La Hija del Rayo - Capitulo 8





Capitulo 8 


Después de haber viajado por horas sin ningún problema, pensé que la hora de los ataques ya había pasado. Estaba equivocada.
Lon se había cansado de picotear y revolotear en su jaula, quedándose dormido con la cabeza gacha. Pyró estaba distraído mirando al paisaje, todavía evitándome. Yo por mi lado, estaba muerta de cansancio. Los viajes largos solían agotarme, pero no quería dormirme. Estaba disfrutando del paisaje. Brasil era excepcionalmente verde, algo bonito sin duda. Tenía grandes ciudades modernas, como todo país, pero aun así no faltaban árboles y pasto brillante.
Lástima que no tenía nadie con quien compartir esa pequeña felicidad. En casos como ese, siempre había contado con mi papá, pero bueno… él no estaba ahí.
Sentía más desesperación a medida de que nos íbamos acercando a él, tanto que tenía ganas de gritar, llorar y correr; todo al mismo tiempo. Y lo peor era que no podía. En el fondo, envidiaba a Pyró por parecer tan tranquilo y calmado. Deseaba poder lucir asi.  
Me imaginé a mis amigas del colegio preguntándose por mí o a los amigos de mi padre buscándolo para no encontrar nada. Me tensé, clavando la uñas al asiento. No debía pensar en eso. Buscando distraerme, miré hacia la ventana, solo para captar a una sombra gigantesca dibujándose en el suelo.
 Mi corazón saltó, un horrible presentimiento atándose en el fondo de mi garganta. Me acerqué más a la ventana, lentamente queriendo observar hacia afuera, cuando algo pasó por la ventana, bloqueando la luz del sol. Algo enorme, negro… y con plumas.
La gente se sobresaltó, exhalando un grito de asombro y temor. Pyró se enderezó en su asiento y Lon se despertó.
-¿Qué fue eso? -pregunté y me pegué a la ventana, buscando a aquella cosa con la mirada. Algunas otras personas hacían como yo, sacando sus celulares y videocámaras, entusiasmados. Solo Pyró y yo parecíamos reticentes de la criatura, preparados. Un chillido ensordecedor estalló por sobre nuestras cabezas, sacudiendo los cristales. Los pelos del brazo se me erizaron al instante. La gente gritó, alejándose de las ventanas, aterrados.
Miré a Pyró y noté que había palidecido, con sus ojos tornados a un azul eléctrico. 
-No esos, no esos –murmuró por lo bajo.
-¿Esos? -le pregunté y Lon lanzó un chillido, haciéndose pequeñito en su jaula.
-¡Son malos! ¡Muy malos! -gritó.
-¿De qué están…? -empecé a preguntar, cuando una cosa enorme y negra golpeó la ventana. El golpe casi da vuelta el autobús, teniendo que agarrarme del asiento para no caer al pasillo.
-¡Hay que salir de acá! -dijo Pyró. Un arco se había materializado en su mano y una flecha en la otra. Su carcaj resplandecía en su espalda. 
La gente gritaba asustada y el conductor parecía al borde del pánico. No podía ver a toda aquella gente aterrorizada sin sentirme culpable. No podíamos quedarnos allí sabiendo que los estábamos poniendo en peligro.
Decidida, agarré el martillo para romper vidrio y lo arranqué de la pared. Sin dejar tiempo a comentarios, rompí la ventana. Otra cosa negra y grande golpeó al colectivo, pero por el otro lado, haciéndome trastabillar. Nuevos gritos y golpes circularon por todo el ómnibus.
-¡Hay que saltar! -le grité a Pyró y él asintió, entendiéndome. Se agarró del borde y saltó por la ventana. Rodó por el asfalto y aterrizó con la flecha ya preparada. Deseé tener ese estilo.
 Agarré mis cosas y a Lon y me tiré. Caí y me golpeé las manos contra la ruta, raspándolas junto con mis rodillas. El golpe me hiso temblar de pies a cabeza, pero de todas maneras me levanté y corrí hacia Pyró. Por suerte el colectivo continuó, alejándose del peligro.
En el cielo, una bandada de aves gigantes revoloteaban alrededor de nosotros. Eran negras, de casi dos metros y medio de ala a ala. Sus ojos, picos y garras eran dorados, como si fueran hechas de oro.
-¿Y esas que son? -le pregunté a Pyró.
-Fénix de fuego –contestó, todavía apuntando.
-¿Fénix? ¿Cómo el ave fénix? -pregunté.
-Si -contestó- solo que estos tiran fuego.
Glup. Genial.
Lon lanzaba chillidos y no pude evitar pensar que era una avecilla cobarde.
-¡Debemos alejarnos de ellos! -gritaba. Abrí la jaula y lo solté.
-A ver si ayudas un poco –murmuré de mal modo.
Las aves se lanzaron sobre nosotros a atacarnos, como si esa hubiera sido su señal. Se separaron y nos rodearon por todos los flacos.
Pyró comenzó a derribar algunos a base de flechazos, pero no podía con todos. Invoqué mi lanza y me lancé hacia ellos. Uno clavó sus ojos dorados en mí, petrificándome. Les había visto volando antes, pero no fue hasta cuando le vi a los ojos que entendí que esa criatura era real, cerrando mi garganta de la impresión.
El ave abrió la boca y una llamarada de fuego voló a mi dirección, haciéndome reaccionar, saltando hacia el costado y lanzándole la lanza con todas mis fuerzas. Está le dio en una de las alas, haciéndolo caer en picada.
Una sensación helada sopló en mi interior, realizando que había cometido mi primera muerte. Había sido algo tan natural que incluso me inquietaba, pero intente evitar pensar en eso. Simplemente corrí a buscar mi arma, evadiendo como podía las llamaradas que nacían de todos los lados.
Sobre mi cabeza, escuchaba a Lon chillar, volando de un lado al otro. “Vaya protector” pensé. Pyró era otra cosa, más parecido a una máquina de matar. Rodaba por el piso, lanzaba flecha tras fecha y de vez en cuando lanzaba algún que otro hechizo.
Tomé mi lanza y enfrenté al fénix que volaba hacia mí, con sus garras apuntando a mi pecho. Lo evadí, girando hacia el costado, y le clavé mi arma por la espalda. El animal se desplomó como el primero y se quemó, dejando sus cenizas.
Me puse en guardia, esperando otro ataque, pero no vi a ninguno de los fénix surcando el cielo. Sus cenizas descansaban sobre el pavimento. 
Pyró se acercó. Estaba un poco sucio por las cenizas, pero parecía estar bien. 
-Bueno, esto fue… fácil, casi -dijo y miró con desconfianza a los montoncitos.
Lon aterrizó junto a nosotros, alterado.
-¡Hay que huir! -gritó y empezó a tirar de nuestra ropa con su pico.
-Pero Lon, los vencimos -le dije, sacudiéndome para que soltara mi ropa.
-¡Los fénix renacen de sus cenizas! ¡Hay que correr! -dijo y un escalofrío pasó por mi cuerpo. Ambos miramos hacia los montoncitos de cenizas, que de pronto comenzaron a moverse.
-¡Ya es tarde! -chilló Lon y se lanzó al cielo, huyendo.
-Mierda -murmuró Pyró y alzó su arco de nuevo.
Aterrada, vi como los cinco montoncitos se removieron con mayor rapidez, hasta elevarse a diez metros de altura. Las cenizas comenzaron a unirse, comenzando a formar cuerpos y alas. Cuando estuvieron formados, las cenizas se prendieron fuego, con las plumas brillando bajo el fragor naranja. Sus ojos dorados nos miraron con odio.
-¡Corre! -gritó Pyró y ambos corrimos en direcciones opuestas.
Tomé mi lanza y me enfrenté a dos fénix que venían hacia mí. Simplemente me dejé llevar por mis impulsos. Cuando la primera me atacó, me tiré al piso. Sus garras me rascuñaron, pero no pudieron agarrarme. La segunda bajó sobre mí con sus garras preparadas, teniendo que rodar por el piso para evitarla.
Me paré y me di vuelta justo a tiempo para ver a la otra criatura volando hacia mí. La rechacé con mi lanza, pero su garra se agitó sobre mi brazo, sintiendo el dolor punzante del corte y el chorro de sangre escapando. Furiosa, la golpeé con el mango y, aprovechando el instante de aturdimiento, se la clavé. Se convirtió en cenizas al momento.
La segunda empezó atacarme con fuego y tuve que correr para evitarlo. Una mancha gris apareció por el cielo y Lon se materializó frente al fénix, atacándolo con su pico. El pájaro cayó en picada y se convirtió en cenizas.
Busqué a Pyró con la mirada. Tenía un corte en una pierna, pero parecía curarse a medida que continuaba. Había acabado con un ave, pero las otros dos evadían sus flechas como podían. Él lanzó cinco flechas hacia el cielo y, mientras caían, fue agarrando una por una y lanzándolas a las aves que, desprevenidas por el ataque, cayeron.
Tuve que reprimir el impulso de quedarme con la boca abierta. Había sido increíble.
Pero no tuve tiempo para seguir asombrada, sintiendo un escalofrío a mi espalda. Giré, pero reaccioné demasiado tarde. Un fénix apareció por detrás y me empujó hacia el suelo. Caí al suelo rodando, raspándome con el pavimento. Mi lanza se había resbalado de mi mano y había volado casi cuatro metros más allá.
Dos aves me seguían por el piso. Me paré y comencé a correr para recuperar mi arma, pero los fénix me tiraban fuego, impidiendo que llegara a ella. Miré a un lado buscando ayuda, pero Pyró y Lon habían abatido a dos de nuevo, intentando desparramar las cenizas con agua, mientras otro fénix los atacaba.
No podían ayudarme. Estaba sola.
El ave que me perseguía me atrapó por los hombros y me lanzó por el aire casi tres metros hacia arriba. No pude evitar gritar. Caí al suelo con fuerza, golpeándome la pierna. Me intenté parar pero el dolor era tan agudo que no me dejaba ponerme de pie. Me derrumbé en el suelo y fuego pasó sobre mi cabeza. Lon apareció para ayudarme, pero el fénix lo agarró con una garra y lo lanzó lejos.
-¡Resiste! -me gritó Pyró, pero un fénix revoloteaba a su alrededor, rascuñándolo e impidiendo que viniera a mi ayuda.
Él tampoco podía ayudarme. La rabia y el enojo crecieron en mi interior, brotando como una infestación.
Estaba furiosa. Furiosa con mi madre por no ayudarme, furiosa con ellos por no poder hacerlo, furiosa con esos imbéciles que habían secuestrado a mi padre y furiosa conmigo misma por no poder hacer nada bien.
Haciendo un esfuerzo sobrehumano para no apoyar mi pierna, me levanté.
Ambas aves cayeron en picado hacia mí dispuestas a atacarme. Podía ver como abrían sus picos, a punto de lanzarme fuego, pero no sentía miedo. Mis instintos me decían que era lo correcto, liberando una corriente que atravesó mi cuerpo, haciéndome cosquillas y concentrándose en mis manos hasta hacerlas arder. Entonces supe lo que debía hacer. Con un grito, liberé aquella energía. Algo enorme, eléctrico y blanco salió de mis manos, elevándose en las alturas. Un rayo que explotó a los fénix en miles de cenizas ardientes. 
Al momento me sentí exhausta, con las piernas temblando, sin poder sostener mi peso. Caí de rodillas al suelo, turbada. Todo parecía ir en cámara lenta, lentamente procesándose en mi cabeza. Vi a Pyró gritándome algo incomprensible, matando al fénix que le atacaba y corriendo hacia mí. La vista comenzó a nublarse, volviéndose negra justo en el momento en el que sus manos estaban rozando mis brazos. Entonces me derrumbé en el duro asfalto.

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