Capitulo 21
Pyró nos hiso tomar
un ómnibus a las afueras de la ciudad de Londres. Había supuesto que iba a
proponer algún motel o aunque sea algún almacén abandonado que pudiéramos
ocupar, pero según él tenía todo cubierto.
Pyró tuvo que
sacudirme un par de veces para que no terminara dormida contra la ventanilla. A
pesar de que el café y la gaseosa habían recobrado mis energías, debía
mantenerme en movimiento o terminaría dormida. Viajar casi media hora sobre un
colectivo y sentada sobre un mullido asiento era demasiado para lo que podía
aguantar.
Tom estaba sentado
en el asiento de adelante, inquieto y sin despegar la mirada de la ventana.
Había llamado por celular a su tío para avisarle a donde iba y pedirle que no
se preocupara. Evitó decirle lo de la pelea. Según lo que me explicó, su tío lo
llevaría hasta Groenlandia si creía por un momento que estaba en peligro.
Lon nos seguía por
el aire, ya que no nos permitieron tenerlo con nosotros en el autobús. Él
tampoco parecía demasiado decepcionado por ello, demasiado deprimido para
querer compañía. Quería consolarle, pero no estaba segura de cómo y era difícil
comunicarse con él sin sufrir una avalancha de pensamientos demoledores.
Dejar a Londres
detrás me hiso sentir cierto pesar. A pesar de que nos habían atacado y que
había estado adormilada casi todo el día, la ciudad había sido un paseo
espectacular. Me prometí a mi misma de que algún dia volvería y la visitaría de
lado a lado, conociendo todos los lugares que me había perdido.
Me imaginé paseando
por las calles junto a mi padre, señalando sus maravillas, pero pronto alejé
esos pensamientos de mi mente. Eran demasiado peligrosos.
Pyró todavía lucía
nervioso, lo que llamaba mi atención. Incluso cuando estaba molesto, lograba
mantener una calma digna de un soldado, pero ahora movía sus dedos
compulsivamente y tamborileaba sus piernas, inquieto.
-¿Pasa algo? -le
pregunté, cuando no soporté más la intriga, y él se tensó.
-No, está todo bien
-contestó e intentó sonreír, pero los nervios lo hicieron parecer una mueca.
-Si vos lo decís
-murmuré e intenté no prestarle atención, pero solo logró ponerme más nerviosa,
con sus golpeteos sacándome de quicio- en serio ¿que pasa? -le exigí.
-Nada -dijo y, está
vez, casi sonó convincente. Casi. Sus ojos estaban cambiando de color tan
drásticamente que mareaba.
-¿Por qué estas tan
nervioso? -le pregunté intentando no perder la paciencia. Habíamos pasado un
buen día y realmente no quería arruinarlo con una pelea. Él pareció pensar en
eso también, porque suspiró.
-Es que… -empezó a
decir, pero su mirada se eclipsó en la ventana- ¡llegamos! –gritó,
sobresaltándome, y tiró de mi y de Tom para que lo siguiéramos.
Pyró nos condujo
por una calle de tierra, codeada de árboles altos y frondosos; con Tom y yo
siguiéndole con prudente distancia. A pesar de que lucía más emocionado, los
nervios no le habían abandonado, preocupándonos.
-¿Es siempre así?
-me preguntó por lo bajo Tom, señalando a Pyró, y negué con la cabeza.
-En general es
bastante cuerdo, -declaré- tal vez molesto, pero cuerdo al fin… -aseguré,
mirándole con preocupación.
-¿No estará
poseído? -preguntó Tom y lo golpeé en el brazo.
-¡¿Cómo se te
ocurre?! -le pregunté furiosa.
-¡Ey! ¡Nunca se
sabe! -se defendió, frotándose el brazo y mirándome enojado.
-¿Cómo va a estar
poseído? -le espeté y él me dio la espalda ofendido y enrojecido. Típico.
Lamentablemente, tampoco pude descartar su idea, por muy absurda que me
resultara. Pyró jamás se había comportado de esa manera desde que nos
conocíamos, y, que nos estuviera llevando por un paramo inhóspito, no hablaba
bien de ello.
Busqué a Lon por
los cielos, pero el pájaro no se dejó ver por ningún lado. Había aparecido
levemente antes, pero rápidamente se había vuelto a alzar en vuelo,
desapareciendo de mi vista. Me preocupó, pero decidí que lo mejor por ahora
sería dejarlo estar.
Una luminosidad
amarrilla brilló por encima de las copas de los árboles y captó mi atención,
estirando el cuello para ver mejor. Un tejado negro se veía apenas entre las
ramas y hojas, dejándome intrigada hasta que finalmente bordeamos el final,
observando el paisaje abierto. Una casa de dos pisos se alzaba en el claro, con
las paredes hechas con piedras grandes y de bordes blancos. La casa se extendía
por un frente de al menos veinte metros, con decenas de ventanas altas y largas
desprendiendo la fantasmagórica luz que habíamos percibido. Dos columnas
codeaban la entrada, sosteniendo un delicado balcón en el piso superior.
Al instante detuve
a Pyró.
-Pyró, vámonos, no
encontraremos ayuda aquí -le dije, pero él negó con la cabeza, soltándose.
-Sé lo que hago –me
aseguró.
-Te lo dije, se
está volviendo loco -murmuró Tom por lo bajo y le empuje, molesta.
-Yo no sé lo que
haces y eso es preocupante –repliqué a Pyró y tiré de su brazo, pero él se
soltó y se dirigió a la puerta. Antes de que pudiera detenerlo, ya había tocado
el timbre. La cámara de seguridad de la entrada lo apuntó. Era demasiado tarde.
-¿Sos tarado o te
haces? -le pregunté enojada, intentando alejarlo de la entrada- ¡Nos van a
sacar a patadas! -le dije y él sonrió, dejándome perpleja.
-No te preocupes
Grey, -dijo- toda va bien –dijo y le interrumpió el sonido de la puerta.
Una mujer, rubia y
de al menos cuarenta años, estaba parada en el umbral, mirando a Pyró en pleno estupor.
Para mi sorpresa, echó a correr y lo envolvió en sus brazos, apretándole con
fuerza.
-¡You came back![1] -exclamó la mujer, manteniéndole en sus brazos
como si temiera que se desvaneciera en humo.
Tom y yo nos
quedamos mirándoles, demasiado estupefactos para movernos o siquiera
reaccionar. Solo cuando Pyró volteó a mirarnos, pude sentir que mis facultades
mentales regresaban a mí.
-Grey, Tom, -nos
llamó- ella es mi mamá –anunció, sonriente entre los brazos de la mujer.
Que Pyró no hubiera
mencionado que tenía una casa enorme y preciosa era simplemente imperdonable. Y
que lo reconociera tan tranquilo era aun peor.
Tom reaccionó antes
que yo, soltando un silbido de admiración.
-Que bien amigo
–suspiró, mirando con ensoñación la casa.
-¿Madre? –pregunté,
todavía asombrada y Pyró asintió- ¿tuvimos está casa cerca todo el día y no lo
mencionaste? –le espeté, pero él hiso oído sordo a mis quejas, separándose de
su madre.
-Estos son mis
amigos, Alma y Tom –nos presentó, en perfecto inglés.
La señora pareció
mirarnos por primera vez, dedicándonos una sonrisa abochornada, pero al posar
su mirada en mí, sonrió jubilosa:
-Is she your girlfriend?[2]
-le preguntó con una sonrisa picara y los dos nos sonrojamos, negando con la
cabeza. Tal vez el inglés no era mi fuerte, pero sabía el significado de esa
pregunta.
-Es una amiga de la
escuela -le aseguró ambiguamente,
evitando mi mirada.
La señora sonrió de
todas maneras y nos dio un beso a cada uno.
-A pleasure to meet you -nos dijo y
señaló a la casa- ¡come in![3]
–nos instó, haciéndonos señas para que le siguiéramos.
La señora entró
entusiasmada a la casa, arrastrando a Pyró de la mano, con Tom y yo
siguiéndoles con timidez. A pesar de la amabilidad de la madre de Pyró, la casa
no dejaba de ser intimidante y el hecho de ser llamada su novia, solo empeoraba
las cosas.
Al instante que la
mujer puso pie en el vestíbulo empezó a gritar, tirando de nosotros para que
entráramos:
-¡Jane! ¡Jim!
¡Erik is back![4] -gritó
y se empezaron a escuchar pasos acelerados en el piso superior.
El vestíbulo era
impresionante. El piso, tanto como las paredes, eran de un lujoso blanco, con
algunas columnas de mármol en los costados. Una elegante escalera de madera
oscura ascendía en una curva, con una alfombra bordo revistiendo los escalones.
Pinturas colgaban de las paredes y una mesa redonda estaba colocada en el medio
del salón. Arriba un candelabro de cristal colgaba del techo alto.
Debó admitir, que
estaba alucinada y anonada, observando todo con los ojos abiertos de par en
par. Jamás había pisado una casa como aquella. De por sí, mi propia casa
entraba en el vestíbulo.
Una chica de unos
once años bajó corriendo la escalera, lanzándose arriba de Pyró y casi
tirándolo al suelo del abrazo que le dio. Un hombre adulto con el pelo castaño,
la siguió bajando rápidamente, corriendo a abrazarlo también.
Me sentí incomoda y
triste por el hermoso cuadro familiar. Ver aquella familia feliz
inevitablemente me hiso acordar a mi papá y lo mucho que faltaba por delante
para encontrarlo, deprimiéndome un poco. Hasta Tom parecía incomodo,
presintiendo tan bien como yo que sobrábamos en aquella escena.
Después de unos
minutos en los que la familia hablaba y se abrazaba con fuerza, notaron nuestra
incomoda presencia.
-Oh, lo siento,
-dijo el hombre en inglés, sobresaltándose, y nos sonrió, acomodándose la ropa
y el pelo. Se acercó y nos estrechó la mano- soy el padre de Erik, Jim.
-Alma -le dije y
Tom también se presentó.
Luego la hermana se
nos acercó, sonriendo alegremente.
-Soy Jane –se
presentó ella y me miró- Are you… ? –empezó
a decir, pero Pyró intervino, sacándome del apuro.
-Ella es mi amiga –declaró todavía en inglés, lanzándole
una mirada firme a su hermana- ella es de Argentina –les explicó y los tres
asintieron.
-¿Asi que hablas
español? -me preguntó la madre inquisitivamente, en perfecto castellano.
-Sí, -admití,
aliviada porque supieran mi idioma. No habría querido tener que pasar toda la
noche intentando adivinar que me decían.
-¿Y tú? -le
preguntaron a Tom.
-Soy mexicano, pero
hablo inglés también -contestó.
-¡Perfecto
entonces! -dijo la madre de Erik y le revolvió el pelo a su hijo- ¿tienen
hambre?
Casi gritó de la
emoción, pero intente guardar la compostura.
-Un poco –dije, lo
más educadamente posible, y sonreí.
-Debo tener sándwiches
en la heladera, espérenme en el comedor -dijo la señora y se retiró
presurosamente, lanzándole una última sonrisa a su hijo.
Pyró nos sonrió y
nos hiso una seña para que lo siguiéramos. Junto a su familia nos llevo a la
habitación continua, que no dejaba de ser tan impresionante como la anterior.
La mesa era de madera oscura, pero esculpida cuidadosamente. Las sillas eran
modelos antiguos, finos y elegantes, con almohadillas a juego. Había un bar de
coctel a un costado de la habitación y una gran ventana que daba a los
jardines, dando vista a un hermoso paisaje.
-Por favor
siéntense -nos invitó amablemente el padre. Yo casi ni me atrevía, por miedo a
ensuciar las sillas, pero insistieron y terminé cediendo.
Pyró se sentó a mi
lado.
-¿Por qué no lo
dijiste? -le pregunté por lo bajo.
-Después hablamos
-me contestó.
La madre apareció
desde otra habitación, con una bandeja llena de sándwiches y vasos de gaseosa. Solo
con verlos pude sentir a mi garganta ardiendo y a mi estomago rugiendo por
comer. Pyró y yo atacamos los sándwiches y la gaseosa, mientras que Tom tomó
solo un vaso, observándonos con curiosidad.
-¿Asi qué vas con
Erik a la escuela? -me preguntó la madre sonriendo, intentando abrir
conversación.
-Soy nueva –declaré
y lo miré inquisitivamente. No sabía si ellos sabían que era la “escuela”.
-Ah, no te
preocupes -intervino el padre, adivinando mi mirada- sabemos todo del colegio y
sobre Erik.
-Mi hermano
especial… -dijo Jane, sonriendo, y Pyró le guiñó un ojo.
-No le hubiéramos
dejado irse tan lejos de otra manera -exclamó la madre y sonrió mientras miraba
a su hijo.
El padre, en un movimiento
casi imperceptible, miró a otro lado. Supuse que no concordaba.
-¿Y vos? ¿También
vas a la escuela? -le preguntaron a Tom. Él se asustó tanto porque de pronto le
prestaran atención que casi se le resbala el vaso de las manos.
-No, yo vivo en
Londres con mi tío -respondió y sonrió- trabajo en el London Eye.
La señora lanzó un
gritito de alegría y a Jane le brillaron los ojitos.
-Nosotros amamos ir
ahí. Es tan precioso… -dijo la madre.
-¿Te dejan subir
gratis? -le preguntó Jane entusiasmada, interrumpiendo a su madre.
-A veces -dijo
tímidamente.
-¿Podes llevarme
con vos? -le preguntó ella de nuevo y los padres se rieron.
-Es muy entusiasta,
perdónala -dijo la madre, mirándole con cariño.
-No está bien, un
día puedo hacerle ese favor -dijo con toda confianza, lo que me sorprendió. El
chico recobraba la tranquilidad con facilidad.
Extendí la mano
hacia la bandeja, pero entonces noté que esta había quedado vacía. La madre de
Pyró lo notó también, mirándonos con sorpresa.
-Se nota que
estaban con hambre, -comentó, abriendo mucho los ojos- ¿hacia dónde van?
-preguntó.
Yo me dispuse a
tomar un sorbo de mi gaseosa, dejando que Pyró se encargara de contestar.
-A Stonehenge -dijo
él, mirándome enojado como si hubiera adivinado mi estrategia.
-¡Como cuando eras
chico! -exclamó ella, llamando mi atención.
-¿Puedo ir?
-preguntó Jane.
-No, Jane -contestó
el padre seriamente.
-¿Ya habías ido a
Stonehenge? -le pregunté a Pyró.
-¿Quién en Inglaterra
no fue? -murmuró Tom, irónico, y lo fulminé con la mirada.
-Cuando tenía nueve
-me explicó, esforzándose para querer evitar los detalles.
-¡Creo que tengo
fotos! -anunció Jane y salió corriendo a buscarlas.
-¡Fue una salida
bastante extraña! Erik fue a recorrer el circulo de tierra solo y en un momento
a otro lo encontramos en el centro del monumento desmayado… -dijo la madre y se
mordió el labio, como si estuviera reviviendo un poco de la preocupación que
había vivido ese día- cuando despertó no recordaba nada de lo que había pasado…
fue rarísimo. Pensamos que le habían robado, pero parecía ileso… -dijo y miró a
Pyró como si esperaba que le digiera que era lo que había pasado, pero el solo
siguió tomando gaseosa.
-¿Qué tienen que
hacer en Stonehenge? -pregunto el padre, quien hasta el momento se había
mantenido callado.
De nuevo, dejé que
él contestara.
-Tenemos una
pequeña misión que hacer -dijo Pyró sin darle importancia, pero el padre no
pareció muy convencido.
-¿De las fáciles o
de las peligrosas? -preguntó de nuevo.
-Una misión y punto
-determinó Pyró y lo miró directo a los ojos. El padre desvió la mirada y se
levantó, desapareciendo hacia el vestíbulo; con la mirada de su hijo siguiéndole.
La madre de Pyró chasqueó la lengua, contrariada, rompiendo la incomodidad que
flotaba en el ambiente.
-No te preocupes Erik
–le aseguró la madre, acariciándole la mejilla- solo se pone nervioso por lo
que puede pasarte, es todo –dijo y se levantó- voy a hablar con él, ya vuelvo.
Apenas vimos que la
madre salía del comedor, Tom y yo bombardeamos a Pyró con preguntas.
-¿Cómo es que ya
conocías Stonehenge y no me dijiste? -le pregunté enojada.
-¿Cómo consiguieron
esta casa? -le preguntaba Tom.
-En realidad sabes que
te paso ese día, ¿verdad? -seguí insistiendo.
-O sea amigo… wow
-siguió Tom asombrado.
Él nos miró,
aguantando la risa a pesar de todo.
-No sé a quién
contestar primero -dijo y sonrió.
-A mi -dijimos Tom
y yo al mismo tiempo y nos miramos, tentados.
-Bueno para que
sepan, mi papá es un escritor reconocido y mi mamá es una científica. La casa
es lo menor que tienen, se los aseguro -contestó y tomó un trago- y no dije lo
de Stonehenge porque no tuve oportunidad. Primero nos secuestraron y luego me
olvide del asunto con todo lo que nos pasó en la ciudad.
Sonaba lógico, pero
igual estaba molesta con él. El ruido de unos tacos bajando la escalera nos
alertaron, sabiendo que pronto la madre de Pyró volvería a unírsenos.
-No podemos hablar
bien ahora -dijo él y nos miró a ambos- pero les prometo que después les voy
explicar todo bien.
-Está bien
-murmuramos nosotros y entonces la madre de Pyró apareció en el umbral, seguida
por Jane quien sostenía un álbum de fotos en las manos.
-¿Quién quiere mas sándwiches?
-preguntó la mujer, sonriente.
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