dedicándoles una mirada de suficiencia. Notó mi presencia con leve
estupor y me dirigió una mirada burlona al pasar junto a mí. Hubiera querido
agarrar el arco y atravesarlo con unas cuantas flechas, pero, luego de aquella
demostración, no estaba segura de si podría hacerlo.
-Nos vemos chicos –saludó a Ana y Nico, quienes le
devolvieron el saludo, con una sonrisa. Cuando ya había dado unos pasos lejos
de mí, Ana se giró, mirándome con curiosidad.
-¿Ya conocías a Erik? –me preguntó, sacándome de
mis pensamientos.
-No, solo me lo choqué –declaré y mi tono pareció
revelar todas mis intenciones, ya que Nico y Ana se rieron.
-No te cayó bien, ¿verdad? –preguntó Nico y negué
con la cabeza- tiene un actitud difícil, pero es buen chico. La mayoría de la
gente se siente un poco rara con eso de “consejero del colegio”, pero nunca lo
menciona… -aseguró.
-Te vas a dar cuenta cuando lo conozcas mejor –dijo
Ana.
“Lo dudó” pensé para mis adentros.
El sol había comenzado a caer y todo lucía aun más
hermoso, lo que no me agradaba. ¿Cómo podía ser todo tan bello, cuando yo estaba
tan triste? Algunos chicos entraban a la escuela, todos de buen humor y empujándose
unos a otros. Hubiera dado cualquier cosa por estar así como ellos.
-¿Estas lista para tu primer juego? –me preguntó
Nico con emoción.
Sonreí, pero me negué.
-Me parece que es mejor otro día. Estoy cansada y
todo esto… -dejé la frase en el aire. Todo esto era una locura, era lo que
quería decir pero no podía hacerlo.
-No te preocupes, -me aseguró Ana- al principio
puede ser un poco cansador –admitió, dándome un golpe leve con el codo como
para apoyarme.
-Sí, está perfecto… -apoyó Nico y me sonrió- pero
vas a tener que hacer la prueba algún día –me advirtió y asentí, sonriendo.
-Claro –dije y di un paso hacia atrás- creo que es
mejor que me vaya a acostar… -murmuré y ellos asintieron.
-Anda, nos vemos en la comida si vas ¿está bien?
–sugirieron y asentí, presurosa por salir de allí. Di media vuelta y salí
corriendo de nuevo a la escuela.
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