Capitulo 3
Mis sueños fueron pesados y revoltosos, encontrándome sola
en un paramo inundado de fuego. Las llamas me rodearon por horas, torturándome
en su energía ardiente hasta que una risa resonó entre todas ellas,
encontrándome con dos ojos rojos y brillantes que me arrancaron de mi sueño con
dolor.
-¡Papá! –grité, sentándome sobre la cama con la
respiración agitada; apenas distinguiendo las formas que me rodeaban. Esperaba
que él llegara y me cuidara, pero solo tuve que apretar las manos en las
sabanas para saber que no estaba en mi casa.
Cientos de confusos recuerdos llegaron a mi mente, dándome
una jaqueca profunda. Observé el lugar, con una mano agarrando mi cabeza
doliente. Estaba en una cama cómoda, pero que obviamente no era la mía. La
habitación entera tenía el doble de tamaño de casi toda mi casa, con cientos de
otras camas apostadas una al lado de la otra. Algunos sillones y mesitas de luz
rellenaban los espacios entre estas.
Asustada y aturdida, quise ponerme de pie y salir
corriendo, pero mis piernas se doblaron con facilidad, sin fuerzas para
sostenerme, y caí al suelo.
Me palpé el cuerpo, confusa y noté mis músculos
entumecidos bajo mi ropa, con cientos de vendas cubriéndome los brazos, las
piernas y el pecho. Con horror noté, que tampoco tenía puesta mi ropa, sino un
extraño uniforme: una remera verde, con unos pantalones como los míos, solo que
sanos. Ni siquiera los guantes en mis manos eran los míos, siendo unos negros
de gamuza que combinaban con mi atuendo. Asustada, me llevé la mano al cuello,
notando algo frío y metálico entre mis dedos. Bajé la mirada y me encontré con
una cadena, con un dije de un rayo.
Los recuerdos me arrollaron con tanta fuerza que dejé de
respirar. El hombre de la gabardina y mi padre vinieron a mi mente, con las
llamas destruyendo toda nuestra casa. Sentí que sucumbía, teniendo que apretar
mi mano en las baldosas para no caerme.
“Papá” pensé, con lagrimas en los ojos. El aire no llegaba
a mis pulmones, con todo mi cuerpo sucumbiendo en espasmos. Me agazapé junto a
la cama, apretando las manos en las sabanas, llorando. Sentía que alguien había
aplastado mi corazón con toneladas de metal frío, hundiéndole en las
profundidades hasta dejarme vacía. Mi padre se había ido, dejándome a la deriva
de un mar demasiado salvaje para intentar escapar.
-No hace falta que llores Alma -me dijo una voz y me
enderecé, sobresaltada.
En una esquina de la habitación estaba un hombre parado
que no había visto antes. Tenía el cabello negro y unos ojos verdes asombrosos,
casi como el color del pasto. Sonreía amablemente, pero de todas maneras no me
dio confianza.
-¿Quién eres y cómo sabes mi nombre? -le pregunté,
retrocediendo.
-Me llamo Will -dijo y se acercó a estrecharme la mano.
Dudé un instante, pero se la estreché. Al momento el tiró de mí, obligándome a
parar. Las piernas me temblaron, pero hice un esfuerzo para mantenerme parada- así
está mejor, el piso no está bien –comento, sonriendo, mientras me ayudaba a
apoyarme contra la cama.
-¿Qué le pasó a mi papá? ¿Dónde estoy? ¿Quién era el que
me atacó? ¿Por qué llamó a mi papá curandero? -comencé a preguntar
atolondradamente, pero él levantó las manos, pidiendo que me desacelerara.
-Tranquila –pidió- estás en mi escuela, Alma, en las
afueras de la ciudad -señaló el hombre- según Lon, tu padre fue secuestrado por
el hombre que los atacó…
-¡¿Secuestrado?! -casi grité. Él miedo por lo que le podía
pasar y el alivio de que estuviera vivo, me recorrieron el cuerpo, chocando
entre ellas y extendiendo la confusión entre mis venas. Necesitaba saber más,
sin poder quedarme con los brazos cruzados.
-¿Por qué? ¿Quiere que paguemos rescate o algo asi?
Will se río y tuve ganas de golpearlo. No podía creer que
pudiera reírse sabiendo que mi padre estaba secuestrado. Pareció notarlo,
porque puso sus manos sobre mis hombros, intentando tranquilizarme.
-Tengo muchas que explicarte, Alma -me señaló unos
silloncitos que había en el costado, invitándome a sentarme. Me tensé, nerviosa,
pero supuse que si no me había hecho daño mientras estaba inconsciente, no lo
haría ahora. Me senté en el sillón frente a él, con su mirada fija en mi- ¿tu
padre te ha hablado de tu madre?
Una corriente atravesó mi cuerpo, haciendo resurgir la
furia con facilidad.
-Solo que nos abandono porque tuvo que hacerlo –dije, sin
poder evitar sonar sarcástica. Aun así, él sonrió, como si escuchara cosas como
esas todos los días.
-Bueno todo esto tiene que ver con ella -dijo y me miró.
Supongo que esperaba que me muriera de curiosidad, pero solo había logrado
enfurecerme más. Si era culpa de mi madre todo lo que había pasado, menos era
lo que quería saber de ella- ¿sabes algo de mitología?
-Si -le contesté, confusa frente al cambio de tema.
-Bueno, no sé si recordaras que en muchas había espíritus
de los bosques, del mar, de los ríos…
-Como las ninfas en la mitología griega.
-Exacto -aceptó- bueno, los griegos habían entendido la
mitad del asunto pero tenían razón en un punto. Los espíritus existen.
Me quedé en silencio, esperando que dijera que era una
broma, pero no lo hiso. Will me miraba muy seriamente, seguro de lo que decía.
-Claro –dije, sin ni siquiera esforzarme por ocultar mi
sarcasmo- bueno, gracias por todo, pero si me puede decir quien tiene a mi papá
y como salgo de aquí, se lo agradecería.
Él sonrió de nuevo, lo cual ya comenzaba a enfurecerme.
-Existen espíritus de la naturaleza Alma, ellos fueron los
que crearon el mundo en el que vivimos ¿sabes de los elementos chinos? ¿El
agua, fuego, tierra, aire y madera? Bueno era solo un comienzo. Los grandes
espíritus no solo eran ellos, había otros que ayudaron a su creación. Allí
también existía la luz, la oscuridad, el cristal, el metal…
-Miré –lo interrumpí de mal modo- le agradezco que haya
querido ayudarme, pero ya escuché suficiente -dije y me levanté para irme. Solo
había hecho unos pasos cuando él dijo:
-También de allí surgió el rayo y la tormenta.
Eso me paró en seco, sintiendo algo oculto y poderoso
removiéndose dentro de mi ser, como despertándose de un largo sueño. Giré para
mirarlo y noté que sonreía, como supiera lo que me sucedía. De nuevo, me invitó
a sentarme.
-Cuénteme que tengo que ver yo en todo eso -le pedí,
sentándome.
-Bueno, cuando se creó al mundo, se inicio la vida, animal
y vegetal… nuevos espíritus nacieron de ello, surgiendo los espíritus de los
ríos por ejemplo y de los árboles. Pero también, por un descuido, se crearon
humanos. Al principio no eran gran cosa, pero pronto empezaron a crecer y a
tomar más espacio natural para ellos. Al tiempo comenzaron a aprovecharse
desmedidamente. Tanto así que los grandes espíritus tuvieron que discutir la
destrucción de toda la humanidad existente.
“Algunos estuvieron de acuerdo, como los espíritus del
fuego y la oscuridad, pero la mayoría se negó, al notar que no todos los
humanos eran condenables. Eso desencadenó peleas entre ellos, grandes batallas
que afectaron al mundo muchísimo, llevándole al borde de su destrucción. La
situación fue tal, que decidieron que lo mejor sería que ellos no se
involucraran en más batallas. Abandonaron la tierra y regresaron a su propio
mundo, desde donde todavía viven.
-¿Y que tengo que ver yo con eso? -pregunté impaciente e
inquieta, cambiándome de asiento. Él arqueó una ceja, curioso, pero sonrió de
nuevo, irritándome.
-Los espíritus del fuego y la oscuridad regresaron a crear
descendencia humana, comendándolos a destruir la humanidad. Viendo el peligro
que suponían estos hijos, los demás espíritus presionaron a sus descendientes a
enfrentarlos. Hasta los hijos de los espíritus de los árboles y de los animales
se les unieron, comenzando una pelea que se extendería por siglos. Estos
descendientes aun siguen peleando, enfrentándose como sus padres de antaño para
decidir el destino del mundo –me miró con cuidado- eso es lo que estás haciendo aquí.
-¿Qué quiere decir? –le pregunté.
-Vos sos una hija del espíritu de la tormenta y el rayo.
La idea era tan ridícula que no pude evitar reírme, pero él
me miro seriamente, declarando que no bromeaba en lo absoluto.
-Imposible -dije y me levanté de un salto, comenzando a
caminar de un lado al otro; demasiado inquieta como para quedarme quieta.
-Es cierto, Alma. Hasta tu mismo padre es hijo de un espíritu…
-confesó, haciéndome voltear sorprendida- hijo de un espíritu río, de los pocos
que quedan…
-Claro, seguro -le contesté con sarcasmo, abriendo y
cerrando las manos con nerviosismo.
-¿No recuerdas que el hombre que los ataco creaba fuego?
-me preguntó y me paré en seco de nuevo. Eso era imposible de negar. El
recuerdo de él explotando mi casa me había perseguido en mis pesadillas- ¿Por
qué usas guantes, Alma? -me preguntó y sentí cosquillas, mirando a mis manos
con temor. La gente siempre se había quejado de que daba corriente…
-¿Porque crees que te supiste defender bien en tu casa? –preguntó,
acercándose hasta estar a solo un paso.
-Es imposible -repetí.
-Nada es imposible –declaró- si me dejas, te lo mostrare…
-propuso, señalando la puerta de salida.
Le seguí en un pequeño recorrido a su escuela. Esta era
una gran mansión, de al menos cuatro pisos y con largos e interminables
pasillos. Muchos chicos caminaban por ellos, vestidos con uniformes como el mío
y cargando armas en las manos. Muchos entraban dentro de los salones, por donde
se podía ver grandes grupos reunidos. Espié por una rendija, observando como un
chico le lanzaba una bola de energía violeta a otro y a este comenzaba a
crecerle el pelo hasta los tobillos.
-Los descendientes del Ether, los mejores en la magia pura
–explicó Will, sin darle demasiada importancia a pesar de mi cara de sorpresa.
No sabía que era el Ether, pero estaba demasiado alucinada
como para importarme. En una cuenta rápida conté cerca de cincuenta chicos y
chicas. La mayoría se me alejaban un poco al pasar, susurrando y mirándome
nerviosos, como si fuera una bomba a punto de explotar.
-¿Por qué…? -iba diciendo, pero él me interrumpió.
-¿Por qué actúan así? -dijo y asentí- porque hace casi trescientos
años que no llega una descendiente del rayo.
¿Trescientos años? Sentí que atragantaba, preguntándome
que había sucedido con mi ancestro.
-No es normal que nazca un niño directo de un espíritu en
estos días –explicó Will- la mayoría de estos niños son legados, descendientes
desde hace siglos de una sola generación de hijos. Son poderosos, claro, pero vos
sos un caso aun más poderoso que los demás…
El nudo en mi garganta iba creciendo ¿yo, poderosa? Ni
siquiera podía matar una cucaracha sin sentir asco, mucho menos albergar un gran
poder.
-En cada generación solo un descendiente, bendecido por su
antepasado espíritu, puede usar el poder natural de forma completa... –siguió
explicando, pero lo interrumpí.
-¿Qué?
-Los espíritus son fuerzas elementales producidas mediante
magia. Por ello todos sus descendientes pueden manipularla, pudiendo manejar
sus elementos madres, pero no crearlos. Solo un chico o chica por generación
puede controlar el poder natural perteneciente a su antepasado en su totalidad.
Aquellos con dones, son los que lideran nuestras batallas.
-¿Quiénes son los otros contra los que peleamos?
La mirada de Will se oscureció.
-El mismo espíritu de la oscuridad y sus descendientes,
junto a los del fuego, han prevalecido –dijo- nosotros luchamos contra ellos,
defendiendo a la humanidad.
-Pero, ¿no habías dicho que los espíritus grandes estaban
en su lugar natal? ¿Por qué luchamos contra un espíritu? -pregunté y la mirada
de él se oscureció aun mas.
-Escapó.
Esperaba que me digiera algo más que un “escapó” tan vacío
de explicaciones, pero de pronto parecía callado y sin demasiado ánimos de
explicar.
Para distraerme, seguí mirando la escuela. Un grupo de
chicos paso a mi lado, cargando lanzas y arcos, llamando mi atención.
-¿Por qué las armas antiguas? -pregunte.
Él me miró sin entender, como si hubiera preguntado algo
obvio.
-Las armas antiguas fueron traídas a nuestro mundo por
parte de los espíritus, otorgándoselas a nuestros ancestros para su propia
protección. La magia en ellas perduró, siendo poderosas en combate y las únicas
efectivas para la lucha entre descendientes -explicó él.
-O sea que si me dispararan con una ametralladora no
serviría de nada… -murmuré.
-Si te atacaran con un arma de fuego, sería difícil que
alguna de las balas pudiera darte -dijo el- aun así, no sos invulnerable del
todo. Te dañaría tanto como un arma normal.
Genial, mas cosas a nuestro favor.
-Tengo una duda, -dije y lo miré- entiendo que debemos
pelear por defender a la humanidad, pero ¿Cómo tenemos oportunidad peleando con
un espíritu? ¿Nadie más nos ayudara? –pregunte y él me miró con tristeza.
-No hay opción, Alma. El destino de la humanidad recae
solo en nuestros hombros –murmuró y diciendo esa frase desalentadora se alejó,
a punto de dejarme sola en un lugar desconocido. Pareció pensar en ello, porque
a los metros se dio vuelta.
-Ah, tienes un cuidador, -declaró, confundiéndome- esperó
que te guste -dijo y chifló, haciendo que el sonido atravesara las paredes y
pasillos con rapidez.
Un pájaro entró volando por el techo. Veloz como un rayo, dio
una vuelta sobre nosotros y se posó en mi hombro. Sentí a mi corazón
acelerándose, reconociéndolo al instante a la alondra que colgaba de mi brazo.
-Hola, soy Lon -me dijo, mirándome con curiosidad- soy tu
protector.
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