Cuando el Rayo Cae - Capitulo 18



 Capitulo 18



Para cuando la luz había acabado, la tormenta menguó, dando sus últimos rugidos gastados antes de disolverse en niebla. John se irguió desde el suelo, observando el espectáculo de plena destrucción que Leian había dejado a su alrededor. No solo había sido la casa la única volada en pedazos, sino también los autos que parecían haberse quedado guardando los perímetros.
Leian estaba en el centro, su cuerpo volviendo a la normalidad mientras observaba los destrozos que había producido con expresión tensa, como si no supiera como sentirse al respecto.
John hubiera hablado con ella, pero otra cosa llamó a su mente. Allá donde el hombre había dado su nota final, había dos cuerpos tirados y hechos ovillos en el suelo, acelerándole el corazón al reconocerlos.
-¡Lara! -llamó, arrastrándose por el suelo y dando saltos inútiles para llegar junto a su hermana, levantando a la inconsciente chica entre los brazos- ¡Lara! -gritó, pero la chica no respondió, su cabeza sacudiendo como si estuviera viviendo una pesadilla en sueños- ¡Gabriel! -llamó a su amigo, sacudiéndolo, pero él estaba peor que ella, su piel tan blanca como un muerto- ¿Qué demonios…?
-Es la magia de Grocher -declaró la voz de Leian a sus espaldas y pronto se le acercó- están en un estado casi catatónico, atrapados dentro de sus propios fantasmas… -señaló y John sintió que se le cerraba la garganta.
-¿Qué hacemos? ¡No podemos dejarlos así! -replicó y la chica apretó los labios.
-Tal vez pueda alejar sus pesadillas -dijo- es una magia restrictamente de la luz, pero tal vez funcione por ahora -apuntó y John asintió, dándole permiso y la chica extendió su mano sobre la frente de Lara, cerrando los ojos y agachando su mirada. Pronto su palma comenzó a brillar en luces blancas, casi danzando entre los haces, cuando se escuchó un chispazo. Lara se arqueó, abriendo los ojos de par en par enloquecida.
-¡¿Qué?! ¡¿Qué mierda…?! -iba preguntando, con su hermano intentando controlarla, cuando sus ojos se desenfocaron del todo, cayendo desvanecida contra el pecho de John.
-¡Lara! -gritó él- ¿Qué paso? -preguntó a Leian.
-Funcionó. La magia dejo de actuar en ella. Solo necesita descansar -dijo y sonrió casi agotada, acercándose para hacer lo mismo con Gabriel.
-¿Segura que están bien? -preguntó, mirando a su hermana con temor y Leian asintió, sus ojos brillando en luz. Gabriel se despertó tan súbitamente como Lara, mascullando algo sobre cuervos y un par de insultos antes de desmayarse.
-Sí, -dijo- he visto estos efectos, -comentó y suspiró- van a estar algo traumatizados y silenciosos al principio, pero mejoraran -prometió, pero su voz no le hizo sentir seguro en lo absoluto. Ya podía imaginarse a ambos en algún psiquiátrico, atados con camisas de fuerza.
-¿Qué paso con ellos? -preguntó.
-El dolor los consumió. Su pasado era demasiado triste para enfrentarlo. Eso debe haber sucedido también con las personas de afuera, solo que ellos estuvieron demasiado tiempo bajo el ala de Grechor -dijo y John hizo una mueca, soportando las nauseas. No podía creer lo cerca que su hermana y mejor amigo habían estado de morir. Le enfermaba por completo pensarlo.
-Ven, vamos a cargarlos -dijo- tenemos que irnos de aquí -dijo y entonces John la vio realmente. Aunque su voz era normal e incluso sus reacciones eran igual que siempre, algo iba mal. John podía sentirlo, en especial al verla ocultar su mirada.
Claro que presionarla sobre eso ahora no creía que fuera inteligente en lo absoluto.
-Claro -dijo y agarró a su hermana mientras Leian alzaba a Gabriel entre brazos, avanzando hacia el porche destruido. Afuera todo era un desastre. Parecía como si la madre naturaleza hubiera liberado su ira con todo el lugar: autos volados por los aires, los restos de la casa desparramados por al menos doscientos metros a la redonda, enormes cráteres y fracturas presentes en todo el terreno… era pura destrucción con todas las letras. John no podía creer que su auto era lo único a salvo. Claro, seguía enterrado en el lodo, pero al menos estaba entero.
-¿Crees que podamos sacarlo de la zanja? -le preguntó a Leian, viéndola morderse el labio en el esfuerzo por no volverse.
-Yo me encargo de eso, -dijo, adelantándose para dejar a Gabriel en la parte de atrás. Mientras John ponía a Lara junto a él, ella se acercó hacia la parte del frente agarrando el marco del parabrisas y apoyando su otra mano sobre el capo.
-Córrete -le ordenó y el chico así lo hizo, para ver como Leian comenzaba a avanzar, sus brazos tensándose mientras el auto empezaba a retroceder. Cuando pareció haberlo sacado del lado complicado, simplemente le dio un empujón y el Camaro rodó atrás tranquilamente, escapando de aquella trampa de barro mortal como si nada.
John miró a Leian realmente admirado.
-Eso es genial -comentó.
-Fuerza de los espíritus -dijo ella, encogiéndose de hombros. Aun así, su expresión no cambió en lo absoluto. John la pasaba mal intentando buscar algo con lo que animarla- ven, el pueblo sigue estando cerca. Salgamos de aquí antes de que algo pase -apuntó y el chico la miró un tanto escéptico.
-¿Qué más podría pasar? -preguntó, solo para escuchar el sonido de sirenas acercándose a la lejanía, luces rojas y azules brillando en la noche alejada- tenía que hablar… -murmuró.
-Te lo dije -apuntó ella y le hizo una seña para que entrara al auto, cosa que ambos hicieron rápidamente, poniéndose los cinturones y apretando el acelerador mientras el sonido de las sirenas avanzaba cada vez más cerca. El auto patinó sobre la tierra húmeda, pero pronto saltó sobre la carretera destruida, avanzando solo con el rugido del motor hacia una próxima parada.

John vigilaba a Lara y Gabriel desde una silla. O al menos pretendía hacerlo, pero su cabeza volaba lejos, hacia el balcón donde Leian se había recluido.
Después de un viaje rápido de media hora, llegaron al pueblo que los policías les habían señalado antes. La sorpresa de la gente fue total. Realmente parecían haber dejado de tener visitantes desde hacía largo tiempo, lo que solo trajo a John las nauseabundas imágenes de los autos desparramados en total destrucción por los campos; lo que no lo animaba en nada mientras cuidaba a su hermana y amigo.
Cuando habían logrado sacarse de encima a la multitud llena de preguntas y dudas, John había preguntado por un motel, los que los guío al único hotel que había en la ciudad. En realidad no estaba mal. Era un edificio largo de dos pisos que, según la placa de afuera, había sido alguna vez un pabellón medico que había sido restaurado para recibir a los constantes turistas de la ciudad. John no podía estar seguro de la parte de “constante”. Eran los únicos inquilinos del hotel. El recepcionista casi lloró al escucharles decir que querían una habitación. Aparentemente los rumores sobre la ruta habían alejado a cualquier turista después de que cada interesado se había sumado a la lista de desaparecidos. Los chicos aparecieron en su puerta como un faro de esperanza, haciendo que se volcaran en atenciones hacia ellos para complacerlos lo mejor posible.
John se hubiera quejado del trato especial, pero después de aquella noche le servía una buena cena y la posibilidad de relajarse por más de quince minutos.
Aun así, aunque tenía el televisor y una pila de películas ofrecidas por el recepcionista y comida como para engordar veinte kilos, John no llegaba a relajarse del todo.
Para empezar, su hermana y Gabriel estaban aun inconscientes. Había hablado con Leian sobre ello cuando apenas se habían asentado.
-¿Cuánto tiempo crees que estarán así? -inquirió, señalándoles y ella hizo una mueca, componiendo una mirada pensativa.
-No podría decírtelo con seguridad… -murmuró, sentándose junto a ellos para observarlos más de cerca- como dije antes, los miedos y esas cosas no son realmente mi fuerte.
-¿Cómo es eso? -preguntó John, intrigado.
-Las emociones se conectan con los elementos según el parecido que tengan con ellos -explicó- por eso el espíritu de la Oscuridad puede controlar el miedo o el odio, ya que son los sentimientos que se conectan con ella. O al menos lo son ahora… -murmuró, casi pensando para ella misma.
-¿No lo fueron siempre? -preguntó y su mirada se volvió más profunda al mirarlo.
-No desde ustedes, mortales -apuntó y miró hacia los chicos con la mirada perdida- todos cambiamos desde que existen.
-¿A que te refieres? -preguntó John, ahora incomodo por esa contestación.
-Los humanos cambiaron nuestros elementos al usarlos como propios -apuntó- la oscuridad se volvió mala, la luz santa… cosas así.
-¿Y vos como cambiaste? -pregunté.
-Me volví más violenta y feroz. Más batalladora -declaró- por suerte para todos, no hubo cambios en cuanto al género -comentó y John sonrió.
-La verdad, no veía a una chica como el espíritu del Rayo hasta que te conocí -dijo y ella le dedicó una sonrisa malvada.
-No hay nada más destructor que la ira de una mujer, John Grey, -apuntó y sonrió- ya era hora de que lo supieras -dijo y el chico río. El espíritu se giro hacia los desmayados y suspiró- aun así, desearía que mi hermana estuviera aquí. Ella arreglaría esto en un periquete…
-¿Periquete? -repitió él con sorna- te quedaste un par de siglos atrasada, Leian… -comentó burlón y ella puso los ojos en blanco.
-Como sea. Este lenguaje avanza más rápido que la civilización -comentó y al ver a John reír, sonrió, solo para volverse tensa al momento siguiente- eh… mejor que vaya afuera a… asegurarme de que no vienen enemigos… -dijo y apurándose, salió hacia afuera, cerrándose en el balcón.
Después de eso, John no pudo convencerla de salir. Incluso cuando llegó la comida, ella prefirió sacarle su paquete y comer en el balcón diciendo que así podía aun estar vigilando. John hubiera insistido o tal vez se hubiera ofrecido a acompañarla, pero podía sentir que no necesitaba su compañía. O mejor dicho, que no la quería por alguna razón.
Pero, lamentablemente, tampoco podía dejarla estar. Él quería saber que había hecho mal… esta vez.
Y al mismo tiempo estaba aterrado de eso. ¿Podía algo asustarte y al mismo tiempo hacerte desearlo? John encontraba a la respuesta torturadora.
Finalmente, después de largos minutos juntando las fuerzas para enfrentarla, se levantó, yendo hacia el balcón. Leian estaba sentada sobre el borde del balcón, su espalda descansando contra la pared mientras sus piernas se acostaban sobre la baranda; observando hacia el horizonte sin realmente ver, sus ojos perdidos en un mar de pensamientos. Su cabello había sido atrapado por el viento, flotando suelto a cada soplido como John rara vez lo había visto. Su perfil había dejado de ser estoico, ahora presa de cada mínima emoción que John había aprendido a ver en esos cuatro días. Así, vestida ligeramente y sin armas encima, incluso parecía humana.
Alcanzable, se sorprendió de pensar John.
-Hola… -saludo y ella se sobresaltó, haciendo que el chico avanzara un paso rápido por si tenía que agarrarla.
-Mierda, John… -comentó- me asustaste… -acusó y pronto enrojeció, viendo la escéptica mirada del chico.
-¿Yo te asuste? ¿Cómo pasó eso? -preguntó con una sonrisa.
-Creo que hoy probamos que incluso los espíritus se asustan ¿no? -preguntó, intentando sonar cómica, pero su sonrisa no llegaba a sus ojos, haciendo que John hiciera una mueca- como sea, gracias por venir. Se hace tarde y no me hubiera dado cuenta de…
-¿Sabes que lo que decía hoy era en serio verdad? -preguntó John, interrumpiéndola, y ella se tensó, observándole con cuidado.
-¿Qué cosa?
-Que estaba bien tener miedo. Que estaba bien admitir el dolor -contestó el chico y ella hizo una mueca, sus manos temblando mientras ella bajaba la mirada.
-Sí, lo sé…
-No parece que lo sepas -comentó y ella levantó la mirada, ahora un ardor más violento encendiéndose en aquellas ventanas tormentosas.
-¿Pasa algo, John? -preguntó- parece como si quisieras decirme algo…
-Vos sos quien debería contestar esa pregunta -replicó el chico- ¿pasa algo, Leian? -inquirió y el espíritu casi pareció encogerse frente a sus palabras.
-¿Por qué pasaría algo?
-No lo sé, me has estado evitando desde que dejamos -apuntó y ella se envaró, bajándose de la baranda.
-No sé de lo que estás hablando, John. Ahora si me disculpas… -iba diciendo, comenzando a caminar hacia la salida, pero el chico se levantó en un rápido movimiento, cortándole el paso.
-¿Vas a escapar de esto. Leian? -preguntó- creo que ya vimos suficiente de lo que escapar de estas cosas produce.
-¿Me estás llamando cobarde, John Grey? -preguntó, sus ojos centellando como cuchillas, pero el chico no se amedrentó. Sabía que si quería respuestas, ese era el camino para conseguirlas.
-Tal vez, -apuntó el chico- evitándome no me estás demostrando valentía, ¿no lo crees? -dijo y ella gruñó, volviéndose y yendo hacia la baranda, sus manos apretándose tan fuertemente que la roca comenzaba a romperse.
-No estoy… -empezó a decir, pero se interrumpió, suspirando como si supiera que mentir no serviría de nada- no quiero hablar de esto, John.
-Pero yo sí -dijo John, dando un paso más cerca de ella- ya pasé demasiados días comiendo tus cambios de humor. Tenemos que solucionar tu bipolaridad o no lo soportare más tiempo…
-¿Bipolaridad? -repitió ella, como si no entendiera la pregunta y él resopló.
-Un día me soportas, a la hora siguiente me odias como si hubiera pateado un perrito. Es insoportable -remarcó el chico- ¿acaso hice algo está vez, Leian? Decime y podemos solucionarlo…
-No hiciste nada, John, ¿podemos terminar con el tema? -pidió, casi rogando.
-No, -dijo el chico terminante- no hasta que me digas la verdad…
-¿La verdad de que? -preguntó ella.
-¡De todo! -estalló él- cada vez que estoy con vos siento que aprendo un secreto diferente y que me estás ocultando otros miles. Entonces, ¿Cuál es la verdad entre nosotros?
-No quiero hablar de esto, John -repitió forzadamente y el chico recibió una oleada de viento, el ozono vibrando en el aire como en una tormenta eléctrica. Eso en otro momento hubiera sido una clara advertencia para que dejara el tema, pero ahora le era imposible hacerlo. Todas las cosas que se había guardado durante días enteros estaban borbotando fuera de su boca completamente fuera de control.
-Lamentablemente, no tenes opción -dijo el chico y la mandíbula de ella se tenso, con John escuchando el crujido de los ladrillos partiéndose mientras las manos del espíritu se cerraban cada vez más.
-John, en serio… -gruñó, con algunos destellos disparándose de su piel, pero el chico los ignoró, exasperado.
-¡Vamos, Leian! ¡¿A que le tenes tanto miedo?!
-¡A vos, ¿está bien! ¡A vos! -gritó, completamente fuera de sí y rugió, toda una carga de energía eléctrica disparándose por todo su cuerpo tal como los rayos cobraban vida en las nubes. John alzó las manos instintivamente, pero Leian giró sobre sí misma, gritando y disparando la enorme corriente contra el suelo de abajo, volándolo en pedazos. El estallido envolvió el edificio, con John escuchando a la gente gritando y saltando de sus camas en toda la cuadra; pero no podría importarle menos. Su mente había quedado atrapada en las palabras de ella, su corazón acelerado tan brutalmente que apenas le dejaba respirar. Todas sus emociones se anudaban, sumiéndole en plena confusión.
-¿Qué? -preguntó el chico. Leian se había quedado observando el desastre que había provocado, su respiración agitada como si quisiera obligarse a calmarse; pero al escucharle, suspiró, volviendo a sostenerse de la baranda- ¿Por qué tenes miedo de mí?
-No es solo de vos -apuntó ella, sacudiendo la cabeza y resoplando- es de todo este maldito planeta. De tu hermana y Gabriel, de cada relación que pueda surgir, ¿entiendes? -preguntó y lo miró- y vos viste lo que sucede cuando un espíritu se involucra con humanos…
-¿Hablas de los fantasmas? -preguntó John y la chica se tensó, todo su rostro crispándose al recordarlo- Leian eso no era tu culpa…
-Lo es, John, -refutó ella- es culpa de todos nosotros. Somos la mayor maldición de la humanidad…
-Es mentira. Ustedes nos crearon… -dijo el chico, pero ella negó con la cabeza.
-Nosotros los condenamos -le corrigió- debimos dejarlos ser al momento en que nacieron, pero nos maravillamos con lo que podían significar. Les dimos nuestra fuerza, nuestros poderes, todo para que avanzaran, pero fue un error. Les dimos nuestros propios errores y nos consumimos en nosotros mismos. Ahora nuestros propios hermanos planean nuestra destrucción. La humanidad camina hacia la aniquilación y todo fue nuestra culpa…
-Eso no es cierto. Querían darnos una oportunidad -dijo John- eso no puede ser malo. Nosotros fuimos quien lo arruinamos…
-No podemos negar nuestra parte en eso… -dijo ella, su mirada llena de lamento.
-Leian, escúchame… -pidió él, agarrándole del hombro- nada de eso es culpa tuya. Nadie hubiera esperado que sucedieran…
-¿Sabes lo que es ver a tus hijos morir, John Grey? -preguntó ella, sus ojos clavados en el suelo- ver a cada uno de ellos perecer, sin poder hacer nada para evitarlo, sin siquiera haber podido pasar un día con ellos… ¿conoces ese dolor? -preguntó, alzando la vista para mantener sus ojos grises fijos en sus ojos cafés- ninguno de mis hijos vivió más allá de los veinte años. Sus padres no vivieron más que eso tampoco. Los sentencié a esta guerra eterna, aquí donde solo fueron vistos como armas para pelear por un futuro que no existirá jamás. ¿Qué me hace eso, John Grey? -preguntó- habiendo causado la muerte de tantos que amaba… ¿en que me convierte? -inquirió casi sin aliento y John sintió un nudo en su garganta, absorbiendo cada pieza de su dolor.
-No te convierte en nada. Creías que los ayudarías… -dijo y ella sacudió la cabeza.
-Todos sus fantasmas pesan en mis hombros, John. Los ruegos que no pude responder, la ayuda que no pude prestar… ¿alguna vez te has sentido tan impotente?
-Sí -contestó él, haciendo que ella lo mirara sorprendida, evidentemente no esperándose esa respuesta. Ni siquiera John creía que la había contestado- hace meses atrás, cuando vi a Johanna Reyes morir -y al ver su expresión, el chico sonrió levemente- creo que sabes a quien me refiero ¿verdad? -preguntó y ella se sonrojó, pero asintió levemente.
-Lara me contó después de que casi hubieras matado a golpes a Derek. Aun así, ella no me contó demasiado -apuntó y John asintió, entendiendo.
-Johanna era la mejor persona que conocí -admitió y sonrió casi con nostalgia al recordarla sonriendo o riendo- significo mucho para mí, más de lo que cualquier persona hubiera intentado antes... -dijo y suspiró- hice todo lo que pude para protegerla, para mantenerla a salvo, pero aun así no fue suficiente al final…
-¿Murió en batalla? -preguntó ella y el chico asintió.
-En una misión -dijo- era solo una rutina de espionaje. No se supondría que iba a salir tan mal, pero fue todo una trampa. No lo vi venir. Los legados de fuego atacaron con todo, separándonos y volando varias cuadras en pedazos. Johanna quería retenerlos y yo… -su voz se cortó. Jamás había hablado de eso con nadie. En seis meses había guardado esa noche en lo más profundo de su ser, no pudiendo tolerar el contarle algo su propia tortura personal, pero ahora no podía contenerse- yo tendría que haberla detenido, pero no pude. Dejé que se sacrificara por nosotros, por mi estúpido error, y nunca pude perdonarme por eso…
-Lo siento -dijo ella, haciendo una mueca de tristeza- no sabía esa parte.
-Nunca lo había comentado. Yo soy quien estaba enterado de todo. Lara se enteró por los otros chicos que regresaron conmigo.
-¿Y porque lo comentas conmigo? -preguntó ella, entre recelosa y sorprendida.
-Porque entiendo en algo lo que te pasa -dijo él,- mira, no te voy a decir que yo ya estoy libre culpa o algo así, porque no es así. Pero atarte a eso no es sano. Pasan cosas como las que pasaron con Derek o peor… -suspiró- no quiero darte consejos. Sé que viviste miles de años y todo, pero realmente creo que ya es el momento de vivir, de dejar de torturarte, porque lo único que haces es quedarte atrapada en la tristeza -dijo y al ver que una pequeña sonrisa se dibujaba en los labios del espíritu, se sorprendió- ¿Qué? -preguntó y ella sacudió la cabeza.
-Eso es lo que más admiro y envidio de los mortales, su capacidad para la esperanza. No importa cuán mal van las cosas, encuentran una extraña fuerza que les hace creer que algo mejor saldrá de todo. creen tanto en sus emociones, le dan tanto poder a cada uno de ellos que realmente pueden cambiar al mundo con ellos. Es realmente admirable.
-Lo haces sonar más lindo de lo que es -apuntó y ella sonrió sacudiendo la cabeza.
-No -aseguró- en todos mi existencia jamás encontré a otros seres con más… alma que los humanos. Ninguno.
-No estoy tan seguro de cuan bueno es eso -comentó el chico y ella sonrió de nuevo.
-Lo es -dijo- nosotros hemos vivido por tanto tiempo que olvidamos el poder de lo que sentimos. De las cosas que se pueden hacer cuando… nos dejamos sentir -dijo, su voz flaqueando, y haciendo que John hiciera una de las cosas que jamás se hubiera animado a hacer en otro momento. Se acercó aun más, tomando el rostro de Leian con sus manos como si se tratara de la más delicada porcelana.
-Recuerda lo que te dije, está bien… -susurró, mientras los ojos grises del espíritu pasaban por cada parte de su rostro- sentir es inevitable, incluso para un inmortal -dijo y algo cristalino brillo en el ojo de Leian, un pequeño diamante formándose en la línea de su parpado hasta caer por su mejilla, resbalando sobre los dedos de John hasta que el la limpió con delicadeza. Pronto ella agachó la cabeza, cortando el espacio entre ellos y hundiéndose contra su pecho, sus brazos rodeándole con fuerza hasta que ambos estuvieron abrazados, meciéndose en un ritmo lento que arrancaba todos los problemas, que alejaba todas las tristezas. John, por primera vez en meses, sintió el aliento de la vida, esa energía vibrante y única que mantenía a los mortales despiertos incluso en la más densa oscuridad; y que liberó todas las emociones que él había intentando mantener ocultas desde que el espíritu del rayo había entrado a su vida. Esa sensación que solo el corazón parecía entender.
Parecieron quedarse así por horas, semanas, la mismísima eternidad, pero cuando se separaron, John aun lo sabía. Su mayor temor se había confirmado.
Una vez más, estaba enamorado, y una vez más, la perdería.
-¿John? -preguntó Leian, pero antes de que él pudiera decir o hacer algo, una exclamación de sobresaltó los trajo de nuevo a la realidad, volviéndose a la habitación para ver a Gabriel sentado en su cama, con una cara de evidente confusión y recelo.
-Por favor díganme que no acabo de despertar de un coma de tres años, -rogó- por favor, eso sería tan cliché… -comentó y John río, rehuyendo la mirada de Leian y entrando a la habitación.
-No, amigo, -dijo- ven, tenemos mucho que contarte… -dijo.
“Y mucho para no decirte” pensó en secreto.

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