La Hija del Rayo - Capitulo 19





Capitulo 19


El chico se removió, inquieto, soltando su brazo del mío con recelo.
-Excuse me?[1] –preguntó con un acento afectado, en una mezcla de español e inglés, retrocediendo un paso atrás.
-Are you Tom?[2] -le pregunté, acumulando todos mis conocimientos de inglés. El chico pareció ponerse aún más nervioso, dando pequeños pasos hacia atrás.
-Who are you?[3] -me pregunto, casi asustado.
Sin sacarle la vista de encima, agarré a Pyró del brazo y le señalé al chico.
-Creo que él es Tom -le dije y él lo miró fijo, analizando con la mirada como si fueran rayos X.
-Are you Tom? –repitió y él chico miró hacia los alrededores nervioso, como si estuviera calculando la mejor forma de huir.
-¿Que quieren de mi? –preguntó, todavía en ingles, pero ahora casi desafiante a pesar de su expresión nerviosa- I don´t want to hurt you[4] -balbuceó y siguió retrocediendo.
-¿Dijo que no quería lastimarnos? -le pregunté a Pyró, esperando haber entendido mal.
-Si… -me contesto y luego se le acercó, alzando sus manos para pedir calma- hey, easy, we dont want problems, we only want to talk with you[5] -dijo Pyró, pero ahora el chico nos miraba con estupor, demasiado sorprendido como para seguir intentando retroceder.
-¿Hablan español? -preguntó, con un acento extraño.
-Sí, yo al menos -dije y le sonreí- mi nombre es Alma y él es Erik –dije, señalando a Pyró- debemos hablar contigo…
-Yo no… -empezó a balbucear, pero una chica se le acercó, preguntándole algo intangible que no pude comprender. El chico nos miró, nervioso, pero negó con la cabeza, diciéndole una frase a la chica que le hizo desaparecer. Entonces nos miró duramente.
-¿Qué quieren de mi? –preguntó.
-Solo hablar, te lo prometo –le aseguré.
-Podemos aprovechar el descanso que acabas de pedir –comentó Pyró y él chico le miró mal, tensado por completo, pero asintió. Receloso, nos siguió hacia un costado, deteniéndose con los brazos cruzados.
-No contestaste nuestra pregunta –le recordé- ¿sos Tom, verdad? –le pregunté y él se tensionó, frenético como si hubiera dicho una palabra prohibida, pero asintió levemente.
-Ya no me conocen con ese nombre –reconoció y nos miró con desconfianza- todavía estoy intentando averiguar como ustedes lo saben –declaró y nos observó, esperando a que habláramos.
-Mira, es una larga historia, pero necesitamos tu ayuda… -dije y él pareció sorprenderse, alzando su ceja- veras… -empecé a decir, pero los elementos se agitaron, cortando mis palabras. La magia azotó a nuestro alrededor; pero no aquella magia pura y creadora que yo había aprendido a conocer; sino una magia maligna y helada que me congeló hasta los huesos.
Al instante, todas las luces a doscientos metros a la redonda se apagaron, dejando a la cuadra y el parque sumidos en una oscuridad que solo los débiles rayos del sol parecían poder quebrar. 
-Oscuridad –musitó Pyró a mi lado, tensándose.
Tom se agitó, nuevamente retrocediendo.
-¿Qué…? –preguntó y nos lanzó una mirada furiosa- ¡lo hicieron ustedes! ¡Esto era una trampa!
-¡No, no lo hicimos nosotros! –grité, desesperada- ¡no sabemos quien fue! –le aseguré, pero él no parecía creernos, mirándonos con desconfianza. La oscuridad disparó una energía negra al cielo, cubriendo el lugar en una burbuja oscura y siniestra que desencadenó el pánico de los paseantes.
-Debemos irnos –determinó Pyró, inquieto- ven con nosotros, Tom…
-¡No! –gritó el chico y salió corriendo hacia el espacio abierto, perdiéndose rápidamente.
-¡Tom! –gritamos, siguiéndole.
Por suerte, la avalancha de personas corriendo había logrado detenerlo, entorpeciendo su huida. Logré alcanzarlo antes de que se escabullera, agarrándole del brazo.
-¡Por favor escúchanos! –le rogué, pero él se soltó, haciendo brillar una espada en su mano.
-Aléjense –ordenó- ustedes quieren matarme…
-¡No! ¡Lo juro! –le aseguré- ¡nosotros no hicimos esto!
-No, -declaró una voz profunda- yo lo hice.
Un frío acarició mis tobillos, helándome la piel. La gente a nuestro alrededor entró en pánico, retrocediendo y tropezando como si esa voz hubiera liberado sus peores pesadillas.
Los tres giramos y nos encontramos con un hombre de treinta años, alto y de pelo negro, vestido con una camisa negra y unos jeans oscuros; quien nos observaba desde las sombras de los árboles. Un aura oscura y tenebrosa se escapaba de sus poros, logrando hacerme temblar de pies a cabeza.
-Hola, hija del Rayo –dijo, disparando mis peores temores. Tom se adelantó, temblando de rabia.
-¡Vos! –gritó y el hombre ladeó la cabeza, entonando una sonrisa burlona.
-Dos trabajos pendientes, en uno. Este debe ser mi día de suerte –dijo y Tom iba a lanzarse contra él, pero Pyró le detuvo.
-No seas tonto… -dijo y Tom se soltó de un tirón, alejándose de nosotros.
-¡No me digas que hacer! ¡Ustedes lo trajeron! –nos acusó y el hombre río con sorna.
-Una triste coincidencia –murmuró y lo miró burlón- suele sucederte demasiado ¿verdad? –le preguntó a Tom y él se puso lívido, lanzándose contra él. La hoja de una espada negra centelló en el aire, directa al chico, pero Pyró fue más rápido. Había agarrado a Tom desde los brazos y lo había arrastrado a un lado antes de que la hoja le atravesara; haciéndole retroceder a trompicones hacia mí.
-¡Corre! –me ordenó, empujándome para que empezara a avanzar- ¡vamos! –dijo y le seguí a pasos apresurados, intentando escapar a toda velocidad de la oscuridad envolvente.
-¡Vamos, huyan! ¡Corran mientras puedan! –gritó el hombre oscuro, riendo entre la niebla negra.
Pyró nos hiso correr hacia el museo, arrastrándonos a toda velocidad. Tom todavía le miraba asombrado.
-Me salvaste –le espetó a los gritos y Pyró le miró con cansancio.
-Te dijimos que no estábamos con ellos –le recordó.
-¿Quién es ese? –le pregunté y Tom apretó los dientes, cerrando los puños.
-Se llama Marcus, es un hijo de la oscuridad –dijo, con la voz agitada por el ejercicio- quiso matarme años atrás –comentó y por su expresión supe que había más.
-Vamos, rápido –nos ordenó Pyró y tiró más de mi brazo. Yo apenas podía mantener el paso. Estaba demasiado agotada como para correr a toda velocidad, teniendo que ser ayudada por los chicos para seguirles de cerca. Estábamos pasando frente al London Eye cuando sentí un escalofrío recorriéndome la espalda y supe que algo andaba mal.
-¡Cuidado! –grité y me lancé sobre los dos, tirándolos al suelo. Lanzas pasaron rosando nuestras cabezas, tintineando sobre las baldosas.
-¡Atrápenla! –escuché el grito de Marcos- ¡maten a los otros! –gritó y la piel se me heló. Miré a los chicos, sabiendo que no podría permitir que eso sucediera. Manoteé una de las lanzas, agarrándola con toda la firmeza que fui capaz.
-Escapen –les ordené y Pyró entendió lo que quería hacer, poniéndose pálido. 
-¡Grey, no! –gritó, e intentó agarrarme, pero yo me escabullí, parándome.
-¡Corran! –les grité y salí corriendo, escuchándoles gritar mi nombre a mi espalda. Dos hombres se hicieron visibles entre las sombras, pero yo sacudí la lanza y golpeé al primero en la cara, lanzándolo al suelo.
-¡Allí está! –gritaron y pude escuchar los pasos saliendo a mi persecución.
Bien, ahora tenía su atención.
Me metí entre los árboles del parque, sintiéndoles pisándome los talones. En otro momento estaba segura que los hubiera dejado atrás con facilidad, pero ahora las piernas me temblaban a cada paso. No estaba segura de cuánto tiempo aguantaría corriendo, pero por ahora era mi única opción. Había mirado atrás de reojo y había llegado a contar cerca de siete u ocho hombres siguiendo mis pasos. 
Sentí que uno me alcanzaba, con sus dedos rasguñando mi ropa, pero usé un banquillo para impulsarme y me agarré de una rama de un árbol. Me colgué y, balanceándome, le golpeé de una patada. Este se derrumbó y yo seguí corriendo, con los demás todavía siguiéndome.
-¡No la dejen escapar! –gritaban y sentí el zumbido de la madera cortando el aire antes de que varias lanzas se clavaran en los árboles a mi alrededor. Evadí las armas como pude, cubriéndome con los brazos.
Una luz frágil y pequeña de una lámpara de calle iluminó el final del parque. Si llegaba afuera podría perderme entre la multitud o tal vez idear una forma de escape; siendo mi única salida. Aumenté el paso, pero sentí un escalofrío a mi derecha, entumeciendo mis músculos. Quise girar, pero no reaccioné con suficiente rapidez. Un cuerpo robusto y duro chocó contra mí, empujándome hacia el suelo y dejándome rodando sobre el pasto. Quise agarrar mi lanza, pero un hombre apareció entre la oscuridad, pateándola a un lado.
-¡Agárrenla antes de que vuelva a escapar! –gritó y manoteé una piedra, lanzándosela a la cabeza. El hombre aulló y aproveché el instante para levantarme y huir, pero los demás pronto me cortaron el paso, rodeándome.
-¿Vas a algún lado, hija del Rayo? –preguntaron burlones y retrocedí, recorriendo las posibilidades con desesperación. Estaba a punto de trepar a los árboles, cuando algo azul centelló en la niebla oscura, estrellándose en el suelo frente a mis pies. Una oleada de fuego azul se expulsó, lanzando al suelo a los hombres más cercanos, envueltos en llamas y aullidos.
Pyró y Tom aparecieron entre los árboles de un salto, ambos empuñando sus armas. Una corriente de agua se materializó entre los hombres de pie, empujándoles a un lado con el poder de un río. Pyró vino hacia mí dando zancadas, furioso.
-Eso es una de las cosas más estúpidas que he visto en mi vida –me espetó- ¿Cómo se supone que ibas a detenerlo sin ni siquiera poder correr? -me preguntó y yo quise replicar, pero Tom apareció entre nosotros.
-Dejen la pelea para después –ordenó, señalando a los hombres que comenzaban a ponerse de pie.
Quise invocar una lanza, siquiera la que se había perdido entre los arbustos, pero mi magia estaba agotada. El más mínimo esfuerzo me hacía sentir las piernas como gelatina.
Pyró sacó un cuchillo de treinta centímetros de la nada, entregándomelo.
-Mantente viva y sin hacer idioteces –me ordenó, antes de desaparecer en la pelea, seguido por Tom. Me hubiera gustado discutir, pero tres hombres se lanzaron a mi persecución, dejándome poco tiempo. Giré y eché a correr, con ellos siguiéndome.
Por el rabillo del ojo vi a Tom y a Pyró luchando, encargándose de cuatro hombres trabajando en equipo. Incluso Tom se las apañaba bastante bien, lanzando a uno de un puñetazo al suelo.
-¡No vas a poder escapar, hija del Rayo! –escuché a mi espalda, a cortos pasos de mi. Mis instintos cobraron vida, deteniéndome y haciéndome girar con el brazo extendido. El hombre no pudo aminorar la marcha, terminando estrellándose mi brazo en el pecho. Quedó tendido en el suelo y aproveché para golpearle de una patada, desmayándole.
Los otros dos llegaron a mí, con sus espadas levantadas. Evadí el primer tajo haciéndome para atrás, en pánico. No sabía cómo iba a luchar contra una espada de un metro de longitud solo armada con un cuchillo. Probablemente me matarían en la primera oportunidad.
El primero hiso una estocada y mis instintos aparecieron nuevamente, haciéndome a un lado a toda velocidad y haciéndome pasar mi brazo por sobre el suyo, estrellando el mango de mi arma en su nariz. El hombre se derrumbó, pero el siguiente no parecía capaz de caer en un truco como ese, lanzando tajos precisos que estuvieron a punto de lastimarme en más de una ocasión.
Entonces sentí una voz susurrando en mi mente, dándome indicaciones.
Cuando el arma del enemigo es más larga, debes acercarte, convertir a su arma en su debilidad.
Me ericé, sin saber de donde provenía aquella voz, pero cuando vi que la espada de mi enemigo se acercaba supuse que no me lastimaría probar. Me las ingenié para rechazar su espada y me coloqué a poca distancia, lanzando cortes con mi arma. Funcionó, el hombre comenzó a retroceder, sin poder maniobrar bien la espada a tan poca distancia.
Usaba el cuchillo solo para detener los ataques que no podía evadir por mí misma, cuando noté la tensión de sus músculos, adivinando que haría una estocada. Mis instintos nuevamente reaccionaron, haciéndome un lado a medida que la espada pasaba junto a mí. Golpeé el mango de una patada, soltándola de sus dedos, y giré para asestarle una patada en el pecho. El hombre cayó hacia atrás, golpeándose la cabeza con el borde de un banco. Sus ojos se pusieron blancos y quedó desmayado.
Me volví hacia mis amigos, pero sentí unos brazos atrapándome y tirándome hacia atrás. Antes de que pudiera reaccionar, la fuerza se incrementó y terminé estrellada contra el tronco de un árbol, dejándome sin aire y cayendo de rodillas sobre la tierra, mareada.
Marcus me sonreía, malicioso.
-¿No te habías olvidado de mi, verdad? –preguntó y sus ojos negros brillaron, extendiendo un escalofrío por mi piel. Todavía débil, me lancé a un lado para coger una espada del suelo. Era demasiado pesada y larga para mí, pero aun así la empuñé en alto para la sonrisa burlona de mi atacante.
-¿Vas a pelear contra mí, Alma? –me preguntó, fingiendo sorpresa- pero si estás tan cansada y agotada… apenas tienes fuerzas para sostener esa espada, ¿no es cierto?
Mis músculos empezaron a temblar, con sus fuerzas mermando a medida que sus palabras continuaban.
-Aun así voy a derrotarte –mascullé y él hombre río.
-Lo dudo –dijo y se detuvo frente a mi, haciendo que las sombras se centraran sobre su figura- soy el hijo de la oscuridad, dominó todos los territorios a donde la luz no llega, la noche, los pensamientos de la gente, sus miedos más profundos… -enumeró y me miró- ¿crees que no sé los tuyos? –dijo y un frío helado me recorrió de pies a cabeza- ¿Cómo piensas siquiera que puedes enfrentarme?
Mis fuerzas parecieron agotarse, haciéndome trastabillar y bajar mi espada con la respiración agitada. Él tenía razón. Solo era una chica de dieciséis años, sin entrenamiento y sin control de sus propios poderes, con la inocente noción de que lograría salvar a mi padre. ¿Qué tenía para dar? Solo unas frases dolientes antes del final.
El hombre sonrió, dibujando una sombra tenebrosa bajo sus labios. Sus ojos brillaban, llenándome de rabia. El contaba con esto. Sabía que sus poderes volverían mis miedos en mi contra, debilitándome. Tal vez el supiera mis miedos y mis pensamientos, pero claramente no sabía lo incoherentemente testaruda que era. Jamás le daría la satisfacción de derrotarme tan fácil.
-Pienso que mi espada puede servir –le espeté y avancé, lanzando un tajo a su cabeza, que evadió con facilidad.
Tal vez había sido temeraria y casi valiente al atacarlo, pero también tonta. No lo admitiría frente a los demás, pero atacar a un entrenado enemigo, con apenas las fuerzas suficientes para mover la espada, no había sido una de mis ideas más brillantes. Pronto me encontré en peligro, apenas pudiendo detener sus ataques con los brazos temblando.
El hombre aprovechó la situación y me asestó una patada, que me dejó dando tumbos por sobre el suelo. La espada se deslizó de mis dedos, terminando a metros de mí. Mis piernas apenas podían responderme, demasiado cansadas como para soportar mi peso. Mis brazos estaban magullados y podía sentir el sabor oxidado de la sangre en mi paladar, asqueándome. Marcus sonrió, acercándose.
-¿Esta es la pelea que me das? –preguntó burlón, cuando una espada atravesó el aire, directa a su cara. Si no hubiera tenido reflejos rápidos, le hubiera partido por la mitad. Pyró y Tom aparecieron frente a mí, con Tom corriendo a ayudarme mientras Pyró se lanzaba contra Marcus.
-Vamos Alma –murmuró el chico, haciendo fuerza para levantarme, pero mi mente estaba eclipsada en la pelea.
Pyró era increíble, lanzando estocada tras estocada y parando los ataques con precisión envidiable. Marcus parecía esforzarse al máximo con él, habiendo suplantado su sonrisita de superioridad por una mueca nerviosa.
A medida que Pyro ganaba terreno, se veía más desesperado y furioso; sus ojos fijos en él como si buscaran secretos. Y justo al instante en que el hijo del Agua le atacó, sus  ojos negros brillaron, tal como un animal que nota la debilidad de una presa. Y, al ver como sus ojos corrían hacia la espalda de Pyro, supo que había encontrado la suya.
Rápidamente, desvió la espada de mi amigo y lanzó un tajo horizontal a la altura del estomago que me cortó la respiración. Había sido tan rápido que incluso temí mirar, pero el metal chocó contra una hoja, deteniéndose para sorpresa de todos. Más rápido que el pensamiento, Pyró había detenido el ataque, haciendo su espada hacia atrás. Tiró hacia adelante, encajando su hoja en el arma enemiga, y la desvió hacia delante, lanzando un tajo que hiso un corte sangrante en la mejilla de Marcus. Este chilló furioso, rechazándole de un empujón y centrando sus ojos en el objetivo más indefenso, o sea, nosotros.
Se dirigió contra nosotros rápidamente, esfumándose como una mancha oscura y haciéndome creer perdidos, cuando Tom alzó su mano, gritando un: “¡No!” que hiso eco por todo el bosque. Los vientos se agitaron furiosos, silbando a nuestro alrededor hasta liberarse en una oleada que levantó a Marcus de suelo, lanzándole volando hacia atrás hasta estrellarle contra un árbol.
Tom tenía la respiración agitada, con su pecho subiendo y bajando con rapidez, pero su expresión era furiosa y decidida. Él lo había hecho, dejándome muda de la impresión.
Marcus se levantó con dificultad, alzando su espada, pero al ver a mis amigos adelantarse, su mirada se cargó de odio, desprendiendo toda su rabia. 
-Esto no ha terminado –masculló y una bola de energía negra creció en su mano, atravesando el espacio hacia nosotros.
-¡Cuidado! –grité, tirando a Tom al suelo. El hechizo pasó por sobre nosotros, estrellándose a solo unos metros. El césped bajo él al instante se secó y corroyéndose incluso la tierra, como si fuera acido. Me giré, pero Marcus había desaparecido, fundiéndose entre las sombras.
El domo de magia negra que había rodeado todos los alrededores se disolvió como humo negro, difuminándose en el aire con rapidez y dejando que la leve luz de la luna resplandeciera en el cielo. Las luces volvieron a brillar, parpadeando e iluminando el museo y al London Eye, haciendo que las sombras retrocedieran y volvieran a la normalidad. Rápidamente pude distinguir a algunas personas escondidas, ahora huyendo despavoridas.
-¿Están bien? –preguntó Pyró acercándose, y asentí, con la mirada fija en los alrededores.
-Debemos salir de acá –señalé, casi sin aliento, al notar que algunas personas hacían uso de sus celulares, desencajados por el horror.
Tom nos miró ceñudo, sacudiéndose la tierra de la ropa.
 -Debemos hablar.



[1] ¿Perdona?
[2] ¿Eres Tom?
[3] ¿Quién eres?
[4] “No quiero lastimarte”
[5] Traducción: “Tranquilo, no queremos lastimarte”.

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