Capitulo 6
Un chorro de agua
fría me despertó, literalmente. Me senté sobresaltada en la cama, con todo el
pelo mojado pegándose en mi cara mientras las gotitas corrían hacia la cama y
mi ropa; para encontrarme con Pyró, mirándome burlón. Vestía para el viaje, con
unos jeans oscuros, remera gris y una campera negra con cierres plateados. Una
mochila colgaba a su espalda.
-Hay que irnos
–anunció, aguantando la risa.
Lo miré con odio,
queriendo lanzarle el portarretrato a la cabeza.
-No era necesaria
el agua -reclamé.
-Lo sé -dijo y me
tiró la mochila- muévete.
Furiosa, me levanté
y le empujé hacia la puerta, obligándolo a que se quedara allí. Tomé una ducha
rápida y preparé las últimas cosas para el viaje, mientras él repiqueteaba su
pie en el suelo, instando a que me apurara. Cerré la mochila, deseando no
olvidarme de nada importante y paré un segundo al ver el portarretratos.
Instintivamente saqué la foto y me la guardé en el bolsillo.
-Rápido -dijo Pyró,
enfadándome.
-Ándate y déjame de
molestar -le contesté de mal modo, pero no lo hiso. Me colgué mi mochila y me
dirigí a la puerta, no sin antes asegurarme de golpearlo al pasar. Él río por
lo bajo, siguiendo mis pasos.
Will nos esperaba
en su despacho, con Lon revoloteando a su alrededor.
-Buenos días -dijo-
esperó que hayan dormido bien.
Gruñí al Pyró, pero
él me dedicó una sonrisa de suficiencia que solo empeoró mi humor.
-Alma ¿estás segura
de que queres hacer esto? –me preguntó Will- estarás en peligro a cada paso…
Ni siquiera dejé
que la pregunta se procesara en mi mente.
-Sí –acepté.
Él suspiró, pero
pude notar que esperaba mi respuesta.
-Entonces solo me
queda darte información –se resignó e hiso una mueca- lamentablemente, no
sabemos la ubicación de tu padre, pero sé de alguien que tal vez si sepa.
-¿Quién? –pregunté,
ansiosa.
-Las hadas
–respondió Will- ellas están muy bien informadas…
Hice un esfuerzo
para no reírme.
-¿Hadas? ¿Al estilo
Campanita? -me burlé y Pyró resopló, mirándome con desesperación.
-¿En serio Will?
-le preguntó, señalándome. Iba a contestarle, probablemente con un insulto,
pero Will me interrumpió.
-Ella no sabe tanto
como vos Erik -dijo- Alma, las hadas son seres que nacieron con la creación del
mundo. Ellas y muchos otros fueron creados con aquella magia pura,
consolidándose en cuerpos.
Lo miré, incrédula,
pero él parecía seguro de lo que decía.
-Está bien –terminé
aceptando- ¿Dónde puedo encontrarlas?
-Habitan en los
lugares vírgenes de la tierra, donde no haya casi intervención humana. El lugar
más cercano es el Amazonas, donde reside su corte -dijo Will y yo casi me
atragantó.
-¿El amazonas? ¿En
serio? –pregunté.
-Sí, pero deben
cuidarse en ese territorio. Las hadas no suelen ser amables con los
descendientes y la selva está llena de peligros -contó- Erik, sabes lo que
debes hacer.
El chico asintió
seriamente.
-Tengo una cosa más
que decirles –dijo y miró hacia el pajarito con una sonrisa- Lon quiere
acompañarlos. Como es tu protector, es tu decisión llevarlo o no.
Cuando lo miré,
noté que había estado conteniéndose para estar en silencio pero, al instante,
empezó a hablar atolondradamente.
-Por favor llévame,
no voy a molestar, solo quiero ir con ustedes. Prometo no hacer lío, me voy a
quedar quieto y callado y voy a hacer lo que vos quieras… -dijo, tan rápido que
apenas respiraba.
-¡Esta bien! –le
interrumpí, sintiendo que mi cabeza empezaba a doler- podes venir –acepté- pero
callado.
-Claro, por
supuesto, lo que vos digas –empezó a decir, nuevamente atolondrándose, pero lo
miré fijo y se calló.
-Bueno, saldado
eso, -murmuró Will y nos entregó un sobre- estos son los pasajes de avión y un
permiso para llevar mascotas –sacó un bolso pequeño- y esto es el dinero –dijo,
entregándoselo a Pyró.
-Eh, creo que mi
pasaporte se quemó en… -empecé, pero no pude terminar la frase- creo que se
quemó.
-Ah cierto -dijo
sonriendo y revolvió en sus bolsillos, hasta que sacó mi viejo pasaporte,
dejándole intacto en mis manos- me había olvidado…
-¿Cómo…? -empecé a
preguntar, pero él me interrumpió
-Creo que eso es
todo, -dijo y sonrió- recuerda, Erik, deben pasar desapercibidos.
-Si claro -dijo el
chico y me miró- así que nada de chocarse gente, Grey.
Iba a insultarle,
cansada de sus bromas, pero Will nos interrumpió.
-Alma, cuídate
mucho ¿si? –me pidió- no hagas nada demasiado imprudente o irracional. Recuerda
que es a vos a quien quieren.
Asentí, decidida, y
el hombre suspiró.
-Entonces, ya no
tengo más que decir… –nos abrió la puerta, invitándonos a salir- excepto
desearles suerte. Después de todo, la van a necesitar –admitió, casi
amargamente.
Quince minutos
después salimos por la puerta de atrás de la escuela. Nos habíamos mantenido en
silencio hasta ese momento, pero Pyró finalmente abrió la boca:
-¡Ah, si! –exclamó,
llamando mi atención, componiendo una expresión sarcástica- gracias por meterme
en esta misión suicida. Es el sueño de mi vida.
Quise golpearlo. Ya
era demasiado tener que soportar sus bromas, como para que me recriminara haber
venido conmigo.
-Para que sepas,
tenía tantas ganas que vinieras como vos –declaré, mordaz- si tan difícil es
para vos, soluciónalo con Will –repliqué, furiosa.
-Will no quiere
cambiar de idea. Sabe que no tenes oportunidad de sobrevivir sin mi -me espetó
de mal modo y yo lo enfrenté, furiosa.
-¡Me puedo cuidar
sola! ¡No necesito de idiotas para cuidarme!
-Claro, se nota
–murmuró, sarcástico.
-Sos un imbécil -le
dije.
-Y vos sos una
malcriada.
-¿Es lo mejor que
se te ocurrió? -me burlé- ¿”malcriada” es tu mejor insulto?
Él puso los ojos en
blanco, siguiendo avanzando.
-Si tanto no
querías venir ¿Por qué no le dijiste a Will? -le pregunté.
-¿Quién te dijo que
no lo hice? -me espetó, mirándome fijamente a los ojos- estuve toda la noche
discutiendo de que era una mala idea, pero él está convencido de que necesitas
protección extra.
-No la necesito
–repliqué.
-Deciselo a él
–contestó a su vez, adelantándose y dejándome con Lon.
-Will es muy listo
-murmuró el pájaro por lo bajo, pero yo le chisté para que guardara
silencio.
Pyró nos guío por
los jardines, haciéndonos dar una vuelta a la escuela y dirigiéndonos a un
galpón gigantesco, ubicado detrás de una cancha de básquet. Dentro nos
esperaban una larga fila de autos y de motos relucientes, dejándome sin
aliento. Parecían tan nuevas y caras, que me pregunté cómo habían logrado
conseguirlas todas.
-¿Auto o moto?
–preguntó Pyró, pero estaba tan asombrada que no reaccioné a contestar- auto
-murmuró y sacó unas llaves de su bolsillo. La alarma de un auto resonó en el
galpón, iluminando con luces amarillas las chapas. Tranquilamente, él fue hacia
el carro, metiéndose sin miramientos.
Casi lanzó un grito
del asombro. Reconocí el auto al instante, un Chevrolet Camaro 2010 negro.
-Es imposible
–murmuré- estos autos no se venden acá –comenté, pasando la mano por el capo
como para asegurarme de que era real.
-Magia, -respondió
Pyró, austeramente.
-Oh, autos
–masculló Lon, tragando- seré mejor que los siga por aire.
Hubiera jurado que
se veía pálido, si un pájaro podía verse pálido, claro.
-Entra –me ordenó
Pyró, abriendo la puerta del acompañante.
-¿Tenes carnet de
conducir? -pregunté sorprendida. Notaba que era mayor que yo, pero no estaba
segura de que tuviera dieciocho.
-Sí, entra
-insistió. Titubeante, miré a Lon, quien asintió para darme ánimos.
-Los veré allá
-aseguró Lon y salió volando, perdiéndose con rapidez en el día brumoso.
-Si vas a quedarte
afuera más tiempo, avísame así me consigo un café –comentó Pyró desde el auto y
puse los ojos en blanco. Entré y tiré mi mochila a la parte de atrás.
-¿Y estos autos y
motos? -pregunté.
-Regalos –contestó,
sin hondear demasiado en el tema.
Encendió el motor y
dio marcha atrás con un volantazo, haciendo derrapar el auto en un ángulo de
ciento ochenta grados, y pisó el acelerador, haciendo que el auto saliera
despedido por la calle de tierra, llegando a la ruta en solo cinco segundos.
Íbamos tan rápido que me había pegado al asiento, clavando las uñas en el cuero
para no gritar. Él parecía disfrutarlo, dibujando una pequeña sonrisa burlona
en sus labios.
Sus ojos, hoy de un
tono celeste claro, miraban atento hacia la ruta, notando hasta la más leve
hoja. A medida de que avanzábamos estos cambiaban de graduación, siendo más
claros u oscuros. Entendí porque el día anterior me había sido difícil
clasificarlos.
-¿Algo interesante
en mi cara? –preguntó, interrumpiendo mis pensamientos y mirándome; solo para
hacerme llevar una sorpresa. Arriba de su ojo derecho, sobre la ceja, corría
una cicatriz, una fina línea de plata que llegaba hasta la mitad de su frente.
La garganta se me cerró. El corte no venía de un encuentro amigable, eso podía
apostarlo.
-Aparentemente no
–dije, desviando la mirada a la ruta. Una mancha gris pasó a toda velocidad al
lado de la puerta.
-¿Lon? –pregunté,
pegando la cara a la ventanilla para ver mejor.
-Si -contestó Pyró.
-¿Cómo puede volar
tan rápido?
Él puso los ojos en
blanco.
-Es un espíritu
ave, puede ser tan rápido como el viento -me contestó, como si fuera obvio.
Pisó el acelerador,
aumentando la velocidad. Íbamos tan rápido que se me revolvió el estomago,
haciendo que los árboles y el pasto al costado de la ruta se volvieran simples
borrones.
-¿A que velocidad
vamos? –pregunté y él río.
-Digamos que vamos
muy rápido.
Por suerte cuando
llegamos a la ciudad disminuyó la velocidad un poco, pero, de todas maneras, él
era un asesino al volante. Yo cerraba los ojos, esperando el momento en que
chocáramos contra algo, pero nada sucedió. Ni siquiera nos deteníamos. Todos
los semáforos cambiaban a verde cuando pasábamos.
-¿Estás haciendo
magia? -le pregunté.
Él sonrió con
picardía.
-Podría decirse.
Yo miré de nuevo
por la ventana y me llamó la atención algo en el espejo. Una camioneta negra
estaba detrás de nosotros, pero a diferencia de las demás, nos mantenía el
paso, viajando casi tan rápido como nosotros. Un escalofrío me recorrió la
espalda. Eso era imposible. Ningún auto podría alcanzarnos a está velocidad.
Dos más aparecieron detrás, uniéndosele.
-Esos autos… ¿nos
están siguiendo? -pregunté y Pyró miró por el espejo. Chasqueó la lengua.
-Y solo llegamos a
veinte kilómetros, debe ser un record –comentó y cambió la marcha- ponete el
cinturón –me ordenó y aceleró. La calle se oblicuó, estirando los edificios y
los demás autos hasta que salimos despedidos como un cohete. La calle se volvió
una mancha gris borrosa, por la cual nosotros huíamos a toda velocidad. Íbamos
tan rápido que hasta sentí una cierta presión empujándome hacia el asiento.
-¿Cómo…? -comencé a
preguntar, pero él me interrumpió.
-Hechizo de
velocidad –dijo, mientras maniobraba. Era un truco asombroso, debía admitir,
pero de todas maneras, eso no pareció distraer a las camionetas. Todavía nos
perseguían y, lo peor de todo, cada vez estaban más cerca.
-Se están acercando
-apunté.
-¿No tenes
comentarios útiles? -me preguntó de mal modo, intentando mantener la concentración
en la calle.
-Gracioso –comenté,
sarcástica, pero seguí observando hacia atrás. Me sorprendí al solo encontrar
dos autos tras nosotros, habiendo estado segura de que eran tres- ¿Dónde está
el tercero? –pregunté, pero Pyró no pareció prestarme atención, demasiado
ocupado en mantenernos vivos.
Al instante un
escalofrío me recorrió en el costado, disparando todos mis nervios como si se
avecinara peligro. Miré hacia el lado y distinguí a una de esas camionetas
apareciendo desde otra calle, directo hacia mi puerta.
-¡Cuidado! –grité,
pero no tuvimos tiempo de reaccionar. La camioneta nos impactó, haciendo que el
auto se elevara en el aire y golpeara contra el asfalto, dando una vuelta.
El choque me había
sacudido tan fuerte, que me había dejado aturdida y mareada, colgando cabeza
abajo bajo el sostén del cinturón de seguridad. Sorprendentemente, no estaba
herida, al igual que Pyró. Ni siquiera el auto parecía tener daños mayores.
El sonido de unos
frenos llamaron nuestra atención. La camioneta había retrocedido, preparándose
para volver a la carga.
-Hay que salir,
¡ahora! –ordenó Pyró. En un segundo, se soltó y pateó el vidrio, rompiéndole en
pedazos y desparramando cientos de centellas vidriosas por el suelo- ¡Vamos,
salí! -me ordenó. No me gustaba mucho seguirle la corriente, pero tampoco tenía
muchas opciones.
Lo más rápido que
pude, me solté el cinturón y evité caerme de cabeza con las manos. Comencé a
arrastrarme afuera, pero escuché el ruido de la camioneta volviendo a
atacarnos. Pensé que iba a quedarme atrapada, pero él tiró de mi mano y me sacó
justo a tiempo. La camioneta chocó contra el Camaro, empujándolo fuera del
camino y estrellándolo contra un edificio.
Me paré con
dificultad, mirando a Pyró sorprendida. Él se sacudía los pedazos de vidrios
con rapidez.
-Me debes una
–farfulló y agarrándome del brazo, me empujó hacia el costado- ¡debemos irnos!
–gritó.
La gente alrededor
había comenzado a correr y a gritar, en pánico. Las camionetas habían
interferido en el trafico, produciendo un choque en cadena que había hecho
estrellar a al menos diez o quince autos, ahora humeantes o envueltos en
llamas.
Pyró me había
arrastrado corriendo entre la multitud, pero el sonido de ruedas derrapando en
el asfalto nos alertó.
-¡Salta! –me ordenó
Pyró. Otra de las camionetas apareció entre la gente, subiéndose al asfalto
para atacarnos. Mi cuerpo había reaccionado antes de que yo me lo propusiera.
Tensando mis músculos, di un salto en el aire, elevándome varios metros por
encima del suelo como jamás había hecho. Di una pirueta y caí al suelo,
aterrizando sobre la calle con la camioneta pasando a mis espaldas. Quedé
aturdida por unos instantes, sin entender lo que había hecho, cuando la
camioneta explotó, incendiándose en llamas azules que aumentaron el pánico.
Pyró se escabulló afuera, con la ropa humeante.
-¿Y eso? -pregunte,
pero él me agarró del brazo y tiró de mi para empezar a correr; sin dignarse a
contestar. La otra camioneta comenzó a seguirnos, aparentemente aburrido de
estrellarse contra el Camaro. Pyró me guío hacia la calle, metiéndome entre los
autos chocados y haciéndome saltar por sobre los capos. Los coches le
dificultaron el avance a nuestro perseguidor, pero aún así este no se detenía,
empujándolos a un lado con la facilidad de un tanque.
-¡Más rápido!
–gritó Pyró.
Jamás había sido
buena para los deportes en general, pero inexplicablemente siempre había sido
buena en carreras. Tal vez era una simple habilidad de los legados, pero
comencé a correr tan rápido que, de un momento a otro, le había sacado al menos
diez pasos a Pyró.
-¡Grey a tu
izquierda! –gritó él. Otra camioneta se dirigía hacia mí a toda velocidad.
Siguiendo mis instintos, rodé por el suelo y la evité por poco, pero giró en
redondo, y me golpeó en el brazo, lanzándome por los aires hasta golpear un
capo. El dolor comenzaba a abrasar mi brazo, pero ni siquiera tuve tiempo de
lamentarme, con la camioneta volviendo por mí. Me deslicé por el capo y eché a
correr a trompicones, escuchando el ruido del metal chocándose a mis espaldas.
Pyró reapareció a
mi lado, enfrentándose a la camioneta. Alzó la mano y quince cuchillos de
treinta centímetros titilaron en el aire y se estrellaron contra el capo de la
camioneta, pero no le hicieron gran daño. Retrocedió, impasible, haciendo aparecer
una lanza que termino atravesando el parabrisas, clavándose con fuerza en el
asiento de conductor vacío. Entonces echó a correr, haciendo que la camioneta
lo persiguiera.
Yo había quedado a
un costado de la calle, inmóvil por el dolor del brazo. No parecía quebrado
pero no podía moverlo, con el más mínimo movimiento desencadenando un dolor
agudo y terrible.
Al verlo correr, me
enfurecí. No podía creer que estuviera arriesgándose para distraer su atención
de mí. Eso simplemente, no podía permitirlo. El problema era que ni siquiera
tenía un arma para atacar. Una lanza podría venir bien…
Piensa en ello. Deséalo y concéntrate… murmuró una voz en mi cabeza, tomando por
sorpresa. Confusa, hice lo que me había sugerido, imaginándome un arma como las
que había visto en el colegio. Mis pensamientos se ampliaron, la imagen entera
del material y las dimensiones dibujándose en mi cabeza como un proyecto de
diseño. Mis manos brillaron, resplandeciendo en una luz blanca que me cegó,
mientras un objeto largó y circular se cobraba vida entre destellos. Para
cuando la luz se extinguió, una lanza de metal de dos metros colgaba de mis
dedos, sobresaltándome.
Tuve el impulso de
tirarla de la pura sorpresa, pero no era el momento para pánico involuntario.
La tomé con fuerza y corrí a ayudar a Pyró antes de que la camioneta lograra
alcanzarlo.
Él se las había
arreglado para salvarse, cambiando de dirección constantemente o saltando sobre
los autos, pero podía notar que se estaba cansando. Cada tanto le disparaba
flechas, pero estás no hacían ningún daño contra el metal.
Aumenté la
velocidad, empezando a alcanzar al auto. No estaba segura de lo que iba a
hacer, pero al llegar a su cola una idea se me ocurrió. Salté hacia adelante y,
torciéndome en el aire, le lancé la lanza con mi brazo bueno, apuntando hacia
la tapa del tanque.
Esta centelló,
atravesando el metal con facilidad. En cuestión de segundos explotó, lanzando
una onda de fuego expansiva que me lanzó por los aires, estrellándome contra el
piso.
Sentí mis rodillas
en carne viva. Estaba dolorida y humeante, sintiendo que habían asado mi cuerpo
al carbón. El humo llenaba mis pulmones, haciéndome toser hasta dolerme la
garganta.
Pyró se acercó a
mí, corriendo.
-Bueno, pudo estar
mejor –declaró y me ayudó a levantarme. Intenté disimular lo dolorida que
estaba, conteniendo la mueca de dolor- al menos supiste como convocar armas…
-Súper difícil,
pensé en una lanza y de pronto sostenía una. Me maté pensando -repliqué
sarcástica y él puso los ojos en blanco. Sabía que no era del todo cierto, pero
él no tenía porque saberlo.
-Esas camionetas
estaban encantadas. No tenían conductores –un arco, largo y con cuchillas en
las puntas, apareció en su mano- aun así puede haber alguien vigilándonos.
Vamos a ver el Camaro.
Era imposible, pero
el auto casi no había sufrido ningún daño a pesar de estar hundido contra la
pared del edificio. Todavía permanecía volteado pero, aparte del vidrio roto,
no tenía ninguna abolladura. Deseé tener la misma suerte.
-Bueno, al menos la
magia funcionó -comento él.
Un borrón gris pasó
sobre nosotros y Lon se posó en mi hombro, sobresaltándome.
-¡Lon! –exclamé,
alterada- no aparezcas así –mascullé y el pájaro hiso un gesto de disculpa,
observando al auto volteado.
-Lo siento,
–murmuró y miró al auto- ¿tuvieron un accidente? Siempre dije que los autos no
eran seguros...
-No fue el auto -se
defendió Pyró, sacudiéndose la tierra de la ropa- nos atacaron unas camionetas
encantadas.
-Oh -dijo Lon,
preocupado- ¿tan pronto? Deben realmente querer atraparte Alma.
-Gracias Lon -dije
secamente y él dio un respingo, nervioso.
-¡Perdón! No
quería… -empezó pero Pyró lo interrumpió, gracias a Dios.
-Bueno, hay que
movilizarnos –dijo, luego de recuperar un aspecto presentable- falta menos de
una hora para la salida del avión.
Diciendo eso, se
acercó al auto y tocó unos botones sobre los cambios de velocidad. El auto se
sacudió y él se alejo, dando unos pasos atrás. Sostenido por una energía
invisible, el automóvil se despegó de la pared, flotando en el aire y girándose
a su posición original. Los cristales rotos flotaron desde el suelo y
comenzaron a unirse otra vez, pegándose hasta formar un vidrio solidificado,
sin un solo rasguño. La suciedad y los escombros se sacudieron, esfumándose
entre volutas de polvo a medida que el Camaro descendía al suelo. Cuando el
auto volvió a tocar tierra, este lucía perfecto y nuevo.
Pyró sonrió.
-Bueno así está
bien -dijo y entró por la puerta.
-¿Qué fue eso? –le
pregunté, sorprendida.
-Auto reparación.
Una de las modificaciones que le hicieron –me explicó con desgano.
Estaba demasiado
aturdida para reaccionar, pero Lon terminó por llamar mi atención.
-Los veo luego,
intenten llegar en una pieza -pidió y salió volando, desapareciendo entre los
edificios como una mancha gris.
-¿Y tu arco? -le
pregunté a Pyró al entrar al auto, notando que ya no lo tenía.
Él resopló, como si
hubiera hecho la pregunta más tonta del mundo.
-Las armas que
invocas solo aparecen cuando son necesitadas, sino se mantienen en el lugar de
donde las invocaste… -explicó, mientras revisaba los controles.
-¿Y donde es eso?
–pregunté, intentando ignorar su tono.
-Eso no importa
ahora -dijo y buscó la llave del auto, tanteando por debajo de los asientos.
Lo miré con odio,
pero no hice comentarios. Aproveché que estaba distraído para revisarme el
brazo, el cual no había dejado de arder. Lo tenía hinchado y rojo, casi morado.
No parecía roto, pero de todas maneras no podía moverlo.
-¿Te golpeó?
-preguntó Pyró, mirándome curioso.
-No -dije
intentando ocultarlo, pero él me tocó el brazo y grité de dolor- ¡idiota! -le
espeté.
-Por mentirme
-replicó- ahora quédate quieta, muy quieta, y tampoco hables -me ordenó.
Alzó su mano y una
corriente de agua se dibujó sobre su palma, flotando como una esfera
cristalina. Me quedé sin aliento de la impresión, pero me mantuve quieta tal
como me lo había ordenado. Con aquella agua bailando entre sus dedos, puso su
mano en mi herida y una luz azul brilló. Al momento una sensación cálida me
invadió, disminuyendo el dolor y tratándolo como un analgésico de rápida
acción. Lentamente, todo dolor de mi cuerpo se fue aliviando, como si un bálsamo
mágico me estuviera cubriendo las heridas hasta hacerlas desaparecer. Cuando
sacó la mano, la hinchazón había desaparecido. Solo quedaba un pequeño moretón
de días.
Estaba demasiado
admirada y sorprendida como para hablar, pero él se mordió el labio,
disconforme.
-Debía de haber
desaparecido del todo, -replicó, arrancando el auto con el seño fruncido.
-¿Por qué debía
quedarme callada? –pregunté, habiéndome liberado de mi aturdimiento.
-No quería
escucharte, honestamente –declaró, inocentemente- una chica hablando por los
codos es algo que distrae a cualquiera.
Si no me hubiera
curado instantes antes, probablemente lo hubiera golpeado de un puñetazo.
-Ja ja que gracioso
–dije, con sarcasmo.
-Esperemos que aun
lleguemos a tiempo, porque, si no, es tu culpa -dijo Pyró, acelerando.
-¿Cómo que es mi
culpa? –pregunté, indignada.
-Perdimos tiempo
curándote –declaró, como si fuera obvio.
-¡Nunca te lo pedí!
-le espeté, furiosa e indignada.
-Tampoco escuche un
“gracias” –comentó, mirándome con suficiencia.
Lo miré con odio,
pero lamentablemente tenía razón.
-Gracias -dije de
mal humor. Él sonrió, con mi dignidad quedando por los suelos.
-De nada –terminó
diciendo- la próxima trata de no golpearte, por favor.
-Sos insoportable
-le dije.
-Estamos a mano
entonces.
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