La Hija del Rayo - Capitulo 6




Capitulo 6





Un chorro de agua fría me despertó, literalmente. Me senté sobresaltada en la cama, con todo el pelo mojado pegándose en mi cara mientras las gotitas corrían hacia la cama y mi ropa; para encontrarme con Pyró, mirándome burlón. Vestía para el viaje, con unos jeans oscuros, remera gris y una campera negra con cierres plateados. Una mochila colgaba a su espalda.
-Hay que irnos –anunció, aguantando la risa.
Lo miré con odio, queriendo lanzarle el portarretrato a la cabeza.
-No era necesaria el agua -reclamé.
-Lo sé -dijo y me tiró la mochila- muévete.
Furiosa, me levanté y le empujé hacia la puerta, obligándolo a que se quedara allí. Tomé una ducha rápida y preparé las últimas cosas para el viaje, mientras él repiqueteaba su pie en el suelo, instando a que me apurara. Cerré la mochila, deseando no olvidarme de nada importante y paré un segundo al ver el portarretratos. Instintivamente saqué la foto y me la guardé en el bolsillo.
-Rápido -dijo Pyró, enfadándome.
-Ándate y déjame de molestar -le contesté de mal modo, pero no lo hiso. Me colgué mi mochila y me dirigí a la puerta, no sin antes asegurarme de golpearlo al pasar. Él río por lo bajo, siguiendo mis pasos. 

Will nos esperaba en su despacho, con Lon revoloteando a su alrededor.
-Buenos días -dijo- esperó que hayan dormido bien.
Gruñí al Pyró, pero él me dedicó una sonrisa de suficiencia que solo empeoró mi humor.
-Alma ¿estás segura de que queres hacer esto? –me preguntó Will- estarás en peligro a cada paso…
Ni siquiera dejé que la pregunta se procesara en mi mente.
-Sí –acepté.
Él suspiró, pero pude notar que esperaba mi respuesta.
-Entonces solo me queda darte información –se resignó e hiso una mueca- lamentablemente, no sabemos la ubicación de tu padre, pero sé de alguien que tal vez si sepa.
-¿Quién? –pregunté, ansiosa.
-Las hadas –respondió Will- ellas están muy bien informadas…
Hice un esfuerzo para no reírme.
-¿Hadas? ¿Al estilo Campanita? -me burlé y Pyró resopló, mirándome con desesperación.  
-¿En serio Will? -le preguntó, señalándome. Iba a contestarle, probablemente con un insulto, pero Will me interrumpió.
-Ella no sabe tanto como vos Erik -dijo- Alma, las hadas son seres que nacieron con la creación del mundo. Ellas y muchos otros fueron creados con aquella magia pura, consolidándose en cuerpos.
Lo miré, incrédula, pero él parecía seguro de lo que decía.
-Está bien –terminé aceptando- ¿Dónde puedo encontrarlas?
-Habitan en los lugares vírgenes de la tierra, donde no haya casi intervención humana. El lugar más cercano es el Amazonas, donde reside su corte -dijo Will y yo casi me atragantó.
-¿El amazonas? ¿En serio? –pregunté. 
-Sí, pero deben cuidarse en ese territorio. Las hadas no suelen ser amables con los descendientes y la selva está llena de peligros -contó- Erik, sabes lo que debes hacer.
El chico asintió seriamente.
-Tengo una cosa más que decirles –dijo y miró hacia el pajarito con una sonrisa- Lon quiere acompañarlos. Como es tu protector, es tu decisión llevarlo o no.
Cuando lo miré, noté que había estado conteniéndose para estar en silencio pero, al instante, empezó a hablar atolondradamente.
-Por favor llévame, no voy a molestar, solo quiero ir con ustedes. Prometo no hacer lío, me voy a quedar quieto y callado y voy a hacer lo que vos quieras… -dijo, tan rápido que apenas respiraba.
-¡Esta bien! –le interrumpí, sintiendo que mi cabeza empezaba a doler- podes venir –acepté- pero callado.
-Claro, por supuesto, lo que vos digas –empezó a decir, nuevamente atolondrándose, pero lo miré fijo y se calló.
-Bueno, saldado eso, -murmuró Will y nos entregó un sobre- estos son los pasajes de avión y un permiso para llevar mascotas –sacó un bolso pequeño- y esto es el dinero –dijo, entregándoselo a Pyró.
-Eh, creo que mi pasaporte se quemó en… -empecé, pero no pude terminar la frase- creo que se quemó.
-Ah cierto -dijo sonriendo y revolvió en sus bolsillos, hasta que sacó mi viejo pasaporte, dejándole intacto en mis manos- me había olvidado… 
-¿Cómo…? -empecé a preguntar, pero él me interrumpió
-Creo que eso es todo, -dijo y sonrió- recuerda, Erik, deben pasar desapercibidos.
-Si claro -dijo el chico y me miró- así que nada de chocarse gente, Grey.
Iba a insultarle, cansada de sus bromas, pero Will nos interrumpió.
-Alma, cuídate mucho ¿si? –me pidió- no hagas nada demasiado imprudente o irracional. Recuerda que es a vos a quien quieren.
Asentí, decidida, y el hombre suspiró.
-Entonces, ya no tengo más que decir… –nos abrió la puerta, invitándonos a salir- excepto desearles suerte. Después de todo, la van a necesitar –admitió, casi amargamente.

Quince minutos después salimos por la puerta de atrás de la escuela. Nos habíamos mantenido en silencio hasta ese momento, pero Pyró finalmente abrió la boca:
-¡Ah, si! –exclamó, llamando mi atención, componiendo una expresión sarcástica- gracias por meterme en esta misión suicida. Es el sueño de mi vida.
Quise golpearlo. Ya era demasiado tener que soportar sus bromas, como para que me recriminara haber venido conmigo.
-Para que sepas, tenía tantas ganas que vinieras como vos –declaré, mordaz- si tan difícil es para vos, soluciónalo con Will –repliqué, furiosa.
-Will no quiere cambiar de idea. Sabe que no tenes oportunidad de sobrevivir sin mi -me espetó de mal modo y yo lo enfrenté, furiosa.
-¡Me puedo cuidar sola! ¡No necesito de idiotas para cuidarme! 
-Claro, se nota –murmuró, sarcástico.
-Sos un imbécil -le dije.
-Y vos sos una malcriada.
-¿Es lo mejor que se te ocurrió? -me burlé- ¿”malcriada” es tu mejor insulto? 
Él puso los ojos en blanco, siguiendo avanzando.
-Si tanto no querías venir ¿Por qué no le dijiste a Will? -le pregunté.
-¿Quién te dijo que no lo hice? -me espetó, mirándome fijamente a los ojos- estuve toda la noche discutiendo de que era una mala idea, pero él está convencido de que necesitas protección extra.
-No la necesito –repliqué.
-Deciselo a él –contestó a su vez, adelantándose y dejándome con Lon.
-Will es muy listo -murmuró el pájaro por lo bajo, pero yo le chisté para que guardara silencio. 
Pyró nos guío por los jardines, haciéndonos dar una vuelta a la escuela y dirigiéndonos a un galpón gigantesco, ubicado detrás de una cancha de básquet. Dentro nos esperaban una larga fila de autos y de motos relucientes, dejándome sin aliento. Parecían tan nuevas y caras, que me pregunté cómo habían logrado conseguirlas todas. 
-¿Auto o moto? –preguntó Pyró, pero estaba tan asombrada que no reaccioné a contestar- auto -murmuró y sacó unas llaves de su bolsillo. La alarma de un auto resonó en el galpón, iluminando con luces amarillas las chapas. Tranquilamente, él fue hacia el carro, metiéndose sin miramientos.
Casi lanzó un grito del asombro. Reconocí el auto al instante, un Chevrolet Camaro 2010 negro.
-Es imposible –murmuré- estos autos no se venden acá –comenté, pasando la mano por el capo como para asegurarme de que era real. 
-Magia, -respondió Pyró, austeramente.
-Oh, autos –masculló Lon, tragando- seré mejor que los siga por aire.
Hubiera jurado que se veía pálido, si un pájaro podía verse pálido, claro.
-Entra –me ordenó Pyró, abriendo la puerta del acompañante.
-¿Tenes carnet de conducir? -pregunté sorprendida. Notaba que era mayor que yo, pero no estaba segura de que tuviera dieciocho.
-Sí, entra -insistió. Titubeante, miré a Lon, quien asintió para darme ánimos.
-Los veré allá -aseguró Lon y salió volando, perdiéndose con rapidez en el día brumoso.
-Si vas a quedarte afuera más tiempo, avísame así me consigo un café –comentó Pyró desde el auto y puse los ojos en blanco. Entré y tiré mi mochila a la parte de atrás.
-¿Y estos autos y motos? -pregunté.
-Regalos –contestó, sin hondear demasiado en el tema.
Encendió el motor y dio marcha atrás con un volantazo, haciendo derrapar el auto en un ángulo de ciento ochenta grados, y pisó el acelerador, haciendo que el auto saliera despedido por la calle de tierra, llegando a la ruta en solo cinco segundos. Íbamos tan rápido que me había pegado al asiento, clavando las uñas en el cuero para no gritar. Él parecía disfrutarlo, dibujando una pequeña sonrisa burlona en sus labios.
Sus ojos, hoy de un tono celeste claro, miraban atento hacia la ruta, notando hasta la más leve hoja. A medida de que avanzábamos estos cambiaban de graduación, siendo más claros u oscuros. Entendí porque el día anterior me había sido difícil clasificarlos.
-¿Algo interesante en mi cara? –preguntó, interrumpiendo mis pensamientos y mirándome; solo para hacerme llevar una sorpresa. Arriba de su ojo derecho, sobre la ceja, corría una cicatriz, una fina línea de plata que llegaba hasta la mitad de su frente. La garganta se me cerró. El corte no venía de un encuentro amigable, eso podía apostarlo.
-Aparentemente no –dije, desviando la mirada a la ruta. Una mancha gris pasó a toda velocidad al lado de la puerta.
-¿Lon? –pregunté, pegando la cara a la ventanilla para ver mejor.
-Si -contestó Pyró.
-¿Cómo puede volar tan rápido?
Él puso los ojos en blanco.
-Es un espíritu ave, puede ser tan rápido como el viento -me contestó, como si fuera obvio.
Pisó el acelerador, aumentando la velocidad. Íbamos tan rápido que se me revolvió el estomago, haciendo que los árboles y el pasto al costado de la ruta se volvieran simples borrones.
-¿A que velocidad vamos? –pregunté y él río. 
-Digamos que vamos muy rápido.
Por suerte cuando llegamos a la ciudad disminuyó la velocidad un poco, pero, de todas maneras, él era un asesino al volante. Yo cerraba los ojos, esperando el momento en que chocáramos contra algo, pero nada sucedió. Ni siquiera nos deteníamos. Todos los semáforos cambiaban a verde cuando pasábamos.
-¿Estás haciendo magia? -le pregunté.
Él sonrió con picardía.
-Podría decirse.
Yo miré de nuevo por la ventana y me llamó la atención algo en el espejo. Una camioneta negra estaba detrás de nosotros, pero a diferencia de las demás, nos mantenía el paso, viajando casi tan rápido como nosotros. Un escalofrío me recorrió la espalda. Eso era imposible. Ningún auto podría alcanzarnos a está velocidad. Dos más aparecieron detrás, uniéndosele. 
-Esos autos… ¿nos están siguiendo? -pregunté y Pyró miró por el espejo. Chasqueó la lengua.
-Y solo llegamos a veinte kilómetros, debe ser un record –comentó y cambió la marcha- ponete el cinturón –me ordenó y aceleró. La calle se oblicuó, estirando los edificios y los demás autos hasta que salimos despedidos como un cohete. La calle se volvió una mancha gris borrosa, por la cual nosotros huíamos a toda velocidad. Íbamos tan rápido que hasta sentí una cierta presión empujándome hacia el asiento.
-¿Cómo…? -comencé a preguntar, pero él me interrumpió.
-Hechizo de velocidad –dijo, mientras maniobraba. Era un truco asombroso, debía admitir, pero de todas maneras, eso no pareció distraer a las camionetas. Todavía nos perseguían y, lo peor de todo, cada vez estaban más cerca.
-Se están acercando -apunté.
-¿No tenes comentarios útiles? -me preguntó de mal modo, intentando mantener la concentración en la calle.
-Gracioso –comenté, sarcástica, pero seguí observando hacia atrás. Me sorprendí al solo encontrar dos autos tras nosotros, habiendo estado segura de que eran tres- ¿Dónde está el tercero? –pregunté, pero Pyró no pareció prestarme atención, demasiado ocupado en mantenernos vivos.
Al instante un escalofrío me recorrió en el costado, disparando todos mis nervios como si se avecinara peligro. Miré hacia el lado y distinguí a una de esas camionetas apareciendo desde otra calle, directo hacia mi puerta.
-¡Cuidado! –grité, pero no tuvimos tiempo de reaccionar. La camioneta nos impactó, haciendo que el auto se elevara en el aire y golpeara contra el asfalto, dando una vuelta.
El choque me había sacudido tan fuerte, que me había dejado aturdida y mareada, colgando cabeza abajo bajo el sostén del cinturón de seguridad. Sorprendentemente, no estaba herida, al igual que Pyró. Ni siquiera el auto parecía tener daños mayores.
El sonido de unos frenos llamaron nuestra atención. La camioneta había retrocedido, preparándose para volver a la carga.
-Hay que salir, ¡ahora! –ordenó Pyró. En un segundo, se soltó y pateó el vidrio, rompiéndole en pedazos y desparramando cientos de centellas vidriosas por el suelo- ¡Vamos, salí! -me ordenó. No me gustaba mucho seguirle la corriente, pero tampoco tenía muchas opciones.
Lo más rápido que pude, me solté el cinturón y evité caerme de cabeza con las manos. Comencé a arrastrarme afuera, pero escuché el ruido de la camioneta volviendo a atacarnos. Pensé que iba a quedarme atrapada, pero él tiró de mi mano y me sacó justo a tiempo. La camioneta chocó contra el Camaro, empujándolo fuera del camino y estrellándolo contra un edificio.
Me paré con dificultad, mirando a Pyró sorprendida. Él se sacudía los pedazos de vidrios con rapidez.
-Me debes una –farfulló y agarrándome del brazo, me empujó hacia el costado- ¡debemos irnos! –gritó. 
La gente alrededor había comenzado a correr y a gritar, en pánico. Las camionetas habían interferido en el trafico, produciendo un choque en cadena que había hecho estrellar a al menos diez o quince autos, ahora humeantes o envueltos en llamas. 
Pyró me había arrastrado corriendo entre la multitud, pero el sonido de ruedas derrapando en el asfalto nos alertó. 
-¡Salta! –me ordenó Pyró. Otra de las camionetas apareció entre la gente, subiéndose al asfalto para atacarnos. Mi cuerpo había reaccionado antes de que yo me lo propusiera. Tensando mis músculos, di un salto en el aire, elevándome varios metros por encima del suelo como jamás había hecho. Di una pirueta y caí al suelo, aterrizando sobre la calle con la camioneta pasando a mis espaldas. Quedé aturdida por unos instantes, sin entender lo que había hecho, cuando la camioneta explotó, incendiándose en llamas azules que aumentaron el pánico. Pyró se escabulló afuera, con la ropa humeante.
-¿Y eso? -pregunte, pero él me agarró del brazo y tiró de mi para empezar a correr; sin dignarse a contestar. La otra camioneta comenzó a seguirnos, aparentemente aburrido de estrellarse contra el Camaro. Pyró me guío hacia la calle, metiéndome entre los autos chocados y haciéndome saltar por sobre los capos. Los coches le dificultaron el avance a nuestro perseguidor, pero aún así este no se detenía, empujándolos a un lado con la facilidad de un tanque.
-¡Más rápido! –gritó Pyró.
Jamás había sido buena para los deportes en general, pero inexplicablemente siempre había sido buena en carreras. Tal vez era una simple habilidad de los legados, pero comencé a correr tan rápido que, de un momento a otro, le había sacado al menos diez pasos a Pyró.  
-¡Grey a tu izquierda! –gritó él. Otra camioneta se dirigía hacia mí a toda velocidad. Siguiendo mis instintos, rodé por el suelo y la evité por poco, pero giró en redondo, y me golpeó en el brazo, lanzándome por los aires hasta golpear un capo. El dolor comenzaba a abrasar mi brazo, pero ni siquiera tuve tiempo de lamentarme, con la camioneta volviendo por mí. Me deslicé por el capo y eché a correr a trompicones, escuchando el ruido del metal chocándose a mis espaldas.
Pyró reapareció a mi lado, enfrentándose a la camioneta. Alzó la mano y quince cuchillos de treinta centímetros titilaron en el aire y se estrellaron contra el capo de la camioneta, pero no le hicieron gran daño. Retrocedió, impasible, haciendo aparecer una lanza que termino atravesando el parabrisas, clavándose con fuerza en el asiento de conductor vacío. Entonces echó a correr, haciendo que la camioneta lo persiguiera.
Yo había quedado a un costado de la calle, inmóvil por el dolor del brazo. No parecía quebrado pero no podía moverlo, con el más mínimo movimiento desencadenando un dolor agudo y terrible.
Al verlo correr, me enfurecí. No podía creer que estuviera arriesgándose para distraer su atención de mí. Eso simplemente, no podía permitirlo. El problema era que ni siquiera tenía un arma para atacar. Una lanza podría venir bien…
Piensa en ello. Deséalo y concéntrate… murmuró una voz en mi cabeza, tomando por sorpresa. Confusa, hice lo que me había sugerido, imaginándome un arma como las que había visto en el colegio. Mis pensamientos se ampliaron, la imagen entera del material y las dimensiones dibujándose en mi cabeza como un proyecto de diseño. Mis manos brillaron, resplandeciendo en una luz blanca que me cegó, mientras un objeto largó y circular se cobraba vida entre destellos. Para cuando la luz se extinguió, una lanza de metal de dos metros colgaba de mis dedos, sobresaltándome.
Tuve el impulso de tirarla de la pura sorpresa, pero no era el momento para pánico involuntario. La tomé con fuerza y corrí a ayudar a Pyró antes de que la camioneta lograra alcanzarlo. 
Él se las había arreglado para salvarse, cambiando de dirección constantemente o saltando sobre los autos, pero podía notar que se estaba cansando. Cada tanto le disparaba flechas, pero estás no hacían ningún daño contra el metal.
Aumenté la velocidad, empezando a alcanzar al auto. No estaba segura de lo que iba a hacer, pero al llegar a su cola una idea se me ocurrió. Salté hacia adelante y, torciéndome en el aire, le lancé la lanza con mi brazo bueno, apuntando hacia la tapa del tanque.
Esta centelló, atravesando el metal con facilidad. En cuestión de segundos explotó, lanzando una onda de fuego expansiva que me lanzó por los aires, estrellándome contra el piso.
Sentí mis rodillas en carne viva. Estaba dolorida y humeante, sintiendo que habían asado mi cuerpo al carbón. El humo llenaba mis pulmones, haciéndome toser hasta dolerme la garganta. 
Pyró se acercó a mí, corriendo.
-Bueno, pudo estar mejor –declaró y me ayudó a levantarme. Intenté disimular lo dolorida que estaba, conteniendo la mueca de dolor- al menos supiste como convocar armas…
-Súper difícil, pensé en una lanza y de pronto sostenía una. Me maté pensando -repliqué sarcástica y él puso los ojos en blanco. Sabía que no era del todo cierto, pero él no tenía porque saberlo.
-Esas camionetas estaban encantadas. No tenían conductores –un arco, largo y con cuchillas en las puntas, apareció en su mano- aun así puede haber alguien vigilándonos. Vamos a ver el Camaro.
Era imposible, pero el auto casi no había sufrido ningún daño a pesar de estar hundido contra la pared del edificio. Todavía permanecía volteado pero, aparte del vidrio roto, no tenía ninguna abolladura. Deseé tener la misma suerte.  
-Bueno, al menos la magia funcionó -comento él.
Un borrón gris pasó sobre nosotros y Lon se posó en mi hombro, sobresaltándome.
-¡Lon! –exclamé, alterada- no aparezcas así –mascullé y el pájaro hiso un gesto de disculpa, observando al auto volteado.
-Lo siento, –murmuró y miró al auto- ¿tuvieron un accidente? Siempre dije que los autos no eran seguros...
-No fue el auto -se defendió Pyró, sacudiéndose la tierra de la ropa- nos atacaron unas camionetas encantadas.
-Oh -dijo Lon, preocupado- ¿tan pronto? Deben realmente querer atraparte Alma.
-Gracias Lon -dije secamente y él dio un respingo, nervioso.
-¡Perdón! No quería… -empezó pero Pyró lo interrumpió, gracias a Dios.
-Bueno, hay que movilizarnos –dijo, luego de recuperar un aspecto presentable- falta menos de una hora para la salida del avión.
Diciendo eso, se acercó al auto y tocó unos botones sobre los cambios de velocidad. El auto se sacudió y él se alejo, dando unos pasos atrás. Sostenido por una energía invisible, el automóvil se despegó de la pared, flotando en el aire y girándose a su posición original. Los cristales rotos flotaron desde el suelo y comenzaron a unirse otra vez, pegándose hasta formar un vidrio solidificado, sin un solo rasguño. La suciedad y los escombros se sacudieron, esfumándose entre volutas de polvo a medida que el Camaro descendía al suelo. Cuando el auto volvió a tocar tierra, este lucía perfecto y nuevo.
Pyró sonrió.
-Bueno así está bien -dijo y entró por la puerta.
-¿Qué fue eso? –le pregunté, sorprendida.
-Auto reparación. Una de las modificaciones que le hicieron –me explicó con desgano.
Estaba demasiado aturdida para reaccionar, pero Lon terminó por llamar mi atención.
-Los veo luego, intenten llegar en una pieza -pidió y salió volando, desapareciendo entre los edificios como una mancha gris.
-¿Y tu arco? -le pregunté a Pyró al entrar al auto, notando que ya no lo tenía.
Él resopló, como si hubiera hecho la pregunta más tonta del mundo.
-Las armas que invocas solo aparecen cuando son necesitadas, sino se mantienen en el lugar de donde las invocaste… -explicó, mientras revisaba los controles.
-¿Y donde es eso? –pregunté, intentando ignorar su tono.
-Eso no importa ahora -dijo y buscó la llave del auto, tanteando por debajo de los asientos.
Lo miré con odio, pero no hice comentarios. Aproveché que estaba distraído para revisarme el brazo, el cual no había dejado de arder. Lo tenía hinchado y rojo, casi morado. No parecía roto, pero de todas maneras no podía moverlo.
-¿Te golpeó? -preguntó Pyró, mirándome curioso.
-No -dije intentando ocultarlo, pero él me tocó el brazo y grité de dolor- ¡idiota! -le espeté.
-Por mentirme -replicó- ahora quédate quieta, muy quieta, y tampoco hables -me ordenó.
Alzó su mano y una corriente de agua se dibujó sobre su palma, flotando como una esfera cristalina. Me quedé sin aliento de la impresión, pero me mantuve quieta tal como me lo había ordenado. Con aquella agua bailando entre sus dedos, puso su mano en mi herida y una luz azul brilló. Al momento una sensación cálida me invadió, disminuyendo el dolor y tratándolo como un analgésico de rápida acción. Lentamente, todo dolor de mi cuerpo se fue aliviando, como si un bálsamo mágico me estuviera cubriendo las heridas hasta hacerlas desaparecer. Cuando sacó la mano, la hinchazón había desaparecido. Solo quedaba un pequeño moretón de días.
Estaba demasiado admirada y sorprendida como para hablar, pero él se mordió el labio, disconforme.
-Debía de haber desaparecido del todo, -replicó, arrancando el auto con el seño fruncido.
-¿Por qué debía quedarme callada? –pregunté, habiéndome liberado de mi aturdimiento. 
-No quería escucharte, honestamente –declaró, inocentemente- una chica hablando por los codos es algo que distrae a cualquiera.
Si no me hubiera curado instantes antes, probablemente lo hubiera golpeado de un puñetazo. 
-Ja ja que gracioso –dije, con sarcasmo.
-Esperemos que aun lleguemos a tiempo, porque, si no, es tu culpa -dijo Pyró, acelerando.
-¿Cómo que es mi culpa? –pregunté, indignada.
-Perdimos tiempo curándote –declaró, como si fuera obvio.
-¡Nunca te lo pedí! -le espeté, furiosa e indignada.
-Tampoco escuche un “gracias” –comentó, mirándome con suficiencia.
Lo miré con odio, pero lamentablemente tenía razón. 
-Gracias -dije de mal humor. Él sonrió, con mi dignidad quedando por los suelos.
-De nada –terminó diciendo- la próxima trata de no golpearte, por favor.
-Sos insoportable -le dije.
-Estamos a mano entonces.

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