Capitulo 11
John
se había quedado petrificado, observando las llamas corriendo como magia
ardiente sobre todo. El temor le latía en el pecho, sus pesadillas
superponiéndose a lo que veía frente a sus ojos, disparando un pavor que le
apretaba el corazón.
-¡John!
-escuchó a su lado, sintiendo una mano sacudiéndole el hombro y despertándolo
de su ataque de pánico.
“Esto
no es real. Ella no se está muriendo de nuevo” se recordó, mirando hacia un
lado para ver a Gabriel, mirándolo asustado y con el rostro lleno de hollín.
-¡Vamos,
tenemos que buscar a las chicas! -dijo, cuando una explosión estalló en la
habitación, volando una nueva línea de fuego y polvo. Ambos chicos fueron
empujados hacia atrás, John golpeándose contra el espaldar de su cama y cayendo
abajo con un pitido en el oído. Gabriel voló directo hacia la pared,
estrellándose contra la mesa de luz y cayendo al suelo en un aullido de dolor.
John
se sentía ingrávido, su mente embotada como si la hubieran separado de su cuerpo
y le hubieran dejado en su propia burbuja personal. Parpadeaba, viendo el
destello del fuego y de las cenizas flotando sobre los suelos y paredes; pero
estaba lejos de reaccionar, como si sus brazos y piernas hubieran dejado de
responder.
-John…
-sintió el llamado magullado a su lado, sintiendo una mano apretándole el brazo
y arrancándole de su aturdimiento.
-Gabriel,
-dijo, girándose sobre la cama para ver a su amigo- ¡Gabriel!
-Mierda…
-dijo el chico, agarrándose el pecho en posición fetal- no puedo respirar…
-masculló, su voz sonando rasposa y grave. John se deslizó hacia abajo con
rapidez. El humo y el fuego ya estaban jugando contra sus pulmones, sintiendo
como el humo ponzoñoso le cerraba la tráquea; pero se cernió sobre su amigo
para revisarlo. Palmeó su cuerpo con cuidado, apenas rozando los dedos sobre la
piel, y Gabriel se retorció con un grito de dolor, arqueándose aun más.
-Te
quebraste las costillas, Gabriel -dijo John, haciendo una mueca- podría…
-¡No!
-dijo el chico, agarrándole el brazo- tenemos que buscar a Lara… -dijo y apretó
los dientes- solo ayúdame a salir -ordenó y el chico hiso una mueca, pero
asintió, agarrándole de la parte sana y alzándole lo mejor que pudo.
Gabriel
volvió a gritar, el dolor agudo haciéndole doblar en dos, pero se esforzó por
mantenerse erguido, agarrando el hombro de John con tanta fuerza que el chico
podía sentir sus dedos casi perforándole. Como pudieron, caminaron hacia la
puerta, con John abriéndola de una patada. Afuera, en el pasillo del motel, la
gente de las otras habitaciones gritaba y corría, algunos a media ropa, como si
el fuego los hubiera arrancado de la cama. Las llamas y el humo era una
tormenta que atacaba las últimas piezas sin compasión.
El
corazón de John se hundió, el aire escapando de sus pulmones al recordar que su
hermana y Leian estaban entre ellas.
-No,
no… ¡Lara! -gritó Gabriel, asustado y hubiera corrido, sino se hubiera encogido
de dolor por su golpe.
-¡Vamos!
-exclamó John, recogiéndolo y arrastrándolo en largos tropezones hacia adelante,
corriendo para encontrarse con las chicas. Su cuerpo temblaba, el miedo
corroyendo sus venas. Lara era su única familia. No podía tolerar que nada le
pasara, ni a ella ni a Leian. Jamás se lo perdonaría si las perdía sin hacer
nada para evitarlo. No otra vez.
-¡Lara!
-gritó- ¡Leian! -las llamó, avanzando hacia la habitación de ambas. Su corazón
dio un vuelco al ver la puerta, partida en dos y colgando a duras penas de una
bisagra.
-¡Lara!
-casi aulló Gabriel, más desesperado que nunca, y John captó el sonido de armas
y chillidos ahogados.
“Están
vivas… tienen que estar vivas” se dijo.
Cuando
llegaron a la puerta, el interior era un caos. Las llamas devoraban la mitad de
las paredes, llenando de humo todo el lugar, pero entre las luces del fuego y
la oscuridad de las cenizas podía verse las siluetas de personas luchando, con
John distinguiendo a su hermana a solo unos metros.
-¡Lara!
-llamaron ambos chicos, distrayendo a la chica en un momento crítico. Su
atacante la agarró del cuello, levantándola del suelo y lanzándola contra la
cama.
-¡Lara!
-gritó Gabriel, casi lanzándose sobre el hombre pese a que apenas podía
moverse. Aun asi, su intervención no fue necesaria. Lara golpeó al hombre en
plena nariz, haciendo que un chorro violento de sangre se expulsara afuera.
Este gritó, su voz haciéndose aun más fuerte cuando la rodilla de la chica
golpeó contra su entrepierna. Lara se revolvió, agarrando su cara con ambas
manos, y estrellándolo contra la pared a su espalda.
-¡Sal
de encima de mí! -le exigió a los gritos, lanzándole de una patada hacia el suelo.
-¡Lara!
-llamó su hermano, arrastrando a Gabriel para llegar hacia ella.
-¡John!
-dijo la chica, cuando vio a su novio, poniéndose pálida- ¿Qué le paso a
Gabriel? -preguntó, alzándose para buscar a su novio que la revisó con
preocupación.
-Se
quebró unas costillas… -respondió el chico, mirando al otro lado de la
habitación hacia Leian, a quien distinguía peleando contra un grupo- ¡agárralo
por mí! -pidió, pasándole el chico lo mejor que pudo antes de lanzarse
corriendo.
La
chica luchaba contra dos hombres, agachándose frente al golpe de uno y pateando
al otro en el mismo movimiento. Para cuando John había llegado, había agarrado
al único indemne sobreviviente y lo había lanzado hacia el otro lado del
cuarto.
-¡Vamos,
Leian! -le ordenó, agarrándola del brazo y tirando de ella para sacarla afuera-
¡tenemos que correr! -gritó a su hermana y Gabriel, que asintieron apurándose
para salir afuera.
-¡Espera!
-lo detuvo Leian, soltándose y corriendo hacia el espacio entre las camas,
agarrando sus mochilas para salir de ahí- ¡vamos! -dijo, agarrándolo del brazo
y tirándolo hacia afuera. Corrieron, juntándose con el resto de las personas
que huían del incendio; escuchando a los dueños gritando para llamar a los
bomberos.
-¡John,
Leian! -les gritó Lara desde adelante, cargando a Gabriel como podía mientras
intentaba alejarse. El lugar era un caos. Una maldición de fuego y hollín.
-¡Debemos
irnos! -gritó John al llegar hacia ellos, arrastrándolos hacia el estacionamiento.
La gente que había podido alejarse estaban agazapados ahí, observando cómo las
llamas lamían el cielo en su potente esplendor.
Gabriel
gruñó de dolor, su piel sudada y pálida bajo la luz de la luna. Lara lo
observaba con preocupación.
-Tenemos
que cuidarles las heridas, John -dijo Lara.
-Lo
harás en el camino -le aseguró el chico. Lo único que quería era sacarles de
allí a salvo, pero debía haber intuido que eso no iba a ser sencillo.
Los
gritos de una mujer le acongojaron, con esta corriendo hacia la gente. Iba
descalza y a medio vestir, su ropa interior aun visible bajo la ropa que había
logrado colocarse. Su cabello bailaba salvaje al viento, agitándose a cada paso
que ella corría. El terror estaba grabado sobre su rostro, chillando y llorando.
-¡Por
favor, tienen que ayudarlo! ¡Mi novio sigue ahí adentro! -gritó- ¡algo lo
agarró! -gritó, pero nadie parecía querer reaccionar, demasiado concentrados en
sus propios miedos y tragedias.
Excepto
John. Aquella parte rota de él voló hacia ese llamado, pegándose a él como si
fuera el nuevo cuerpo que quería habitar. Todo lo demás, sus dudas y deseos
quedaron olvidados, cayendo bajo esa necesidad.
-Quédense
aquí -ordenó,- ya regreso -dijo, mientras dejaba sus cosas con ellos, los tres
mirándole sin entender.
-John,
¿Qué demonios crees que estás haciendo? -preguntó Lara, pero el chico ya había
retrocedido- ¡John!
-¡Quédense
aquí! -ordenó el chico, corriendo de regreso hacia el motel.
-¡John!
-gritaron, pero él los ignoró, abalanzándose sobre la llorosa mujer y
agarrándola de los brazos.
-¿Dónde
está tu novio? -le preguntó- ¿Cómo se llama? -preguntó.
-Está
allá, se llama Kevin… -señaló llorosa, apuntando hacia una habitación a las que
las llamas habían comenzado a devorar, y John la soltó, corriendo hacia allí.
El humo ya se había mezclado con el aire, en un mejunje toxico que parecía
rostizar sus pulmones, pero a él no le importó; metiendo su nariz bajo su
camiseta y adentrándose hacia los pasillos del motel. Pateó la puerta de la
habitación y la abrió, una bocanada ardiente de cenizas y hollín expulsándose
hacia afuera y lamiendo su piel.
-¡Kevin!
-llamó, protegiéndose con un brazo y entrando a la habitación llameante.
-Por
fin, legado… -dijo otra voz, un hombre saliendo de las llamas como si nada. A
John le dio un salto el corazón, reconociendo al legado del fuego que hacía
solo horas había casi matado a golpes. Aun recordaba su nombre, aun cuando en
su ataque de rabia lo había suprimido, habiéndolo escuchado hace seis meses, en
aquella noche que John tanto quería olvidar. Derek. El legado que había
arrancado a Johanna de su vida y lo había convertido en ese hombre dañado que
casi no lograba reconocer en el espejo.
Él
sonrió, su cara llena de moretones y marcas rojizas y violáceas contrayéndose.
-Mi
venganza se estaba haciendo esperar…
John
tardó unos segundos en contemplar el escenario e insultarse por su propia
estupidez. Por supuesto que aquello era una trampa. Había sido un idiota por
meterse en ella tan fácilmente.
Aun
así, no tuvo tiempo para condenarse. Al momento otros cuatro hombres caminaron
fuera de las llamas, con la oscuridad comiéndose sus rostros, pero no engañando
las espadas que sostenían entre los dedos y que tan mortalmente buscaron a
John.
El
chico invocó la suya, comenzando a pelear mientras Derek observaba divertido;
como si aquello fuera un espectáculo de gladiadores y él era el único
espectador.
-¿Sabes?
-comentó, mientras John recibía un puñetazo y rechazaba una estocada- iba a
dejarlos vivir, tal vez no enteros, pero nada de esto hubiera pasado si me
hubieras dejado llevarme al espíritu en paz… -dijo y John gruñó, lanzando un
golpe ciego hacia atrás y derrumbando a un enemigo imprevisto- pero vos querías
venganza, ¿no, pequeño legado? -inquirió, casi con una risa, y suspiró- ahora
voy a tener que matarlos a todos…
-Mierda
-masculló John, sintiendo como la sangre manaba de múltiples partes de su
cuerpo. Era un buen luchador, pero cuatro fornidos y entrenados enemigos era un
reto para cualquiera, en especial cuando la cancha de lucha era una habitación
de tres por tres. No había lugar a donde huir. No había escapatoria más allá de
su espada.
Logró
sacar a uno de juego, terminando este sangrando y retorciéndose en el suelo por
el dolor, pero los otros tres le exigían más de lo que él podía dar en ese
momento. Todo lo sucedido ese día le jugaba en contra: los múltiples ataques,
la presencia de Johanna siguiéndole a todo momento, esos extraños sentimientos
encontrados hacia Leian, su hermana en peligro… todo era una enorme bola de
demolición, pendiendo sobre su cabeza en espera del momento para aplastarle.
El
ritmo de la pelea era intenso y siniestro, sangre disparándose hacia todos
lados mientras el fuego los rodeaba, como una enorme barrera que solo parecía
cerrarse aun más sobre ellos. Las risas de Derek reinaban entre los golpes del
metal. Los gritos de la gente aun batían alas hacia ellos, incordiando aún más
la mente de John.
No
podía concentrarse…
No
podía pelear…
¡BAM!
El
sonido de su arma estrellándose contra el suelo le sobresaltó, sintiéndose
desnudo ahora que su única protección estaba a metro y medio de él. Quiso
invocar otra cosa, pero los hombres se le abalanzaron, queriendo reducirle.
John luchó con puño y sangre, pero fue todo inútil. En cortos minutos, lo
tenían contra la pared, acorralado con una espada en el cuello y sus brazos
atrapados por sus enemigos.
Derek
se acercaba divertido, un largo y punzante cuchillo apareciendo en su mano
mientras sonreía con diversión.
-Es
una lástima que no pueda usar la espada que use con aquella otra chica… ¿Cómo
era su nombre? -preguntó y la ira enardeció a John, sacudiéndose para saltar
hacia el frente y golpearlo; apretando los dientes.
-¡No
la nombres! -gritó, su mandíbula contraída de la pura rabia- ¡no mereces siquiera
mencionarla, maldito montón de mierda!
-Mmm,
John, eso es casi rudo de tu parte -dijo, negando con la cabeza- ¿Qué pensaría
ella de ti? -inquirió, y río cuando vio a John luchar de nuevo- ¿Johanna,
verdad? -preguntó y John se detuvo en seco al oír su nombre, como si este fuera
el cuchillo que Derek balanceaba en su mano- si, recuerdo haberte escuchado
gritar su nombre… -dijo y lo miró con malicia.
-Detente
-ordenó John, comenzando a temblar.
-¿Sabes
que más recuerdo? -le preguntó el legado, sin ver el monstruo que estaba
despertando- a ella gritando tu nombre. Chillando como una perra para que
volvieras a ayudarla…
-Cállate
-exigió el chico, su cuerpo tensándose en la rabia y los recuerdos.
-¿Dónde estabas en ese momento, John?
-preguntó Derek aun disfrutándolo todo,- ¿Qué estabas haciendo que era más
importante que salvar a tu novia?
-¡Cállate!
-rugió John y la magia respondió a su ira, llenándole y volviendo sus
pensamientos realidad. Una lluvia de cuchillos cayó desde el techo,
desempeñándose hacia abajo mortalmente, pero una ola de fuego saltó desde las
paredes, empujándoles hacia el costado y salvando a los tres hombres de una muerte
segura.
-Buen
intento, chico, -le felicitó Derek, alzando su cuchillo- pero no lo suficiente
bueno…
Entonces
el aire se volatizó. El aroma a ozono se expandió sobre la habitación. Las
moléculas que volaban al viento, vibraron, con John pudiendo escuchar el sonido
de su retumbar en el oído. Chispas y centellas se iluminaban en el techo.
-Esto
no va a ser lindo… -murmuró John, y un grito coreó sus palabras, con la chica
que le había engañado entrando volando dentro de la habitación, estrellándose
contra la pared y cayendo al suelo como un muñeco de trapo.
-¡Erín!
-gritó Derek, su rostro contraído al ver el cuerpo de la mujer, cuando
corrientes entraron por los techos, hilos electrificados que se extendían como
raíces vivas.
Los
hombres que tenían agarrado a John se inquietaron, el chico pudiendo sentir su
miedo corriendo por la piel. No podía culparlos. Aquella era magia poderosa y
sobre todo nueva, no existiendo nadie con vida que hubiera contemplado el poder
de la tormenta antes.
Y
por suerte para él, estaba de su lado.
-¡No
puede ser! -gruñó Derek, antes de que su pie conectara con su rostro, el hombre
chillando mientras se agarraba sus heridas con dolor. John giró sobre sí mismo,
usando sus codos para presionar sobre los puntos débiles de los hombres que le
agarraban y se liberó; justo en el momento en que Leian entraba por la puerta,
su cuerpo iluminado en una estela blanca y eléctrica; sus armas afuera como una
guerrera. Entró directamente y golpeó a uno de los hombres, lanzándole de un
solo puño contra un mueble y haciéndolo pedazos.
-¡John,
tú…! -empezó a gritar, molesta.
-Tardaste
-replicó el chico, haciendo que los ojos de ella brillaran asesinos. Oh, sí,
John podía acostumbrarse a esa mirada.
-Eres
un idiota… -solo tuvo tiempo a replicar, cuando los enemigos se le abalanzaban
de nuevo.
John
luchó, peleando con más energía ahora que sus sentimientos encontrados se
volvían realidad.
Culpa
y esperanza.
Dolor
y emoción.
Tristeza
y alegría.
Johanna
y Leian.
Ambas
estaban presentes en la habitación y eso lo empujaba a pelear, intentando
librarse de sus fantasmas antes de que siguieran consumiéndolo sin compasión.
Se unió a Leian, dibujando un movimiento calculado tras otro, un tajo de su
arma y otros dos de ella; formando un juego de espadas y golpes que esperaba la
gloria del triunfo. John no tenía esa clase de conexión hace meses, como si
conocieran cada movimiento del otro y supieran como reaccionar al siguiente
momento en perfecta armonía. ¿Significaría algo? ¿Qué respuesta podía traer
unirse a aquel ser inmortal? John no lo sabía, pero daría todo por averiguarlo.
Y
cuando todo terminó, y lo único que se movía era el fuego y sus pechos agitados;
ambos se miraron, una sonrisa tirando de los labios de Leian aun cuando quería
seguir enfadada.
Y
así lo supo.
Cuando
vio aquella sonrisa renaciendo del fuego y del humo, supo que Leian era la
respuesta que había estado buscando. La parte de él que había perdido.
Y
en el mismo momento, todo se partió, porque los ojos de ella se trastornaron,
abriéndose en pleno pavor al mirar algo a su espalda, y el giró, sintiendo como
un puño punzante le golpeaba en pleno estomago.
Solo
que no era un puño, porque el dolor no llegó con el mareo febril, sino que se
extendió con lentitud, como la calma antes de que el terremoto ataque tierra.
Era algo más pequeño y filoso, que se removía aun en su interior.
Bajo
la vista y vio el mango del cuchillo sobresaliendo de su cuerpo, su remera
ensangrentada mientras el liquido rojo y espeso se extendía por su piel y
remera.
Derek
estaba allí, sonriendo con malicia en su rostro amoratado.
-Escapar
no es tan fácil, legado… -masculló, enseñando sus dientes teñidos de sangre.
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